José Luis Melero: "Solo hablo de lo que he leído"

El escritor y bibliófilo publica ‘El tenedor de libros’, 123 artículos de literatura y bibliofilia que publicó en HERALDO.

José Luis Melero.
José Luis Melero.
Oliver Duch

“He creado en algunos de mis textos el personaje Melero, ese bibliófilo que sube por Sagasta dentro de un tonel porque ha tenido que vender hasta los pantalones para comprarse la colección completa de la primera ‘Revista de Aragón’ del XIX, y al que su mujer soporta a duras penas con cristiana resignación. Pero mis lectores saben que, excepto en esas pequeñas bromas, todo en mis textos es de verdad y sin imposturas, que solo hablo de lo que he leído y que, para bien o para mal, en mis libros está recogida toda mi vida de lector”, afirma José Luis Melero, que presenta este martes ‘El tenedor de libros’ (Xordica, 2015), una selección de 123 artículos que ha publicado en el suplemento ‘Artes & Letras’ de HERALDO y que presenta esta tarde en Los Portadores de Sueños con Ignacio Martínez de Pisón y Fernando Sanmartín.


- ¿Qué extrañas o dramáticas cosas pueden suceder cuando uno piensa en las musarañas?

Puedes morir atropellado como les ocurrió a Gaudí, a Pierre Curie, al editor Víctor Seix (por increíble que parezca se llamaba Adolf Hitler el conductor del tranvía que lo atropelló), a Kurt Wolff (el primer editor de Kafka, y el editor de Robert Walser o de Joseph Roth), a Ricardo del Arco en Huesca o a Pilar Bayona en Zaragoza. El primer texto que abre el libro habla de esos personajes que murieron trágicamente por ir pensando en las avutardas. Es muy peligroso ir pensando en tus cosas cuando cruzas un semáforo en rojo.


-¿A cuántos ‘nefelibatas’ ha conocido?

-A unos cuantos. ‘Nefelibata’ es cultismo con el que se designa al hombre soñador, al que vive en las nubes. Rubén Darío se llamaba a sí mismo nefelibata. Los que hemos tratado a poetas desde nuestra adolescencia sabemos muy bien que entre ellos hay unos cuantos nefelibatas. Ninguno en cualquier caso del alcance y tronío de mi querido Emilio Gastón, a quien dedico un texto lleno de cariño y admiración. La pareja que forman Emilio y Mari Carmen Gascón es una de las cosas más tiernas y entrañables de la ciudad. No descubro en cualquier caso nada nuevo, pues Emilio se ha llamado a sí mismo “nubepensador”.


-¿Qué significó para el periodismo Andrés Ruiz Castillo?

-Andrés Ruiz Castillo dedicó toda su vida a ‘Heraldo de Aragón’. Era la viva historia de este periódico y trabajó en él hasta cumplidos los 80 años. Era entonces su subdirector y llevaba sesenta años en la casa. No habrá un caso igual en el periodismo español. Cubrió como enviado especial los consejos de guerra de la sublevación de Jaca, entrevistó a Buñuel en 1930 tras el estreno en Zaragoza de ‘Un perro andaluz’; fue amigo de Fleta y escribió una biografía suya…, y sufrió la represión del franquismo, que le retiró durante algún tiempo el carné de periodista. Fuimos vecinos en los últimos años de su vida y tuve la suerte de hablar mucho con él en la biblioteca de casa y de que me contara un montón de cosas. Ruiz Castillo huyó de los elogios pero trató de merecerlos, y de él hubiera podido escribirse en su epitafio lo que Moneva escribió de Filomeno Mayayo, otro ilustre periodista de ‘Heraldo’ y su director durante muchos años: “Mereció brillar. Lo evitó obstinadamente”.


-Los libros, como las drogas, pueden generar una adicción feroz. A veces se libraron batallas a bastonazos...

-La pasión por los libros, si no se controla, puede llegar a ser peligrosa. Hay un texto en el libro en el que cuento que el bibliófilo aragonés Juan Manuel Sánchez (el más importante que hubo en España a comienzos del siglo XX) se peleó a brazo partido con el librero Gabriel Molina, en la propia librería de éste, tras coger un libro que otro cliente había reservado previamente. Molina lo descubrió y le instó a dejarlo, Sánchez se negó y ambos se enzarzaron en una pelea en la que el bibliófilo aragonés, antes de marcharse victorioso, olvidó su bastón. Ese bastón habría de ser el que Molina utilizaría toda su vida, contaría Julián Barbazán.


-¿No miente cuando recuerda que no quiso regalarle a Mario Vargas Llosa una primera edición de ‘Los jefes’? ¿Se ha arrepentido de hacerlo?

-Claro que no. Es rigurosamente cierto. Vargas Llosa me la pidió amablemente porque en aquel momento no tenía ningún ejemplar de esa edición, y yo le contesté, también amablemente, que a un bibliófilo como yo no podía pedirle eso. Al final me dijo que él, en mi lugar, hubiera hecho lo mismo. Este año fui a verle representar ‘Los cuentos de la peste’ en Madrid y luego teníamos previsto cenar con unos amigos comunes. Traté de conseguirle otro ejemplar y regalárselo, pero no lo conseguí a un precio razonable. Pero tarde o temprano se lo regalaré.


-Recuerda a María Lucientes, Tita, que llegó a conversar con Agustina de Aragón...

-Era la criada de los padres del escritor Eduardo Marquina y sobrina lejana de Francisco de Goya. Había nacido en Zaragoza poco después de los Sitios y efectivamente había llegado a conocer a Agustina de Aragón y a conversar con ella. Lo que me llamaba la atención es que alguien como Marquina, que vivió hasta mitad del siglo XX, hubiera tenido en casa de sirvienta a quien había conversado con una heroína de los Sitios. Estas historias menudas, que tanto nos atraen, son las que no salen en los manuales y las que me gusta recuperar.


-¿Es la amistad, casi tanto como los libros, uno de los motores de su vida? Lo digo porque ‘El tenedor de libros’ está lleno de guiños y homenajes: a Javier Tomeo, a Labordeta (a quien le dedica este tomo), a Ciordia, a Chesús Bernal, a Javier Cercas, a José Luis Violeta, a Pinillos...

-Yo siempre presumo de que no he perdido un amigo. Los amigos son la familia que uno elige y, puesto que la eliges, debes ser leal y honesto con ella. A mí me gusta acordarme de mis amigos en los buenos y en los malos momentos y he escrito mucho sobre ellos. Además, porque los elijo, mis amigos son todos gente estupenda, merecedora sin duda de todo tipo de homenajes. O sea, que los que les hago son todos merecidos.


-Estamos en vísperas del Salón del Cómic de Zaragoza. En el libro recuerda a José Cabrero.

-José Cabrero Arnal nació en el Alto Aragón, en Castilsabás, en 1909, y fue un gran dibujante, caricaturista e historietista. Su padre fue fusilado en Huesca en 1939 y Cabrero se exilió en Francia tras la guerra. Apresado por los alemanes, estuvo preso en Mauthausen, donde se dedicó a hacer dibujos pornográficos para los oficiales alemanes. Aquello al parecer le salvó la vida. Liberado en 1945, llegó a París y él, que siempre había sido un libertario, comenzó a dibujar para la prensa comunista y se convirtió en uno de los dibujantes más populares de Francia, tanto que Michel Houellebecq lo recuerda en uno de sus grandes libros, ‘Las partículas elementales’. Murió en 1982 sin haber regresado a España, olvidado por casi todos. Yo he tratado de contribuir a recuperar su memoria.


-El volumen tiene algo de elegíaco: anuncia la desaparición de un tipo de bibliófilo y de los buscadores de libros.

-Se ha perdido la emoción de salir de cacería. Ahora enciendes el ordenador y puedes comprar libros en cualquier lugar del mundo. Ahora las liebres y las codornices te las traen a casa sin tener que salir al monte. Un aburrimiento. Pero el visitar las librerías de viejo, los rastros y los mercadillos seguirá siendo siempre un placer incomparable. Porque nunca sabes qué te puede aparecer y con qué libro te puedes encontrar.

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