Los aragoneses que ganaron el Planeta

Santiago Lorén, Ramón J. Sender, Soledad Puértolas y Javier Sierra, que firma hoy en Zaragoza con Cristina López Barrio, obtuvieron el galardón.

Santiago Lorén fue el ganador de la segunda convocatoria del premio Planeta en 1953.
Los aragoneses que ganaron el Planeta
Carlos Moncín

Esta tarde, en El Corte Inglés, los ganadores del Planeta de 2017 firman sus novelas. El turolense Javier Sierra venció con ‘El fuego invisible’ y Cristina López Barrio es la finalista con ‘Niebla en Tánger’, que es una indagación en la memoria de un pasado amor. Javier Sierra es el cuarto ganador aragonés del Planeta y lo ha hecho con una ficción que mezcla algunos de sus temas predilectos: el Santo Grial, la defensa del conocimiento y las Humanidades, y el rastreo exhaustivo de un misterio. Antes que él obtuvieron este premio Santiago Lorén, en 1953; Ramón J. Sender, en 1969. Y Soledad Puértolas, en 1989.

El primer aragonés que ganó el Planeta fue Santiago Lorén (Zaragoza, 1918-2010) y lo hizo en la segunda convocatoria, en 1953. La historia es bonita. Lorén había debutado con ‘Cuerpos, almas y todo eso’ en un tiempo en que era médico en Calatayud, y la novela se leyó en clave casi localista; la gente jugaba a reconocerse y se dieron casos chocantes y alguna incomodidad. Su esposa Carmen Berdusán, que tendría años después la galería de arte Berdusán en el paseo de la Constitución, fue a Barcelona a la sede de Planeta y preguntó: «¿Valen en este premio las recomendaciones?». «No, de ninguna manera», le contestó José Manuel Lara. «Pues ahí tiene el ganador». Era ‘Una casa con goteras’, que entrevera dos historias: la de un viajante de comercio, inclinado a los sueños de seducción, y un joven inocente de pueblo, que posee diversas habilidades artísticas. Sus vidas se cruzan en un hotel de Barcelona, que en realidad es “una casa con goteras”, y la novela plantea el diálogo entre dos mentalidades: la de la ciudad y la del campo. Años después, más de 40, José Manuel Lara recuperó la figura de Lorén y lo invitaba, como anfitrión simbólico y paternal, a las presentaciones de los galardones en Zaragoza. Lorén estaba radiante.

En 1969, obtuvo el premio otro aragonés: Ramón José Sender (1901-1982), que vivía en el exilio desde 1939. Fue con ‘En la vida de Ignacio Morel’, una novela con elementos de experimentación y psicológicos. Sender no vino a recoger el premio: aún tardaría cinco años en volver a Barcelona y Zaragoza. Lo hizo en 1974 y en 1976. Y el balance de su regreso fue extraño: los jóvenes de ‘Andalán’ lo criticaron con severidad; tuvo una disputa con Cela y, felizmente, recuperó su paraíso perdido y visitó Chalamera, Alcolea de Cinca y otros lugares. Su novela cuenta la historia de un profesor español, en un liceo, que vive en las afueras de París, tiene una aventura ocasional con una mujer casada y ella, Marcelle, se muere en una relación más bien sórdida o infausta. Además, hay metaficción: se redacta una novela que tiene por protagonista a una joven llamada Gwendonline; a la vez, Ignacio se relaciona con un joven emigrante argentino. El grueso de la historia está basado en algunos hechos reales.

Soledad Puértolas conquistó el galardón en 1989 con ‘Queda la noche’. Había sorprendido con ‘El bandido doblemente armado’, y había confirmado expectativas con ‘Todos mienten’ y ‘Burdeos’. Pertenecía a un nuevo fenómeno que se denominó ‘la nueva narrativa española’, que tenía otros protagonistas aragoneses como Ignacio Martínez de Pisón, Javier Tomeo, José María Conget, etc. Fue una época en la que Planeta pareció sumarse a esa corriente y apostó por ella, que encarnaba una voz personal vinculada a Tabucchi, a Stendhal, a Salinger, a la novela familiar, con ecos cinematográficos, como optaría luego por Muñoz Molina, Juan Manuel de Prada y Espido Freire, entre otros.

Soledad Puértolas, plenamente consolidada y académica de la RAE, cuenta la existencia la vida de una mujer que viaja a Oriente y que sospecha que alguien (el azar, los fantasmas) le ordena su existencia. Es una novela de sugerencias y atmósferas, de introspección femenina, que no tiene nada que ver con la de Javier Sierra, que posee un componente de erudición y de exaltación casi romántica de la creación. En ‘El fuego invisible’ aparecen Víctor Hugo, Maquiavelo, Sócrates, Mark Twain, Valle-Inclán o Juan Ramón Jiménez, al que se le presenta como buen lector de revisas teosóficas.

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