​David Mora y el toro Malagueño enloquecen a Madrid

El torero, que reaparecía en San Isidro tras dos años alejado de los ruedos por una cogida, cuajó una grandiosa faena.

David Mora, durante la corrida de este martes en San Isidro.
David Mora, durante la corrida de este martes en San Isidro.
Juanjo Martín

La tarde desprendía emoción ya desde antes del paseíllo. El regreso de David Mora al escenario en el que a punto estuvo de perder la vida en 2014 lo inundaba todo. Algunos ya calificaban de milagroso el mero hecho de volver a verle vestido de luces, de ahí la atronadora ovación que recibió nada más romperse el paseíllo.


Pero David demostró que no, que de milagros nada, que el durísimo trance de dos años apartado de la profesión, en los que el insomnio, los miedos, la incertidumbre y las lágrimas le han acompañado en sus noches de soledad, le han servido para hacerse más fuerte e ir forjándose como el héroe resucitado en el que se convirtió este martes en la plaza de sus sueños y, también, la de su peor pesadilla.


Porque también se merecía el madrileño que por fin le sonriera la suerte, poniéndole en su camino a Malagueño, un dechado de bravura, nobleza y calidad por los dos pitones, una torrente de inagotables y codiciosas embestidas, planeando siempre por abajo y con una profundidad y una emoción también extraordinarias.


Ese era el regalo que la vida, en deuda con él, le tenía guardado a Mora, que, para corresponderla, estuvo sublime de principio a fin.


Las cadenciosas verónicas del saludo, la gran suerte de varas de Israel de Pedro, la magnífica brega de Ángel Otero y un quite por gaoneras, réplica de otro por saltilleras de Roca Rey, dieron paso a un entrañable brindis al doctor Padrós, su ángel de la guarda por aquel entonces y uno de los artífices de que haya vuelto como si nada hubiera ocurrido.


Y del entusiasmo a la congoja en cuestión de segundos. La tremenda voltereta que sufrió en el cambiado con el que pretendió abrir faena hicieron que los fantasmas del pasado sobrevolaran por el albero mientras los tendidos enmudecían por completamente al ver al torero totalmente desmadejado.


Rehecho el hombre de la conmoción, no tardó ni un suspiro en descorchar la faena con un bellísimo prólogo con desmayados y trincheras a cámara lenta. La plaza, en pie, empezaba a caldearse, a sabiendas de que se estaba fraguando una obra grande que, al final, se convirtió en colosal.


Roto por completo desde el primer muletazo, el toreo a derechas fue una oda a la naturalidad, la torería, la cadencia y la hondura en la interpretación. Qué manera de descolgarse de hombros, de abandonarse y de vaciarse por completo para el enardecimiento de una plaza tornada en manicomio por la perfecta comunión entre toro y torero.


Faena siempre a más en ritmo, intensidad y emoción, y excelsa también al natural. Qué maravilla. No se podía pedir más. La estocada no cayó en el sitio, es verdad, pero tiró al toro sin puntilla. La plaza fue un estallido de pasión y el presidente, contagiado de tanto frenesí, sacó a la vez los dos pañuelos blancos para el doble trofeo y el azul para la vuelta al ruedo de Malagueño. Apoteósico.


El resto de la tarde no dio para mucho más. Los cinco toros restantes, con sus matices, no rompieron para adelante. Así el propio Mora apenas pasó de voluntarioso con el soso y apagado quinto; Roca Rey anduvo firme y valiente, pero sin llegar tampoco a nada del otro mundo; y Urdiales, con el peor lote en conjunto, pasó de puntillas.


FICHA DEL FESTEJO. Toros de Alcurrucén, de impecable presentación y de desigual comportamiento. Destacó el bravísimo, enclasado e inagotable segundo, de nombre Malagueño, premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre. De cortas e incómodas embestidas, el primero; encastado y complicado, el tercero; muy manso el cuarto; soso y sin humillar, el quinto; y áspero y deslucido el sexto. Diego Urdiales, de berenjena y oro: pinchazo, media tendida y delantera, y cuatro descabellos (silencio tras aviso); y estocada delantera (silencio). David Mora, de verde esmeralda y oro: estocada caída (dos orejas); y casi entera (silencio). Andrés Roca Rey, de grana y oro: estocada ligeramente desprendida y descabello (ovación); y estocada (ovación tras aviso). En cuadrillas, Israel de Pedro picó muy bien al segundo, al que bregó extraordinariamente bien Ángel Otero, que saludó también montera en mano tras banderillear al quinto. La plaza se llenó en tarde agradable y con viento, que, en ocasiones, se notó en el ruedo.

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