El Aragón que vio y retrató Otto Wunderlich se adueña de las salas del Cuarto Espacio

Una exposición reúne en Zaragoza casi un centenar de imágenes que tomó entre los años 1918 y 1930.

Calatayud. Posada de la Dolores.
Calatayud. Posada de la Dolores.
Otto Wunderlich

En 1929 Paulino Masip publicaba en la revista ‘Estampa’ un artículo en el que aseguraba que "el viento y el sol son el símbolo del alma aragonesa". Y ese artículo estaba acompañado con imágenes de inusual belleza tomadas por Otto Wunderlich.

El fotógrafo alemán, que llevaba entonces 15 años afincado en España, fue un viajero impenitente que recorrió el país de punta a punta andando, en bicicleta o en moto. Ahora, las salas de exposición del Cuarto Espacio de la Diputación de Zaragoza albergan una muestra que recoge el testigo del artículo de Masip: ‘Aragón: alma y paisaje’.

La muestra incluye 92 imágenes de las más de 200 que llegó a realizar el fotógrafo alemán en sus cuatro viajes por tierras aragonesas. Todas las fotografías proceden del Archivo Wunderlich, gestionado por la Fototeca del Patrimonio Histórico del Instituto de Patrimonio Cultural de España (IPCE).

La exposición coincide con la celebración de las II Jornadas sobre Investigación e Historia de la Fotografía. Y llega a Zaragoza cuando se cumplen 25 años de otra muestra histórica, ‘Ciudades del siglo XIX. La España de Laurent’, que se celebró en el palacio de Sástago.

‘Aragón: alma y paisaje’ refleja especialmente la sensibilidad que Wunderlich demostró en los géneros del retrato a pie de calle y de la fotografía de montaña, en los cuales consiguió verdaderas obras maestras, hasta hace unos años apenas conocidas por los aficionados a la fotografía.

"Wunderlich realizó cuatro viajes a Aragón a lo largo de su vida –señala Óscar Muñoz, comisario de la exposición junto a Alejandro Almazán, ambos del IPCE–. Y en total tomó 242 imágenes. Hemos elegido las más significativas para la exposición".

Aragón, de punta a punta

En el primero de esos viajes visitó Tarazona y Vera de Moncayo; un año más tarde Teruel, Daroca, Calatayud y los Pirineos, que recorrió junto con miembros de la Sociedad Alpinista Peñalara; en 1924 le tocó el turno a la ciudad de Zaragoza; y en 1930 recorrió ciudades y enclaves de las provincias de Zaragoza y Teruel: Albarracín, Pozuel, Calatayud, Daroca, Alhama, Nuévalos y el Monasterio de Piedra, entre otros.

La exposición inaugurada ayer recorre todos y cada uno de estos enclaves, aunque el orden en el que se han dispuesto las imágenes es más temático que cronológico.

En la planta calle, el viaje a los Pirineos; abajo, el resto (también aparecen Biescas, Panticosa, Sallent, Graus o Benasque), con un apartado especial dedicado a los retratos.

"Wunderlich tenía un sentido espectacular de la observación de la naturaleza –destaca Óscar Muñoz– y un gran rigor por la imagen. Pero también era un retratista excepcional. Si hay una faceta que le distingue sobre otros fotógrafos de su época es el hecho de que tenía una tendencia natural a fijarse en el ser humano".

Otto Wunderlich fue testigo de los acontecimientos que supusieron la modernización de la España de 1900 en ámbitos como la implantación de la industria. Como fotógrafo, conoció de un modo muy directo la vida española, tanto la urbana como la rural. En el conjunto de su obra supo atrapar, con una mirada amplia, la tensión entre lo moderno y lo antiguo.

El recorrido finaliza en una sala con contenido muy especial, ya que exhibe dos de las cámaras que utilizó el fotógrafo en su trabajo, junto a alguna placa de cristal, sus positivos, e incluso un cuaderno de apuntes en el que tomaba datos concretos de cada una de las imágenes que captaba.

Wunderlich era un extranjero enamorado de España, que trabajó para editoriales como Labor o Espasa y para revistas como ‘Blanco y Negro’.Un fotógrafo de calidad extraordinaria y con un ojo excepcional para jugar con las luces y sombras que le ofrecía la naturaleza. Y la visión que ofreció de España, y sobre todo del Aragón de principios del siglo XX, era la de un extranjero que no era turista, sino que se movía por un país que conocía y quería, incluso a pesar de sus defectos.

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