Un robo descarado

En una galería de París, un hombre tomó en brazos una escultura de Botero y la sacó delante de los visitantes sin levantar sospechas.

Obra sustraída de la galería
Obra sustraída de la galería
galeries-bartoux.com

A las siete de la tarde del sábado pasado, un hombre entró en la galería parisina 'Bartoux', cerca del palacio presidencial de El Elíseo. Parecía un visitante más, de aspecto «normal», y por eso no levantó sospechas. Dentro comenzó a mirar con atención las obras exhibidas en el lugar, como lo hacbe cualquiera, pero al llegar a la sala donde estaba expuesta una escultura del colombiano Fernando Botero, se giró para cerciorarse de que nadie lo estaba mirando, cogió con dificultad la figura de bronce de una frondosa madre con su bebé en brazos (10 kilos de peso, 57 centímetros de altura, valorada en 425.000 euros) y se la llevó. Nadie le dijo algo. Ni siquiera el personal de seguridad. En la galería se dieron cuenta de que les faltaba una pieza a la hora de cerrar. Sin violencia y a la vista de todos, ¿el robo descarado tiene pinta de ser perfecto?

En general, los sistemas de seguridad de los museos y galerías de arte se apoyan en cuatro puntos: control de entrada, cámaras y vigilantes en las salas, y alarmas en las obras de arte. En general, también, un ladrón espera a que anochezca y suele entrar por alguna ventana o alguna vía de acceso secundaría que permita aprovechar un resquicio de las cámaras de seguridad. Otros, los menos, utilizan el sistema de 'la naturalidad', que consiste en descolgar un cuadro en presencia del público y salir con él debajo del brazo como si nada sucediera.

Cuando ocurre esto último, se suele decir que los ladrones son personas desquiciadas o que lo hacen por motivos políticos o personales. De notoriedad, por ejemplo. Se cree que es difícil que lo hagan por dinero, dado que son obras bien catalogadas y no hay manera de venderlas. Existe otra versión verosímil, que tendría su fundamento en el robo para el chantaje. Los propios museos y galerías serían los compradores de sus propias obras que tras ser robadas se encontrarían en el extranjero.

En España se recuerda el caso del robo de unas esculturas que iban a bordo de un camión en Getafe, en 2010, cuyos autores trataron de vender una obra de Chillida a un chatarrero por 30 euros. Dos años después, en una galería ocurrió el robo de 27 obras, entre las que se encontraban cuadros de Wilfredo Lam, que acabó con la detención de los autores después de que atracasen una charcutería. Eran butroneros. Pero el paradigma de la figura del ladrón de arte recae en quien robó el Códice Calixtino de la catedral de Santiago de Compostela: el electricista José Manuel Fernández Castiñeiras.

La posibilidad de que exista una internacional de robos de obras de arte, no goza de muchas adhesiones, aunque sí existen grupos de intermediarios y anticuarios que organizan batidas a centros donde existen obras de arte que no están catalogadas. En París, ante la perplejidad de lo ocurrido el sábado, una brigada de la policía judicial está a cargo de la investigación.

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