Trump y Putin tuvieron un segundo encuentro no revelado en la cumbre del G-20

El presidente de EE. UU. mantuvo con su homólogo ruso una segunda reunión de la que nunca informaron.

Trump y Putin, estrechándose la mano
Trump y Putin, estrechándose la mano
Efe

A su derecha, la mujer más glamurosa de la cena del G-20, la primera dama argentina Juliana Awada. A su izquierda, una primera dama a la que ya entretuvo galantemente en su mansión de Mar-a-Lago, la primera dama japonesa Akie Abe. El protocolo del día 7 en Hamburgo estaba cuidadosamente pensado para complacer a los líderes mundiales y favorecer las relaciones deseadas mientras degustaban el rodaballo del Mar del Norte con espinacas o la ternera frisona. Donald Trump, rodeado de estas dos mujeres, tenía en frente a la anfitriona Angela Merkel y el presidente chino Xi Jinping, pero solo tenía ojos para su esposa Melania, codeándose con la persona con la que él más deseaba hablar, Vladímir Putin.

Para el postre, el presidente americano, cuya victoria electoral está salpicada por la trama rusa, se saltó todas las etiquetas y hasta el sentido común para robarle el asiento a su esposa y enfrascarse en una «animada» conversación con Putin. La Casa Blanca no dio cuenta alguna hasta que el martes la reveló el consultor estadounidense Ian Bremmer, presidente del grupo Eurasia. Según este, no fue «un breve encuentro», como se dijo para justificar su omisión, sino que duró casi una hora, pese a que ambos habían mantenido esa tarde un encuentro de dos horas que originalmente estaba programado para 35 minutos.

Los periodistas que aguardaban fuera notaron que la limusina de Putin fue una de las últimas en abandonar el recinto de la Filarmónica de Elba, seguida cuatro minutos después por la Trump. El reloj estaba a punto de marcar la medianoche. Hasta la anfitriona se había marchado.

Dentro, los líderes mundiales habían observado la fascinación de Trump con Putin «perplejos, alucinados y confundidos», contó Bremmer, que dijo haber recibido esta información de dos asistentes a la cena. Solo los líderes mundiales de los veinte países más industrializados y sus esposas estaban invitados. Según el ministro de Asuntos Exteriores español, Alfonso María Dastis, el presidente, Mariano Rajoy, no hizo ningún mención del episodio que tanto inquietó a los líderes del mundo, «y yo no puedo decir nada porque no estaba».

Sin traductor propio

Cada pareja podía llevar un traductor. La Casa Blanca eligió para Trump un experto en japonés, aparentemente convencido de que pasaría la cena charlando con la esposa de Shinzo Abe. Cuando le robó el asiento a Melania, que, pese a ser eslovena y hablar ruso, era la primera vez que hablaba con Putin, el presidente estadounidense quedó en manos del presidente ruso y su traductor. Es esto lo que más ha incomodado a los políticos. Ni siquiera Trump sabe realmente lo que Putin le dijo, solo lo que le tradujeron. No le acompañaba ningún asesor o ministro. Nadie de su confianza que pudiera tomar notas de la conversación.

Según las fuentes de Bremmer, que solo pueden ser otros presidentes o sus consortes, el lenguaje corporal denunciaba una química y una relación mucho más cálida que la que el mostró con cualquier otro jefe de Estado en la sala. Putin desplegaba sus artes de seducción ante un admirador entregado que durante la campaña le alabó públicamente por estar haciendo «un gran trabajo». Al término de ese encuentro en Hamburgo habían acordado un alto al fuego en Siria y este miércoles el Gobierno de Trump anunció el final del programa para entrenar a rebeldes moderados en ese país. La Casa Blanca asegura que la decisión se tomó antes del G-20.

Los organizadores habían temido que Trump se les escapara del concierto previo, pero le acorralaron en medio de la fila para que soportase la Novena Sinfonía de Beethoven, pese a su conocido desdén por la música clásica. Putin, más listo, llegó tarde y se sentó junto al pasillo.

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