El láser resucita las catacumbas

La tecnología permite que los frescos de los enterramientos de la familias ricas romanas convertidas al cristianismo recuperen su esplendor.

Representación de Noé y el Arca.
El láser resucita las catacumbas
Pontificia Comisión de Arqueología Sagrada

Para los romanos del siglo IV, Jesucristo no tenía barba ni se había dejado el pelo largo. Lo llevaba en cambio corto y lucía un rostro lampiño. Vestía además como cualquier romano de importancia de la época: con una túnica de color claro decorada con una franja roja sobre el pecho derecho. Esta representación inesperada de Cristo la encontramos en el Cubículo de los Horneros, una de las mayores joyas de las catacumbas romanas de Santa Domitila, cuyos frescos acaban de ser restaurados utilizando el láser. Esta tecnología permite retirar la oscura costra de sedimentos, musgo y suciedad que se ha adherido durante siglos a las pinturas sin riesgo de dañar los colores originales.

"El láser elimina la pátina negra con total respeto a la obra. Se utiliza incluso para eliminar partículas en un material tan delicado como la seda", explica la arqueóloga Barbara Mazzei, miembro de la Pontificia Comisión de Arqueología Sacra, la institución vaticana que se encarga de la conservación de las catacumbas romanas. En las de Santa Domitila ha dedicado estos últimos años 60.000 euros para rehabilitar con láser dos de los cubículos más valiosos de una compleja red de enterramientos cuyos pasillos se extienden más de 12 kilómetros: el de los Horneros y el que los arqueólogos han llamado 'de la Introducción' tras descubrir gracias al láser el mensaje que transmiten sus frescos.

"Es una escena rara", dice Mazzei. En el centro del techo abovedado se ve dentro de un medallón a ese Jesucristo algo naíf que gustaba a los artistas de entonces con un santo a la derecha y otro a la izquierda. "Pueden ser San Pedro y San Pablo o tal vez Nereo y Aquileo". Estos dos antiguos soldados romanos se convirtieron al cristianismo, lo que les acabó costando el martirio. Su sepultura en esta zona al lado de la vía Ardeatina propició el nacimiento de las catacumbas, pues miles de cristianos quisieron que los enterraran lo más cerca posible de ellos. Junto a estas tres figuras hay otras dos imágenes de menores dimensiones. Representan la entrada en el mundo celestial de los dos ricos que pagaron la construcción y decoración del cubículo. "Eran personas de la alta sociedad (cuenta Mazzei). Probablemente pertenecían a la Annona, la institución estatal encargada de la gestión del trigo".

A estos dos espacios de sobrecogedora belleza se llega después de un recorrido propio de una película de Indiana Jones. Primero hay que descender una empinada escalera y luego recorrer detrás del guía una endiablada red de estrechos pasillos con nichos a uno y otro lado. "Espero que alguien haya ido dejando migas de pan por el camino. Como nos perdamos, no sé cómo vamos a volver a salir", bromea uno de los visitantes después de perder la cuenta de cuántos giros a derecha e izquierda ha dado desde que entró en las catacumbas. Tras concluir el lunes su restauración, los dos cubículos fueron mostrados a un grupo de periodistas. El público en general tendrá aún que esperar para disfrutar de estas maravillas, pero encontrará en cambio un nuevo y pequeño museo con interesantes restos de sarcófagos.

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