ELECCIONES 2008

¿Todos los votos son iguales?

Lograr un escaño en las circunscripciones menos pobladas no es más 'barato' que en las de mayor población.

Uno de los fundamentos sobre los que descansa el sistema democrático es una persona un voto. Del que se puede inferir que todos los votos, como las personas, son iguales. Pues no. No tiene las mismas consecuencias electorales una papeleta en Soria que en Barcelona; con un puñado de ellas se logra un escaño en la circunscripción castellana mientras que en la catalana hacen falta bastantes más. ¿Significa que el diputado soriano es más 'barato' que el barcelonés? Tampoco.


Un primer vistazo a los números sugiere que es menos costoso conseguir un diputado en Teruel, Soria o Segovia que en Madrid, Barcelona o Valencia. De acuerdo al censo electoral que se usará el 9 de marzo, y en el supuesto de que voten todos los inscritos, alcanzar un escaño en la circunscripción turolense requiere 38.058 sufragios, 38.674 en la soriana y 41.386 en la segoviana; mientras que para cosechar el mismo resultado por la circunscripción madrileña en el mismo supuesto se necesitan 128.240 votos, 128.387 en la barcelonesa y 126.600 en la valenciana.


El esfuerzo, sin embargo, es mayor en las provincias menos pobladas pues para conseguir un diputado en Teruel hay que reunir el apoyo de un tercio de los turolenses, lo mismo que en Segovia, y nada menos que la mitad de los votantes en Soria. Por contra, para obtener un parlamentario por Madrid es suficiente con el voto del 2,8% de los electores, en Barcelona basta con el 3,2% y en Valencia, con el 6,6%. Con el respaldo de un tercio del electorado, se obtienen 17 escaños en Madrid y 14 en Barcelona.


Esta situación se reproduce a la hora de repartir los escaños. De acuerdo a la ley d'Hondt, el tercer y último diputado por Teruel se consiguió en 2004 con 18.076 sufragios, en Soria fueron necesarios 22.287 y en Segovia se logró con 26.250. En cambio, el escaño trigésimo quinto en Madrid se alcanzó con 92.743 papeletas, el trigésimo segundo en Barcelona, con 90.573, y decimosexto en Valencia, con 78.515. El porcentaje de población, de nuevo, es inverso. Sumar ese último diputado en la circunscripción soriana requirió el voto del 28,3% de todos los emitidos en esa provincia, el tercero por Teruel exigió el apoyo del 15,5% de los sufragios y el de Segovia, el del 21% de los segovianos. En Madrid fue suficiente con el 2% de los sufragios depositados en las urnas, en Barcelona, con el 2,26%, y en Valencia, con el 4,17%.


A menos, más


La conclusión es obvia: a menos escaños más esfuerzo político. Los partidos, por tanto, centran sus esfuerzos electorales en los territorios más poblados, no sólo porque son los que tienen más disputados en liza sino porque también es más sencillo, en términos de población, el cambio de tendencia entre los votantes.


Donde menos se mueve el voto es en las circunstancias más despobladas, y el beneficiario de esta situación es el PP. En las anteriores elecciones, los populares fueron los más votados en siete de las ocho de las provincias menos populosas y que reparten tres escaños: Soria, Ávila, Palencia, Segovia, Cuenca, Guadalajara y Zamora. La excepción fue Teruel, donde el tercer escaño fue para el PSOE por primera vez en muchos años.


La máxima movilidad se da en las provincias más pobladas. En estos territorios ninguno de los dos partidos mayoritarios tiene una supremacía clara, aunque los populares también logran una leve ventaja. En las ocho provincias con más electores en 2004, el PSOE ganó en Barcelona, Sevilla y Málaga, mientras que el ahora partido opositor venció en Madrid, Valencia, Alicante, La Coruña y Asturias.


La estructura demográfica y el reparto de escaños puede dar lugar, además, a situaciones rocambolescas porque el modelo vigente prima las áreas rurales sobre las urbanas. Esta circunstancia se evidenció hace cuatro años, cuando el PP recibió un premio electoral más jugoso por los sufragios obtenidos que el PSOE. Cada diputado popular 'costó' 65.967 papeletas mientras que cada escaño socialista exigió 67.232 votos. La agudización de este fenómeno puede llevar a una paradoja de consecuencias políticas imprevisibles, que con menos votos se obtengan más diputados y se ganen las elecciones.