Aún estamos a tiempo

La apremiante escasez de lluvias de los últimos años ha hecho saltar las alarmas tanto en la sociedad como en los medios de comunicación. Y es que la situación no es para menos: la amenaza de la desertificación y la sequía van a acarrear importantes efectos negativos al tejido socioeconómico de nuestro país y a la riqueza de los ecosistemas. Estamos a tiempo para tratar de adaptarnos, e incluso para ayudar a revertir esta situación, pero solamente se logrará cuando la ciudadanía y la clase política dejen de percibir la sequía como un problema ajeno. No lo es, y explicamos por qué.

Que a lo largo de la historia ha habido algunos años más húmedos y otros más secos es algo que no se le escapa a nadie. El problema, sin embargo, surge cuando los años lluviosos empiezan poco a poco a menguar, y cada vez se encadenan más y más ejercicios con pocas precipitaciones, en muchos casos lluvias muy localizadas que caen en forma de tromba (aquello de ‘llover poco y mal’).

Esta es exactamente la situación que se está dando tanto en Aragón como en el resto del Estado español, así como en gran parte de la cuenca Mediterránea.

Llevamos tal racha de años consecutivos con una acumulación de precipitaciones inferior a la media que no va a quedar otro remedio que poner en marcha medidas de diverso tipo para hacerle frente, por muy impopulares que estas sean.

Las cifras que maneja el Ministerio de Agricultura, Pesca y Medio Ambiente dan miedito: al menos tres cuencas de importantes ríos se encuentran en estado de emergencia (Júcar, Segura y Duero), los embalses y pantanos están de media al 40%-45% de capacidad. Por si fuera poco, se calculan millones de pérdidas e indemnizaciones debido a la falta de agua en las cosechas y en algunas explotaciones ganaderas.

Otra consecuencia de esta falta de lluvias, quizá menos conocida por la mayoría, es la obligación de tener que activar plantas de ciclos combinados para quemar petróleo, carbón y gas y suplir así la falta de electricidad generada de manera natural por las hidroeléctricas. Y esto es la pescadilla que se muerde la cola, puesto que mediante esta actividad de generación, lanzamos aún más emisiones nocivas a nuestra atmósfera, que, por ende, terminan agravando más el cambio climático global, el verdadero causante de la tendencia a la alza de años secos en nuestra región.

Ante este desolador panorama es preciso cambiar el actual paradigma de concepción del agua. Debemos considerarla un bien escaso y muy preciado, gestionarla lo mejor posible para asegurar así un abastecimiento a toda la población, pero también para nuestros campos, animales y ecosistemas. A nivel personal es importante hacer un uso responsable del agua, y a nivel político, abrir un profundo debate con el mayor número posible de actores para lograr el máximo consenso sobre su uso y distribución. Nuestros políticos deben desenterrar sus cabezas de la arena y enfrentar esta incómoda tendencia antes de que tenga impactos irreversibles tanto en la naturaleza como en algunos de los sectores cruciales de la economía de este país.

Hay que hacer esfuerzos de continuo, ya que la gravedad de la situación así lo requiere. No basta con celebrar un Día Mundial contra la Desertificación y la Sequía (17 de junio, por cierto), y quedarse satisfechos. Además, no somos los únicos que estamos empezando a sufrir la cara más cruda de la sequía en nuestras vidas.

Existen muchos otros países que llevan tiempo dedicando esfuerzos de manera progresiva a abordar esta situación y desarrollando proyectos piloto cuyos resultados son alentadores y se podrían replicar en nuestra Península. Un par de ejemplos en este sentido los encontramos en Algeria o el Líbano, donde a través de la recuperación de técnicas de producción más tradicionales y sostenibles se está tratando de no dejar morir la economía de las regiones internas más afectadas por el imparable avance de la sequía y la desertificación.

Desde Amigos de la Tierra lanzamos un mandato a nuestros políticos para que dejen de ser testigos de piedra de este fenómeno y pongan en marcha los esfuerzos necesarios para evitar que, en un futuro no tan lejano, este país se convierta en un vasto erial, seco y totalmente echado a perder.