Pedro Esteban: "Hasta para mirarse al espejo hace falta gracia y estilo"

El modisto aragonés, que tiene creaciones en el Museo Balenciaga de Guetaria, habló el pasado jueves de moda y de sus vivencias en el ‘atelier’ del creador vasco

El modisto Pedro Esteban.
El modisto Pedro Esteban.
Aránzazu Navarro

El modista aragonés Pedro Esteban abandonó su amado silencio el pasado jueves para charlar junto al también diseñador Enrique Lafuente de sus vivencias en el ‘atelier’ parisino de Balenciaga, donde trabajó en su época más dorada. El encuentro tuvo lugar en el IACC Pablo Serrano, dentro del ciclo Anhelantes, con una exposición de fotografías que reúne parte del trabajo del costurero vasco para el cine como marco. Al entrar en la sala, Esteban, de 81 años, se paró a admirar la belleza de Ava Gardner o la esclavina que luce en una de las imágenes Ingrid Bergman, "la más perfecta que se ha hecho nunca", dijo. También se detuvo ante los retratos de Conchita Montenegro, a su juicio, "la más elegante del cine español".

¿Ya no hay mujeres como las de antes?

No.

¿Y qué tenían las de antes que no tienen las de ahora?

Tenían elegancia que es el saber estar. Eso es lo más importante, en los hombres y en las mujeres, saber estar que, para mí, es mirar y escuchar.

Repite Pedro Esteban como un mantra la importancia del silencio en su trabajo y en su vida. Un silencio que aprendió junto a Balenciaga y que ahora busca en su casa, a orillas del río Piedra. También, rememora con indisimulada nostalgia aquellos días en lo que se conocía como "el convento de la avenida Jorge V", el taller de Cristóbal Balenciaga, donde un ejército de ‘petites mains’ y de modistos giraba en torno a la mujer, literal y metafóricamente ("éramos nosotros los que nos movíamos alrededor de la clienta en las pruebas") y donde se construían esos vestidos a medida, tanto de los cuerpos como de los caracteres. "Las entrevistas previas con la persona que encargaba un vestido podían durar hasta media hora", recuerda. Les decía: "¿Quiere usted un vestido de llevar, de colgar o de hacer armario?". Las señoras de la alta sociedad, sostiene Esteban, "tenían una libertad, no eran mujeres vacías". "Muchas de ellas –añade– me admiraban por mi sencillez y mi silencio, que es lo que aprendimos en Casa Balenciaga: a ser silenciosos y siempre audaces".

¿Le dejaron algún poso esas mujeres a las que vestía?

Totalmente. Nos ayudaban mucho en los probadores, porque la moda de aquellos años era perfecta. No es como hoy la de hoy, que es antimoda. Ahora, todo es moda, pero es cutre.

¿Qué es la perfección en la moda?

Tiene que tener una buena construcción de tela y de estilo y darle carisma a la persona que te encarga el traje. Una mujer te puede desbancar en un instante.

¿Cómo?

En París iba al taller después de haberme leído todos los periódicos, me informaba, por norma y por obligación, para saber yo y para informar a las clientas.

Es una imagen que dista del ambiente frívolo que suele acompañar a la moda.

La moda no es frivolidad. Es sencillez y armonía. Para ser modista hay que tener, principalmente, el sentido de saber captar a la clienta que te hace el encargo.

Pero eso hoy en día es al revés, es el consumidor el que se adapta a lo que hay.

Hoy en día la mujer necesita muchos cambios, porque necesita cambiar de aspecto y se cambia a base de trajes.

¿Cree que es una necesidad vital o funcional?

Es por vitalidad. Hoy la mujer necesita salir a la calle y gastar dinero para construirse su estilo.

Y esa construcción de estilo, ¿es algo consciente?

No. Se siguen las corrientes de prensa, revistas, televisión... Porque quien cambió la moda fue la televisión, dio color y estilo a los colores. Y una mujer no se siente vieja cuando se ve con color.

¿Está la moda de hoy en día destinada a ser nostálgica?

Hoy en día una casa de modas tiene que lanzar seis colecciones al año para complacer a la gente. Porque la moda es efímera, pero puede durar seis meses o 40 años.

¿Y qué hace que un diseño siga vigente en el tiempo?

La moda envejece en el mismo día que nace, nace y muere instantáneamente.

Ya, pero esa esclavina perfecta de Ingrid Bergman me la pondría yo ahora.

Balenciaga tuvo un defecto y una virtud a la par: que era intemporal. Siempre fue todo moda, no mezclaba más que su sencillez. Sus vestidos pueden hacer fondo de armario en cualquier momento y eso es lo que no hay ahora, fondo de armario. O son piezas de mucho precio o mueren en el instante. Pero Balenciaga siempre es actual, todo ahora tiene cosas de él. Porque tuvo su propio estilo, sobre todo con la prendas cortas por delante y largas por detrás. Siempre. Hasta una falda recta siempre tenía dos centímetros por detrás más que por delante.

¿Cree que el de la costura es un oficio que se pierde?

Totalmente. Hoy una costurera no tiene paciencia para saber coser, porque es cuestión de horas y de silencio. La moda siempre fue arte, pero para minorías. Me refiero a la tarea de construirla, porque yo se cortar, coser, sé probar y darle glamur a cada persona.

¿Y ahora no salva a nadie?

Ahora es todo un 'collage'. Es todo viejo y todo nuevo. Lo nuevo en realidad es recordar. No hay más.

¿No podría surgir ahora un nuevo Balenciaga?

No, no, no... En la moda está todo tan inventado y tan sumamente destruido que no hay más que trapo sobre trapo. Porque la moda es un saco en el que se mete todo y al cabo del tiempo sigue siendo joven y nuevo.

¿Y esto es así porque al consumidor de moda le falta criterio?

La mujer de hoy quiere ser activa y dinámica. Todas estáis emancipadas y sabéis ser libres.

Entonces, ¿la libertad de la mujer es incompatible con la elegancia?

Con elegancia se nace.

Pero eso siempre se dice. Si me pongo un Balenciaga, ¿no estaré un poco más elegante?

No, no, nada. Es una cuestión de la estabilidad que le des al vestido...

O sea, de saberlo llevar.

Exacto. Mira Ingrid Bergman, Ava Gardner...

¡Pero ellas están guapas también en ropa interior!

Nooooooo... la ropa interior es otra historia. No mezclemos.

Pues volvamos a la avenida Jorge V, donde estaba el taller de Balenciaga. ¿Cómo era un día allí?

‘Ora et labora’. La elegancia en Balenciaga era la oración del trabajando. Nunca se hablaba. Allí nada más se hacía que construir. Teníamos horas para plancha, horas para máquina, horas para coser a mano. Y mientras trabajábamos nos leían, como en los conventos. No existía la radio, hablábamos susurrando, no podíamos tener una voz dominante o molestar a nadie. Era todo silencio. Empezando por el propio Balenciaga. Nunca se le vio públicamente en la calle.

¿Y qué le parece la marca ahora?

Se está destruyendo. Ahora no van más que al porcentaje de las ventas. No se lleva la elegancia, se lleva la marca. Es lo que reina. Pero la mujer quiere ser joven, audaz, distinta a todas. Y para eso se necesita cambiar mucho de traje. Se busca un glamur que, si no se sabe elegir, acaba en fracaso. Es muy difícil saber elegir hoy la ropa en los grandes almacenes. Por ejemplo, porque no existen espejos.

¿Y eso?

Tenéis un cuarto de espejo. Y debéis moveros a derecha e izquierda. Si os veis por delante no os veis por detrás. Balenciaga era un espejo continuo, la señora no se movía, éramos los modistas quienes la seguíamos. Hoy todo vale. Hay que saber centrarse y saber lo que se quiere.

Y conocer el propio cuerpo...

Hoy tenéis de todo, sujetadores perfectos, pechos altos, bajos... Pero hay cuatro que saben escoger el sujetador adecuado. En mi época, cuando una mujer llegaba al probador, si venía con el pecho un poco caído y quería solucionarlo subiendo el tirante, no valía la prueba. Venía otro día.

Pero esta idea de elegancia y perfección solo sería accesible para gente con dinero.

No. El dinero no hace la moda. Te ayuda a comprar cosas que no tiene la vecina. La moda no se hace en un instante.

¿Y la calle le parece inspiradora?

Balenciaga no salía a la calle. Él se inspiraba, por ejemplo, en Zurbarán.

Hablando de la referencias del modisto, usted siempre ha dicho que estuvo muy influido por el cineasta Manuel Rotellar. Le dijo que "para ser modisto hay que educarse".

Él me educó correctamente para ser modista. Lo primero que tuve que hacer es aprender a ser sastre. Lo hice en dos años para ir a Barcelona y empezar como modista, porque en Zaragoza no admitían un chico modista. Eran los años 50. Ahora todo el mundo es modista, todo el mundo sabe cortar, todo el mundo sabe de colores. Y no. Las películas que yo he visto, los libros que he leído me han llevado a poder captar en cada instante lo que quería trasmitir al pueblo y a la gente.

¿De su concepción de la moda, qué le gustaría que quedase para las nuevas generaciones?

Saberse mirar en un espejo, que hasta para eso hace falta cierta gracia y cierto estilo. Hay que saber mirarse al espejo.

¿Lo dice literalmente?

Literalmente. No todo el mundo sabe mirarse en un espejo. Porque un espejo puede ser engañoso.

¿Y lo de la democratización de la moda?

¡Pero es que no os paráis a ver lo que os va o no os va!

O sea, que gastando la mitad de la mitad...

Se puede ser elegante y exquisita.

Mirándose al espejo.

Mirándose al espejo.

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