Rompiendo normas

En las últimas décadas, según la OCDE, ha descendido la necesidad de las mujeres de casarse por motivos económicos y, en este nuevo paisaje que se conforma, los hombres con menos estudios son los principales perdedores.

A lo largo de nuestra historia han sido muchas las mujeres, algunas anónimas, otras muy conocidas, que han sido capaces de romper normas establecidas en las relaciones matrimoniales, asumiendo la posibilidad de ser discriminadas e, incluso, juzgadas muy severamente. Quizá por ello me sorprendió leer hace unos días un titular que decía: "A menos estudios, más hombres solteros". Dicho titular respondía a una información aportada por la OCDE, que acaba de presentar el informe: ‘La búsqueda de la igualdad de género: una batalla cuesta arriba’. En uno de sus capítulos ‘aparecen importantes cambios sociológicos, sobre todo en el ámbito de la pareja. Ello es debido fundamentalmente a que ahora las mujeres ya tienen más estudios que los hombres.

Hemos de recordar que la brecha de género en el ámbito educativo se fue estrechando en el último tercio del siglo XX, y a mediados de los noventa en la mayoría de países de la OCDE, ya eran más las mujeres con estudios superiores que los hombres. En nuestro país, desde 2001 las mujeres superan a los hombres tanto en educación secundaria como en universitaria. En 2015 se graduaron en la universidad un 37% más de mujeres que de hombres. En Aragón las mujeres que tienen una titulación superior superan en cuatro puntos a los hombres.

Ante este cambio los demógrafos y sociólogos se preguntaban si estas nuevas generaciones de mujeres optarían por no emparejarse. La respuesta, si nos atenemos al informe, es que no. Si la homogamia (mismo nivel educativo en la pareja) es lo más común en la sociedad actual, la hipogamia (ella está más preparada) se ha impuesto a la hipergamia (modelo tradicional), lo que significa que las mujeres han decido emparejarse ‘hacia abajo’, antes que optar por la soltería.

Ya en el siglo XVIII, Rousseau, en su obra ‘Emilio o de la educación’ (1792), escribía que es importante para un hombre que tenga educación casarse con una mujer que se cultive, pues permite poder mantener con ella un diálogo coherente y puede también guiar sabiamente a sus hijos. Pero, a continuación, dice "preferiría cien veces más una joven sencilla y vulgarmente educada, que una joven sabia y espiritual, que llegase a establecer en mi casa un tribunal de literatura del que se hará la presidenta. Una mujer de esa clase es la plaga de su marido".

Parece que la situación ha cambiado y son el grupo de personas con menos estudios las que con más facilidad quedan excluidas del mercado matrimonial. Crece el número de los que se quedan en el banquillo del mercado matrimonial. Este factor ha ido cambiando el mercado del emparejamiento y, según señala dicho informe, este incremento en la educación de ellas ha hecho subir los "estándares mínimos aceptables" para buscar pareja. También en las últimas décadas ha descendido la necesidad de las mujeres de casarse por motivos económicos y, en este nuevo paisaje que se conforma, los hombres con menos estudios son los principales perdedores. Observando la composición de las parejas con niveles educativos diferentes en el mapa de la OCDE, en 14 países de los 24 estudiados son mayoritarios aquellos en las que ellas tienen una cualificación más alta. Así la educación se ha convertido en un bono en el mercado del emparejamiento.

Siempre pensé que el arma más poderosa para lograr la igualdad era la educación, pero no imaginaba dicha repercusión en el modelo de emparejamiento que detecta dicho informe.

Una mujer, aragonesa rompedora de normas fue Josefa Amar y Borbón, que publicó ‘Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres’ (1790), que la sitúa como una adelantada en la historia del feminismo español. Ella vivió en unos años en los que Europa despertaba a las luces de la Ilustración. Una época que consideraba que el hombre podría alcanzar el progreso social y político mediante la educación. En su obra ella defendió que en la instrucción de las niñas se las debía concienciar para elegir entre el convento y el matrimonio, y que a la hora de fundar un hogar se hiciera sobre una misma igualdad cultural respecto al hombre. Para ella, un matrimonio siempre llevaba a la mala armonía, con lo que las mujeres debían estar preparadas. Ahora bien no sobrepasó los límites impuestos por la sociedad, los cuales aceptó para no alterar el orden social, aunque siempre convencida de que esos límites eran convencionales, siendo la educación la que podía cambiarlos, cuando fuese el momento y parece que el momento ha llegado.