Puigdemont hace agua

Cuando el insurrecto Puigdemont, periodista de profesión, se mofa frívolamente de España y su industria, incurre en felonía o en ignorancia culposa.

Un buque de guerra –no hablo de patrulleras– es un artilugio exigente y complejo que no muchos países saben fabricar. Los dos mayores buques de la Armada australiana, el ‘Adelaide’ y el ‘Canberra’, son gemelos. Cada uno pesa 28.000 toneladas, mide 230 x 32 metros y, según se tercie, puede alojar hasta 24 helicópteros y a mil hombres para desembarco. Con 250 tripulantes, navega 50 días sin repostar. Alcanza 20 nudos (37 km/h) y dispone de 3.400 metros cuadrados para cargar vehículos militares. Lleva, pues, un pequeño ejército a bordo, con rapidez y buen apoyo aéreo. Son obra de la española Navantia, que ganó un reñido concurso a la francesa DCN. Puigdemont dice que no funcionan.

Buques complicados

Da idea de su complejidad que solo para su propulsión, estos barcos necesiten tres sistemas distintos. Uno lo forman dos motores diésel Navantia; otro es una turbina a gas de General Electric; y el tercero, dos hélices de 4,5 m, que giran 360 grados en torno a un eje vertical (azimutales). Estos propulsores (‘azipods’), que suman 30.000 caballos, los fabrica la firma alemana Siemens.

En su perfecta ignorancia de todo esto, Puigdemont ha escrito este tuit: «Un vaixell de guerra fabricat a Espanya fa aigües a Australia. El cost que han pagat els contribuents australians és de prop de 3.000 milions de dólars australians». Ni una en el clavo.

Por descontado, el ‘Adelaide’ –de él se trata– está a flote y no corre riesgo ninguno. Ha costado, por lo demás, la mitad de los dólares que dice Puigdemont. Quien también ignora –o sabe y calla– que Navantia tuvo por socios a la BAE angloaustraliana y a la Siemens. En suma, que el tuitero habla a su típico modo, ajeno a la realidad, tenga esta que ver con buques o con referéndums. Es hombre posverdadero.

Motores alemanes

El ‘Canberra’ ha navegado estos días en un gran ejercicio con la flota norteamericana y con marinos neozelandeses, canadienses y japoneses. O sea, como otros grandes barcos hechos en España para las armadas de Noruega, Tailandia, Chile, Malasia o Turquía, que son eficaces, modernos y competitivos. El ‘Adelaide’ mostró, en mayo, ciertas deficiencias en su propulsor azimutal de babor. El vicealmirante Tim Barrett informó que podría tratarse de un defecto de sellado, pero también de un exceso en las pruebas de esfuerzo. Los técnicos de Siemens y Navantia se pusieron en marcha por si acaso y fueron allí rápidamente. Todo esto se sabía antes de que el citado Puigdemont publicara la befa.

En medios navales están al cabo de la calle: una deficiencia (resoluble) de este tipo es magnificada por la competencia, porque está próximo el concurso para suministrar a Australia otros nueve barcos más y por un importe diez veces mayor. Si Puigdemont lo sabe, es un felón. Si no, un ignorante. ‘Tertium non datur’.

Puigdemont, periodista

Este hombre, que dice con desenvoltura ‘conduciera’ y ‘haiga’, se dejó llamar filólogo en sus primeras biografías políticas. Ha logrado ser periodista sin hacer una carrera, porque en su día la norma catalana se lo permitió (ahora no podría colegiarse al carecer de todo título superior). Trabajó en diversos medios –siempre subvencionados por el ‘Govern’–, de modo que lo más de su ejercicio laboral parece haber consistido en informar. Leído su tuit náutico, es de imaginar con qué rigor.

Para postre, escribe que el barco ‘hace aguas’. Contra lo que muchos creen, no equivale a ‘hacer agua’. Nuestra lengua distingue ambas acciones y así lo recoge aún el Diccionario académico: algo hace agua cuando se inunda y corre peligro de hundirse. Hacer aguas, en cambio, se refiere a la defecación y a la micción; esto es, a las aguas ‘mayores’ (servicio completo) y menores (líquidas, únicamente). Distinguirlo es de cajón y confundirlo revela pocas lecturas. Como se aprecia en el señor Puigdemont, que, como líder, hace agua a ojos vistas y como informador, también.