UN CASO POLÉMICO

Garzón resucita el fantasma de las 'dos Españas'

El Gobierno no ve todavía motivos para la inquietud, pero reclama serenidad para que los ánimos no se desborden.

Baltasar Garzón despierta sentimientos extremos, filias y fobias, y ese rasgo de su personalidad se ha manifestado con todo su esplendor en las últimas semanas. Gobierno y oposición, fuerzas políticas, la judicatura, y buena parte de los medios de comunicación se han dividido en defensores y detractores. Con el factor añadido de la irrupción del demonio de los demonios en este país, el franquismo. El cóctel, pues, ha resultado explosivo, como no podía ser de otra manera cuando confluyen un personaje que admite escasos matices y un tabú. El fantasma de las 'dos Españas' pugna por resurgir.

El más que previsible procesamiento en el Tribunal Supremo del juez de la Audiencia Nacional por haber incurrido en presunta prevaricación al investigar las desapariciones y crímenes del franquismo ha tenido la virtualidad de despertar el debate sobre las 'dos Españas' y reavivar un tufillo 'guerracivilista'. Cierto es que el clima solo ha cuajado en los sectores más radicales, y no ha prendido entre las fuerzas mayoritarias ni se ha instalado en la sociedad. Pero las luces de alarma se han encendido.

El Gobierno, por ahora, no aprecia riesgos de desbordamiento ni cree que haya motivo para la alarma. Considera compatible el ejercicio de la libertad de expresión con el respeto a la independencia judicial. Aunque la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, por si acaso, ha empezado a hacer llamamientos a la serenidad para que el asunto no salga del marco jurídico aunque tenga una apasionada lectura social.

Otros dirigentes políticos de distinto color político se muestran, sin embargo, más inquietos con la deriva. El presidente de Castilla-La Mancha, el socialista José María Barreda, urgió esta semana que terminen "los enfrentamientos fratricidas"; el líder del PP en el País Vasco, Antonio Basagoiti, exigió que acabe el debate sobre los vestigios del franquismo porque solo sirve "para levantar a las 'dos Españas' y desacreditar la transición"; mientras que el portavoz de los nacionalistas catalanes en el Congreso, Josep Antoni Duran i Lleida, mostró su "preocupación" por el resurgimiento de "las 'dos Españas' irreconciliables, que extreman sus posiciones y son incapaces de encontrar un punto en común".

En capilla

Entretanto, el juez de la Audiencia Nacional está en capilla de ser procesado. Garzón creía saber a lo que se exponía cuando el 16 de octubre de 2008 se declaró competente para investigar unas denuncias sobre personas desaparecidas durante la Guerra Civil y la ulterior dictadura. Pero erró el cálculo, sus elucubraciones ni siquiera repararon en que iba a abrir una caja de Pandora que como mejor está es cerrada.

Nunca pensó que él, el que investigó los desmanes de las dictaduras argentina y chilena, tuviera que hacer el 'paseíllo' de 300 metros entre la Nacional y el Supremo para explicar por qué se consideró legitimado para indagar sobre maldades similares en España.

Aquel paso ha traído estos lodos y ha situado a Garzón en boca de todos. Se ha convertido en el balón que unos y otros quieren rematar aunque sea en diferentes porterías. Los que desean poner fin a su carrera intentan marcar en la del Supremo; los que pretenden preservar su futuro profesional chutan hacia la de la calle. Mas los primeros llevan las de ganar puesto que la causa se dirime en sede judicial, y los segundos, a lo máximo que pueden aspirar es a la victoria moral, que consuela, pero no redime.

La presunta prevaricación cometida, sin dejar de ser relevante, se ha convertido con el paso de los días en la excusa para que muchos ajusten cuentas con el juez, un hombre de más enemigos profesionales y políticos que amigos. La controversia técnica sobre su competencia, los efectos de la ley de amnistía de 1977 o la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad se han quedado de puertas para adentro del Supremo. Fuera reina el griterío, la visceralidad y discurso de brocha gorda, ajeno a sutilezas procedimentales.

En el mundo togado muchos piensan que ha llegado la hora para un juez que, dicen, se mueve más cómodo en los casos de relumbrón que en el trabajo callado de los despachos, y que goza de un ascendiente social impropio, por encima de su valía profesional.