Inmersión circense

Una caravana inglesa de 1939 invita a los huéspedes a vivir el Circo Histórico Raluy desde dentro. Sus paredes destilan recuerdos y las ventanas se abren a la rutina diaria del equipo que engrana el espectáculo.

Señoras, señores, el espectáculo en el Circo Histórico Raluy va a dar comienzo, pero no hace falta desplegar el telón, ya que el ‘show’ en una de las carpas con más solera de España empieza tras cruzar la valla del recinto. La exclusividad es un valor que está en alza; los negocios, desde la industria textil hasta la gastronómica, saben distinguirse, y la familia Raluy también ha llevado hasta el circo una experiencia única.


El equipo nómada lleva 44 años con su carpa en movimiento. Su aldea, instalada ahora en el Parquin Sur de lo que fuera la Expo zaragozana hasta el 29 de enero, esconde lo mejor del pasado, presente y futuro de una familia que ha encontrado en la magia del circo su identidad.


 


Casi siempre afincados en Cataluña, comenzaron a recibir visitas desde otros puntos de la península. "Muchos nos preguntaban por un alojamiento cercano a nuestras instalaciones", cuenta William Giribaldi, jefe de pista, así que Carlos Raluy, cabeza de familia, vio en ese interrogante una oportunidad de negocio.


Una caravana de 1939 de estilo británico, que antiguamente servía de vivienda, ha sido adaptada como un confortable hotel de cuatro ruedas. Los Raluy fueron a buscarla a Preston en el 2009 y tardaron un par de meses en restaurarla y acondicionarla. Tiene el encanto de la vida circense, ya que se divisan por las ventanas las luces de la carpa, se escucha el ruido de los coches que rodean el recinto y se siente al cierzo como mecedora, pero dispone de todas las comodidades de una instalación hotelera.

Siete años de negocio

El hotel fue puesto en marcha en el 2010. Al abrir la puerta de la ‘roulotte’ se accede a un salón completamente equipado: dispone de calefacción, televisión, minibar, cafés e infusiones gratuitos ofrecidos por la dirección y un sofá cama. Además, el alma de la familia Raluy queda plasmada en una fotografía que preside la vitrina del salón, donde se puede ver a Lluis Raluy, padre de Carlos, en el cañón del hombre bala.


En la izquierda del carromato se encuentra una amplia habitación de matrimonio que contiene cuatro libros que relatan la historia de los Raluy, para que los huéspedes se sumerjan en el entorno en el que van a pasar la noche. La caravana la completa una habitación doble con literas y un cuarto de baño modernizado, que consta de lavabo, ducha y retrete.


El carromato se debe dejar recogido a las 12.00 del día de salida, y su precio es de 200 euros más 50 euros por cada cama supletoria. Las reservas se pueden realizar a través de su página web www.raluy.com. Por el momento no disponen de wifi ni servicio de comidas, pero tal y como cuenta el jefe de pista, están estudiando ofrecer desayunos y cenas en la caravana destinada a cafetería próximamente.


Según Giribaldi, los que quieren instalarse en el Raluy "buscan nuevas experiencias". Cuando llegan al recinto, son recibidos por Globò, un hospitalario payaso que les guía por los exteriores, un museo sobre ruedas gracias a las ‘roulottes’ clásicas que han ido recopilando. Durante el recorrido, los huéspedes pueden ver trabajar al equipo del Raluy en el mantenimiento de las instalaciones e inspeccionar la caravana que hace las veces de camerino.


El payaso también se esmera en explicar el origen de la familia Raluy y sus generaciones, así como el funcionamiento de la vida circense. Hasta las 9.00 no se pueden hacer ruidos para no interrumpir el descanso, pero desde esa hora, la actividad no cesa. Los cafés vuelan y se escuchan conversaciones que intercalan el ingles, el francés y el ruso, porque entre los 40 miembros del Raluy hay 17 nacionalidades.


Cada visitante llega al circo con ideas preconcebidas, por lo que las reacciones son desde frustración hasta sorpresa. "Somos un pequeño pueblo, no una gran familia que convive las 24 horas", señala Globò. Los miembros del equipo se sienten como en casa en sus caravanas y, en ocasiones, la vida común es reducida, aunque se intensifica en verano, cuando el tiempo acompaña.


Tras el recorrido exterior, Globò conduce a los visitantes al interior de la carpa para disfrutar de los ensayos. En directo se aprecia la perfección, pero en las horas previas a las actuaciones se ve el esfuerzo que hay detrás de cada número, los estiramientos necesarios para tener el cuerpo a punto y cómo los golpes y las caídas forman parte de su realidad.


La visita continúa a las 17.00, momento en el que el payaso explica el interior de la carpa, que dispone de 750 localidades, un decorado estable propio del circo tradicional y un diámetro de pista de 9 metros.

Entre bambalinas

El momento cumbre de la estancia comienza cuando se abre el telón. Los huéspedes pueden disfrutar desde las butacas del palco del espectáculo que han estado viendo ensayar por la mañana. El chandal se cambia por elegantes trajes donde no faltan las lentejuelas, y los rostros al natural se tunean con maquillaje, pestañas postizas y narices rojas.


Además, los visitantes del hotel tienen libertad de movimiento durante la actuación: pueden caminar por detrás de las gradas hasta llegar al ‘backstage’. Allí se ven los nervios, la concentración, bailes improvisados al ritmo de la batería que divisa desde lo alto los números, estiramientos en albornoz para hacer frente al invierno zaragozano, abrazos, choques de palmas, carantoñas y vaciles para romper la tensión.


Los huéspedes van al circo a sentir. A ver las luces que adornan la carpa y los trajes que visten los artistas; a oír el compás de la batería, la concertina de Globò y las carcajadas de los espectadores; a oler las palomitas antes del espectáculo y la historia que guardan las caravanas; a saborear el algodón de azúcar y los cafés e infusiones preparados con cariño en un carromato de 1925; y a tocar los asientos de terciopelo rojo y los objetos de los artistas entre bambalinas.


Los Raluy son los únicos que permiten vivir la realidad circense en primera persona; prestan las llaves de su vida y dejan indagar en los rincones desconocidos. El telón se cierra y las llaves se devuelven, pero las puertas de la familia Raluy siempre estarán abiertas para los que busquen sonrisas y emoción.

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