“La familia es refugio y jaula”

Rodolfo Notivol presenta y firma este lunes en Monzón su novela familiar ‘Vaciar los armarios’ (Xordica).

Rodolfo Notivol se ha inspirado en su propia familiar para contar una historia de padres e hijos en Zaragoza.
Rodolfo Notivol se ha inspirado en su propia familiar para contar una historia de padres e hijos en Zaragoza.
José Miguel Marco

Rodolfo Notivol (Zaragoza, 1962) publicó los cuentos de ‘Autos de choque’ en 2003, piezas de la memoria y la evocación que transcurrían en el barrio de Montemolín. Trece años después ofrece una ambiciosa novela familiar: ‘Vaciar los armarios’, casi 400 páginas que abordan la vida de una familia con nueve hijos a lo largo de 80 años. Presenta hoy el libro en la Feria del Libro Aragonés de Monzón, a las 19.00, con ‘Una ilusión’ (Xordica) de Ismael Grasa.


-Trece años de silencio desde ‘Autos de choque’ (Xordica, 2003) ¿Cómo se explica tanto tiempo?

Porque soy muy vago. Ja, ja. No, en serio, cada escritor tiene su ritmo. Pero, además, después del primer libro puede ocurrir: inseguridades, dudas, más de un proyecto a la vez, avatares personales… Se han juntado muchas cosas. Pero sí, es cierto que han sido demasiados años.


-Creo que le ha dado varias vueltas a distintos proyectos. ¿Cuándo y cómo se impuso ‘Vaciar los armarios’?

Sí, trabajé en dos proyectos a la vez. El que no salió requería de mucha documentación, viajes, visitas a archivos, entrevistas, etc. Perdí mucho tiempo con él y espero que cuaje algún día, aunque de momento está parado. Mientras, en los tiempos muertos de aquel proyecto, esta novela siguió avanzando y se impuso casi sin darme cuenta.


-¿Qué tipo de novela buscaba?

Creo que la novela es el arte de lo concreto. Mi idea inicial era hablar de las relaciones familiares. Todas las familias se parecen un poco, pero a la vez todas son distintas, tienen sus matices. Y hay dos factores que influyen mucho en que así sea: el espacio y el tiempo, los saltos generacionales y el lugar en el que ocurren, lo que conocemos como contexto. La familia de la novela solo podía ser como es en Zaragoza y en un tiempo histórico determinado: los ochenta años que van desde la guerra civil hasta la década pasada. Era inevitable relatar ambas cosas a la vez.


-¿Pretendía hacer una novela clásica, de saga, de personajes, sin énfasis, pero con muchos acontecimientos?

Sí. Me gusta narrar sin aditivos, sin dar demasiadas explicaciones. Se parece más a la vida, que nunca se está quieta y en la que no siempre hay una razón que explique lo que ocurre. Mi intención es que el lector se emocione y reflexione. Y, por supuesto, como autor, pretendo condicionar esas reacciones. Pero lo importante es que los hechos que se cuentan lleven a ese lector a hacerse preguntas, no que el autor le imponga una respuesta concreta. Entre otras cosas, porque si la tuviera a lo mejor no escribiría novelas.



-La que cuenta este mosaico familiar es Marina, una de los nueve hijos de la pareja principal.

Desde el primer momento quise que la narradora fuera una mujer. Mi experiencia personal es que son las mujeres quienes guardan la memoria familiar. Y Marina, aunque sea la segunda hermana, de alguna forma es la mayor de la familia, la testigo de todo lo que ha ocurrido en ella durante décadas. Además, es una mujer, como muchas de esa generación, educada en resistir, y para resistir hay que saber de dónde vienes y adónde quieres ir. Creo que eso ella lo tiene muy claro y de ahí saca su valor y su tenacidad.


-¿Cómo definiría a la madre, tan fuerte y a la vez contradictoria, del libro?

Es una mujer zarandeada por la vida y atrapada en una situación que no desea, pero de la que tampoco se ve capaz de salir. Sus hermanos han muerto fusilados o se han exiliado, ella es la única que permanecerá en la ciudad, casada con un hombre conservador y con nueve hijos. Eso le agría el carácter y la convierte a veces en brutal. Pero también en una mujer frágil y confusa, que se muestra incapaz de expresar sus afectos y que vive los momentos de felicidad velados por un sentimiento de culpa, como si ser feliz fuera algo que estuviera mal.


-¿Y el padre?

El padre es un hombre conservador, que pasó por la legión, con unos rasgos masculinos que la época en que vive le empuja a creer como legítimos: mujeriego, jugador… Pero que también es capaz de no estar de acuerdo con las situaciones que se producen después de la guerra, de sentirse culpable por ellas o de ser cariñoso con sus hijos.


-¿Cabría decir que todos eran supervivientes?

Sobre todo, en el caso de la generación de los padres. Como pasa en los naufragios, y aquel era un país naufragado, cada uno se agarra a lo que puede para salvarse. La generación posterior, nacida en los años treinta y cuarenta, más que sobrevivir lo que quiere es huir. Hay en ellos un afán de progreso, de salir de aquella situación de miseria en la que viven sus primeros años, que a algunos les lleva a cometer errores. Y ahí surgen algunas de las preguntas de la novela: ¿es justificable cualquier conducta, en una situación política y social como aquella, para salir adelante? ¿Los errores cometidos son solo achacables al contexto o hay también una responsabilidad individual en ellos? De todas formas, la historia no acaba con la posguerra y el franquismo, abarca también treinta años de democracia y esa es otra de las cuestiones que pretendía plantear: si la situación actual, cuarenta años después, tiene o no raíces en problemas colectivos o individuales mal resueltos entonces.



-¿Qué fue lo que más le llamó la atención en esta recuperación de formas de vida, de silencios, de ecos del franquismo?

Muchas cosas: la miseria material y moral, la existencia de una realidad oficial y otra real, la discriminación (segregación, diría yo) de la mujer… Un ejemplo: las mujeres tenían prohibida la entrada a los cafés donde hubiera baile hasta los veintitrés años y, en caso de delito de adulterio, la pena habitual para la mujer era el destierro, mientras que el hombre quedaba libre.


-¿Cómo se prepara un libro con tantos personajes?

No me resultó difícil. Mi familia es extensa y partí de referentes reales cuyas vidas he ido transformando y manipulando para convertirlas en otras distintas, en las vidas ficticias de los personajes.


-Hay una cierta cartografía sentimental de cine, salas, espacios. El Alaska, el Ambos Mundos, la importancia de los barrios, el pasaje Palafox…

Llegué a hacerme con un plano del hospital provincial en los años cuarenta y con fotografías de algunas calles, como la avenida de Goya cuando era una trinchera socavada por la vía del tren, o de cafés y cines ya desaparecidos como el Teatro-circo o el Alhambra. Hay páginas en internet donde está todo eso. Luego, claro, me ha ayudado mucho la memoria de personas cercanas que vivieron esa época, como mi madre.


-¿Cuáles son los personajes que más le ha costado redondear?

Los que sentía más cercanos a la realidad. Siempre tienes presente el dilema moral de que alguien querido pueda sentirse representado en ellos y puedas llegar a herirle. Espero haber conseguido que eso no suceda.


-¿Cuál es la importancia de la política?

Este país vivió en la monstruosidad, en la no-política del franquismo durante cuatro décadas. Y, precisamente, eso daba trascendencia política a cualquier actitud que se mantuviera ante aquel sistema, fuera de resistencia, de aceptación o de pasividad. Por eso la política está más presente en la primera parte de la novela. Después, con la normalización democrática, pasó a ocupar un plano más secundario y pudimos pasar a ocuparnos, quizá en exceso, de otros asuntos.


-Hacia el final del libro hay una frase: “Me preguntó qué pasaba con esta familia: por qué todo el mundo abandonaba”. ¿Tiene respuestas el novelista?

No. Pero creo que la pregunta tiene que ver con otro de los temas del libro: la búsqueda de la felicidad. Me he encontrado con personas cercanas que padecen de una cierta incapacidad para ser felices. Y vuelvo a la pregunta de antes: ¿tiene que ver con el entorno en el que viven o es algo inherente a esas personas, algo que está en su genética? Creo que a eso se refiere el personaje. Pero, si te sirve, te diré que soy de los que piensan que la felicidad no se busca, se encuentra.


-¿Qué ocurre en la familia cuándo se abren los armarios?

Que uno se ve a sí mismo. Creo que las relaciones humanas más complejas son las familiares. En ellas el cariño es algo obligado, y está bien que así sea. Pero eso también da lugar a tensiones. La familia va contigo donde tú vayas por lejos que sea. No puedes desprenderte de ella porque, si lo intentas, de repente un día la descubrirás en tu rostro al mirarte a un espejo. Tiene algo a la vez de refugio y de jaula. Por eso los novelistas llevan siglos ocupándose de ella.


-Da la sensación de que ha querido huir de la vehemencia y ha optado por un tono sereno, sin aspavientos, terso, seguro...

Utilizo las palabras de cada día, que decía Natalia Ginzburg. Esa ha sido mi preocupación, intentar que la voz de Marina, la narradora, una mujer de ochenta años con casi todo su tiempo ya vivido, resultara conmovedora y a la vez creíble.



Lea el comienzo de 'Vaciar los armarios', de Rodolfo Notivol.

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