Cervantes, desterrado

El Día del Libro nació como un homenaje español a Miguel de Cervantes y tuvo su centro en Barcelona, por impulso del editor valenciano Vicente Clavel Andrés.

Hace años que el expresidente y defraudador fiscal Jordi Pujol dijo en público que gustaba de Cervantes, pero que no lo consideraba tan propio como a otros autores que escribieron en catalán. Visto con distancia, parece que aquello fuera una consigna, una incitación a insistir por ese camino. No contaba, por cierto, con el hallazgo revolucionario que, por sugerencia de un enfebrecido enredador profesional llamado Jordi Bilbeny, ha hecho un seguidor suyo, de nombre Miquel Izquierdo: Miguel de Cervantes se llamaba, en realidad, Joan Miquel Servent, era de Jijona y el Quijote que conocemos no es sino una traducción al castellano –repleta de catalanismos, además– del original censurado y destruido para atribuir su mérito a la Corona de Castilla. Otro tanto ha ocurrido con Shakespeare, igualmente jijonenco, puesto que Servent/Cervantes y él eran la misma persona. A tal conclusión se llega con aplicación de reglas alfanuméricas masónicas a sus textos y todas estas revelaciones están al alcance del vulgo en una obra editada por la marca Llibres de l’Índex.

Al conocer estas majaderías, que en casi toda Cataluña, como en el resto de España, causan risa, cuando no vergüenza, imaginé que acaso estos placeados ‘investigadores’ lograrían, al fin, que en las Ramblas barcelonesas y otros lugares catalanes característicos del día de San Jorge y del Libro, se hablase un poquito de Cervantes, ya que podría ser admitido, siquiera provisionalmente, como un gran escritor nacido en ‘els Països Catalans’. Pero no ha sido así. El Día del Libro ya no tiene relación visible con Cervantes.

Pura coincidencia

Muchos saben que la fiesta, hoy mundial, del Libro (Unesco, 1995) nace en España, por obra de un editor valenciano. También es sabido que se celebra el 23 de abril –al comienzo no fue así– por ser la fecha de la muerte, en 1616, de dos escritores españoles, peninsular el uno y americano el otro, y de un tercero inglés: Cervantes, Garcilaso de la Vega el Inca y Shakespeare. Ya se va difundiendo que fallecieron en la misma fecha, pero no en el mismo día, puesto que el calendario católico iba diez jornadas adelantado sobre el anglicano desde 1582 (reforma por el papa Gregorio XII, llamada gregoriana, del calendario juliano, establecido en Roma por César en el año 46 a. C.). Así, el 23 de abril en Inglaterra fue 3 de mayo en los países católicos. Y, en fin, se va difundiendo poco a poco que Cervantes no dejó el mundo el 23 de abril, fecha de su sepelio, sino la víspera. Para remate: que se celebre el 23 de abril a san Jorge, apeado casi totalmente del santoral católico en una mayoría de países donde no se le venera especialmente, es pura coincidencia, un azar del calendario.

El inventor

El inventor del Día del Libro, Vicente Clavel Andrés, nacido en 1888, tenía tal devoción por Don Miguel que llamó Cervantes a su editorial valenciana. Mudó el negocio a Barcelona, donde creó la Casa de Valencia y fue cofundador de la Cámara del Libro, desde cuya plataforma se acabó logrando, en colaboración con la equivalente de Madrid, que en 1926 se decretara la existencia del Día del Libro. San Jorge (liberador de doncellas casaderas) era cosa de novios que obsequiaban flores a su amada. Cervantes añadió el libro a la jornada.

Inicialmente, se propuso llamarlo Día del Libro Español para el fomento de la lectura. Nuestro país tenía entonces mayoría de población analfabeta, absoluta o funcional. La fecha inicial fue la del 9 de octubre, día hipotético del nacimiento del genio (fue el de su bautismo; quizá naciera el 29 de septiembre, fiesta de su onomástica). La unión con San Jorge llegó en 1930 y así sigue.

Cervantes ya no pinta nada ni en el Sant Jordi ni en el San Jorge oficiales. Ni aun el Premio Cervantes se entrega en ese día, por comodidad. Barcelona y los catalanes le deben bellos elogios en varias de sus obras (aunque, claro, hay que leerlas para encontrarlos). Don Quijote, que lo ha pasado requetemal en Barcelona, dice: "Aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella [pesadumbre], solo por haberla visto". O bien: "Es condición natural de la nobleza catalana saber ser amigos y favorecer a los extranjeros que dellos tienen necesidad" (‘Las dos doncellas’). Y así: "Los corteses catalanes, gente enojada terrible, y pacífica suave; gente que con facilidad dan la vida por la honra y por defenderlas entrambas se adelantan [superan] a sí mismos" (‘Persiles’).

Coda quejumbrosa

El 23 de abril no vi en los medios públicos catalanes alusiones a Cervantes. Esa inquina nacionalista se hace ignorancia en Madrid y Zaragoza: nada tampoco referido a Cervantes en las noticias de TVE y de la televisión de Aragón. Es como para pensar seriamente si esta ruda generación nuestra se merece a Don Miguel.