El 'régimen del 78' en 2018

Este año celebraremos el 40 aniversario de la Constitución Española, sin duda, el mejor periodo de la historia de España, que algunos designan despectivamente ‘régimen del 78’, los mismos que alaban una II República que acabó en una terrible guerra civil.

Este nuevo año que comienza celebraremos el 40 aniversario de la Constitución Española de 1978. Su aprobación en referéndum fue sin duda el punto central de la Transición, iniciada con la muerte de Franco en 1975 y culminada con la victoria del PSOE en 1982. Este breve periodo histórico supuso la culminación de un proceso más profundo de democratización de la sociedad española a lo largo de todo el siglo XX. Aunque fuese interrumpido por dos dictaduras, no pudieron frenar la corriente de fondo hacia una mayor libertad, igualdad y prosperidad para todos los españoles. Sin duda, la democracia constitucional nacida en 1978 es el mejor periodo de la historia de España. Cuando algunos la designan despectivamente como ‘régimen del 78’, casi dan ganas de reír. Cuando esos mismos glorifican la II República, que acabó en terrible guerra civil, casi dan ganas de llorar.

En efecto, nuestros 40 años de Constitución democrática son una historia de éxito. Pero las muchas luces no ocultan algunas sombras. Sin ir más lejos, la última década ha sido muy complicada. Los grandes problemas han sido sobre todo tres: crisis económica, corrupción política y desafío nacionalista. Este demencial tridente ha sido aprovechado por el extremismo político para intentar imponer sus tesis. Afortunadamente para nosotros, Podemos y los independentistas catalanes no han logrado sus máximos objetivos. Su estrategia de aprovechar el río revuelto para obtener su ganancia de pescadores ha resultado fallida. No es banal que coincidan tanto en sus críticas a la Transición y en su afán por dividir España. Como tampoco lo es que en nuestro país no se haya consolidado ninguna opción política de extrema derecha, cosa que sí les ha pasado a nuestros vecinos.

De este modo, España parece haber conjurado sus principales riesgos a corto plazo. Pero los nacidos en democracia no dejamos de advertir la ausencia de un gran proyecto nacional para nuestra generación. Por desgracia, nuestros abuelos tuvieron que hacer la guerra para defender la España en la que creían. Por suerte, nuestros padres hicieron la Transición de la dictadura a la democracia. Por suerte y por desgracia, nosotros no tenemos aún definido qué queremos hacer de España. Nuestra parte de suerte es que tenemos en nuestras manos concretar ese nuevo horizonte y que nos hemos criado en una España mucho más libre y próspera. Hemos accedido a la formación profesional y la universidad, hemos aprendido idiomas, hemos vivido en otros países y comprobado que somos como nuestros coetáneos europeos. Pero nuestra parte de desgracia es que, a pesar de nuestros esfuerzos, no hemos encontrado suficientes oportunidades. Cuando no estamos en el paro, ocupamos puestos con responsabilidades y salarios por debajo de nuestra cualificación. En parte, porque la generación anterior se quedó con las mejores plazas de funcionario y los puestos directivos de las empresas.

Nuestro proyecto puede ser la renovación de la Constitución y sus promesas incumplidas, que algunas también tiene. Eso será renovar nuestra democracia y a España misma. El nuestro tiene que ser un país europeo, moderno y sin complejos, que aúne tradición e innovación, y que aspire a ser la nación donde mejor se viva del mundo. Las recetas no son fáciles, pero muchos coincidimos en que a España le hacen falta mayores dosis de valores como autoestima, respeto, meritocracia y honradez. España es un gran país europeo, americano y mediterráneo, con gran impacto en el mundo y muchas ventajas para vivir. Pero tenemos una inveterada costumbre a no respetar suficientemente al otro. El amor no es obligatorio, pero el respeto sí. Además, tenemos que asegurarnos de que los puestos clave en nuestra sociedad son desempeñados por los mejores, no por los más amigos ni los más antiguos. La honradez en nuestra vida personal y colectiva es así mismo esencial, empezando por la de carácter intelectual. De esa renovación de valores nos beneficiaremos todos.