Desayuno criollo

Gervasio Sánchez es uno de los invitados a la mesa de una familia en Mérida en torno a la que se habla del presente y futuro de Venezuela.

El desayuno criollo está considerado uno de los mejores del mundo
Desayuno criollo
Gervasio Sánchez

Me invitan a un desayuno criollo en una bellísima casa en los alrededores de Mérida. El desayuno es una religión en Venezuela y los venezolanos lo consideran el mejor del mundo.

Busco en internet y encuentro en la página web de la empresa Thrillist, especializada en cultura culinaria y entretenimiento, una clasificación de los 18 mejores desayunos del mundo, realizada en 2014, encabezada por el venezolano. El jurado tuvo en cuenta la variedad y “las posibles combinaciones de sabores, aromas e, incluso, colores”

Como es domingo hay muchas probabilidades de que el desayuno enlace con la hora de la comida. Los dueños de la casa han invitado a media docena de amigos y vecinos para hablar de las cuitas de Venezuela.

Mientras llegan los invitados el dueño de la casa, un insigne profesor universitario ya jubilado, me recuerda que Mérida es la segunda ciudad del país en número de estudiantes, unos 60.000, distribuidos en diferentes universidades, que ven cómo cada año emigran 300 de sus mejores profesores.

La pensión que cobra, medio millón de bolívares, la más alta en el ranquin universitario, tenía un valor de unos 100 euros a principios de enero mientras ahora es menor de 20 euros. Los atrasos desde principios de año que ha cobrado recientemente le han significado 60 euros.

Empieza el espectáculo culinario. Como no hay luz, la señora de la casa cocina las arepas en un fogón exterior hecho con leña. La masa de maíz se mezcla con sal y agua y se le da forma redonda y aplanada. A los acompañantes se le llaman contornos: diferentes carnes desmenuzadas, caraotas (la judía pinta), queso blanco, aguacate. También llega un sabroso caldo, unos huevos, papaya (llamada lechoza) y un buen café.

La escasez de harina de maíz ha posibilitado que la cocinera se vuelva muy creativa y nos asombre con arepas hechas con apio que aquí llaman arracacha, calabaza también conocida como auyama , chachafruto, una especie vegetal de la familia de las leguminosas, endémica de países andinos, o cambur verde, que es el banano o plátano.

Tengo dos preguntas preparadas, pero antes quiero saber si alguno de los presentes votó por Hugo Chávez en 1998 cuando ganó las elecciones presidenciales con un apoyo del 56%. Nadie. El dueño de la casa reconoce que estuvo a punto de hacerlo “porque Chávez se pateó el país de punta a punta y entendió a las masas marginadas”. Uno de los invitados asegura, en cambio, que “Chávez era un resentido social que quería el poder y construyó una mampara de eslóganes con ese objetivo”.

Todos los presentes son opositores y han participado en la larga campaña contra el régimen chavista durante los últimos meses. Se nota una gran frustración. Las calles se han regado de sangre y el régimen se ha endurecido. “Tuvimos un grave error de percepción al creer que el gobierno de Nicolás Maduro estaba agonizando tras la cadena de protestas”, resume uno de los participantes.

¿Por qué llegó Chávez al poder entonces? “Los políticos habían perdido el contacto con el pueblo”, responde uno de los invitados. “La inestabilidad económica hizo que muchos creyeran en recetas mesiánicas”. Con el paso de los días me daré cuenta que en la Venezuela opositora cuesta reconocer que la corrupción fue la espita que destruyó el antiguo régimen democrático basado en dos partidos, un socialdemócrata y otro democratacristiano, que se repartieron el poder y sus prebendas durante décadas y fueron incapaces de distribuir los extraordinarios beneficios del petróleo con cierta equidad.

La segunda pregunta, ¿hacia dónde va Venezuela?, provoca suspiros generalizados. “Estamos en un país secuestrado por un tipo que al mismo tiempo nos encañona en la cabeza”, comenta el dueño de la casa. Su mujer, la gran cocinera del suculento desayuno criollo, sintetiza: “Queremos que alguien nos salve”. Como si se tratase de un mal sueño. “Una salida inmediata aunque sea un golpe de estado o una intervención extranjera”, matiza una de la convidadas.

“La única solución es una invasión extranjera”, razona otro invitado. “Que detengan a Maduro y a toda su camarilla y los encarcelen fuera de este país”. Suena a una cantinela escuchada hace casi tres décadas: Panamá, finales de 1989.

¿Pero los estadounidenses se aventurarían a una nueva aventura en el exterior? El resto de los comensales no lo cree. En el mundo actual Venezuela no tiene el mismo peso que tenía Panamá y su canal, o mejor dicho, el Canal y Panamá a finales de los 80.

Hay un cierto consenso en que la oposición al chavismo es muy cortoplacista e inmediatista.

Ha sido incapaz de potenciar una candidatura unitaria encabezada por una figura incontestable. Una UNO (Unión Nacional Opositora) a la nicaragüense encabezada por una ama de casa, Violeta Barrios de Chamorro, viuda de quien había encabezado la lucha contra el dictador nicaragüense Anastasio Somoza. Una UNO que se fundó a finales de mayo de 1989 y aglutinó a 14 partidos de todo el espectro político, incluyendo el Partido Comunista de Nicaragua. Cuatro meses después Violeta Barrios fue nominada candidata presidencial y en febrero de 1990 ganaba las elecciones generales con el 54,7% de los votos. Todo en apenas 10 meses.

El profesor jubilado y dueño de la casa cree que “lo más razonable es esperar una negociación con el régimen chavista y presentarse a ella con la mayor unión y fuerza posible”. Con la ayuda de las presiones y las sanciones de la comunidad internacional. Y aceptando concesiones muy importantes para Maduro, el actual presidente chavista y su camarilla, incluida la cúpula militar.

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