Puente de Montañana, el pueblo aragonés con una calle en Cataluña

En esta localidad tienen más cerca que nadie a la comunidad vecina, a la que pertenece parte del casco urbano.

Dos concejales con vecinos de uno y otro lado de la calle
Dos concejales con vecinos de uno y otro lado de la calle
R. Gobantes

Pocos lugares simbolizan tan bien las estrechas relaciones existentes entre las gentes que viven a ambos lados de la frontera entre Aragón y Cataluña como la localidad de Puente de Montañana, que reparte su término municipal y su caserío urbano entre ambas comunidades y en la que la delimitación entre los dos territorios se vuelve tan difusa que ni siquiera los propios residentes acaban de tener claro dónde acaba uno y comienza el otro.

Después de varias décadas de fortísima emigración, fundamentalmente a tierras catalanas, en la actualidad son unas sesenta personas las que residen permanentemente en esta localidad que vive de los servicios que genera su estratégica ubicación al pie de la carretera N-230 y de un incipiente sector turístico animado por el tirón del monumental núcleo medieval de Montañana y del cercano congosto de Montrebei. La población se llega a triplicar en épocas de verano y vacaciones y todos, residentes habituales y ocasionales, miran con preocupación no exenta de temor lo que ocurre en una Cataluña que ellos tienen más cerca que nadie, con solo dar un paso.

Atendiendo la invitación de HERALDO, los concejales José Périz y Mercé José May acompañaron a sus convecinos Miguel Mena y el matrimonio formado por Asun Díez y Felipe Ruiz. Ellos residen en la singular calle de Tremp, en la que una parte de las viviendas se encuentran físicamente dentro de Aragón y las de enfrente se levantan ya en territorio catalán, en el municipio de Tremp. Por supuesto, todos los servicios los reciben del Ayuntamiento de Puente de Montañana, pues el suyo está ubicado a más de 40 kilómetros, en un viaje que dura 50 minutos.

El caso extremo de estas singularidades en territorios de frontera se da en la conocida como Casa o Cal Potecari, cuyos inquilinos podían pasar de una comunidad a otra sin salir de su residencia.

Una situación anecdótica que de vez en cuando genera a sus habitantes algún que otro problema burocrático y que estos vecinos llevan con una normalidad no exenta de un punto de sana ironía. La división administrativa, que los presentes desean que siga siendo solo eso y no que se convierta en una frontera física, la simbolizan las dos piedras del mojón situado a la entrada de la calle, junto a la que posaron para esta fotografía.

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