Suma y sigue

Ahora toca Copenhague. El nivel de perplejidad acumulado en el caso Puigdemont nunca alcanza el límite, no tiene techo. Se asemeja a esos grandes espectáculos circenses en los que cuando uno cree que ya se ha llegado al nivel máximo, siempre se apura hasta un último número extraordinario, el culmen del asombro. Aquí tenemos a Puigdemont haciendo funambulismo a cien metros de altura sin cerciorarse de que se ha subido sin red y que al final de la actuación le espera la Policía para conducirlo ante el juez. Mientras mantenga la atención y el foco, todo parece servir en un espectáculo cansino y con tintes ridículos solo apto para parroquianos e ingenuos. La crónica de la fuga de Puigdemont solo podrá narrarse desde la irracionalidad y la ilógica de una estrategia política suicida, que ha empobrecido a Cataluña y ha generado una ruptura social desconocida desde la Transición. Colocarse ya en los argumentos del Tribunal Supremo y en el supuesto acierto de la decisión de no detener al expresidente solo sirve para alargar un debate extraño sobre un hecho esperpéntico. Quieren investir a una pantalla de plasma. Un bochorno.