Sueños en alta mar

A bordo del Golfo Azzurro frente a la costa libia.

Rescate de náufragos por el Golfo Azzurro.
Rescate de náufragos por el Golfo Azzurro.
Gervasio Sánchez

El Golfo Azzurro, de bandera panameña, navega de nuevo entre Malta y la zona de búsqueda y rescate frente a la costa libia a una velocidad de crucero de nueve nudos. Es un antiguo pesquero de 36,52 metros de eslora y ocho de manga que ya ha cumplido los treinta años, reconvertido en un yate de placer que se ha especializado en salvar vidas de náufragos que se desplazan en embarcaciones sobrecargadas de goma o madera a la deriva.

El primer oficial, el italiano Michele Angioni, de 28 años, “aunque soy sardo de Cerdeña”, puntualiza, asegura que el barco de 350 toneladas brutas es ideal para este tipo de operaciones. “Es muy maniobrable, puede reducir la velocidad de 11 nudos a pararse completamente en pocos minutos y tiene un gasto de combustible de cien litros de media por hora de navegación.

La travesía se está haciendo con olas de metro y medio. Hay minutos de balanceo y otros de cabeceo. Se repiten los pantocazos, los golpes que da el casco de acero en el agua cuando choca contra las olas. El corazón que lo hace latir es un motor Caterpillar de ocho cilindros con una potencia de máquina de 2.346 caballos.

Las horas pasan lentas en la inmensidad del mar. Una travesía de 200 millas náuticas puede transcurrir en la soledad más absoluta sin cruzarte visualmente con otro barco. Quizá sólo resta esperar la puesta de sol para ver el rayo verde, aunque el oleaje de hoy obstaculiza la linealidad del horizonte, el destello que popularizó Julio Verne, en su novela del mismo título publicada en 1882, donde describía su color como “un verde que ningún artista podría jamás obtener en su paleta, un verde del cual ni los variados tintes de la vegetación ni los tonos del más limpio mar podrían nunca producir un igual”.

Imagen de un rescate en el mar. Gervasio Sánchez

Los voluntarios buscan formas de pasar el rato, leyendo, durmiendo cuando salen del turno de guardia, pensando, cabeceando al runrún de las olas, soñando. Soñando. ¿Se puede soñar en un barco que va en busca de náufragos?

Hagamos la prueba y preguntemos a los voluntarios de la misión 18 de Proactiva Open Arms. A bocajarro para que salgan las respuestas más nítidas posibles, sin dobleces ni poses. “Mi sueño es conseguir que los más jóvenes, nuestros hijos, crezcan con otro tipo de aspiraciones, que rechacen los objetivos puramente materialistas y que se vuelquen en recuperar la vieja Europa de nuestros abuelos que defendían los derechos humanos de las víctimas”, afirma Oscar Camps, el presidente la ONG que se ha especializado en rescates.

Igone Mariezkurrena, la cocinera de la misión, considera que “los conflictos se sustentan sobre intereses de mercado. Los gobiernos más poderosos nunca actúan sobre las raíces de los problemas sino que se recrean en el doble juego: poner tiritas e infectar las heridas al mismo tiempo”.

El socorrista Faustino Marta se atreve a soñar con “el establecimiento de rutas de inmigración más seguras que evitasen a los refugiados jugarse la vida en masa”. El médico Jesús Gálvez incide en la misma línea: “soñar con el fin de los rescates porque ya no salen embarcaciones de Libia a tumba abierta y dejar de pensar que igual no has conseguido rescatar porque se ha hundido la barcaza antes de localizarla”.

La enfermera María Villar se muestra incapaz de soñar y se arriesga a afirmar, a pesar de su juventud, que “me moriré y no veré el fin de estos dramas generados por las políticas del miedo y el odio”,  aunque a continuación se deja obnubilar por la esperanza y responde que “me gustaría que ninguna vida estuviera condicionada por el lugar de procedencia, el sexo o color de la piel”. Guillermo Cañardo, jefe de la misión, piensa algo parecido: “no es justo que el destino de un ser humano esté marcado por el lugar donde nace”.

El enfermero Xavier Caralt afirma que “mi sueño sería dejar de ser necesario porque el origen del problema se ha resuelto aunque no lo veo posible”. Considera que “sólo habrá una movilización seria de los gobiernos de la Unión Europea cuando las llegadas masivas de refugiados comiencen a preocupar a los ciudadanos”.

El socorrista Sergio Covelo, el benjamín del grupo, plantea cambios profundos “en la aldea global en la que vivimos que sirvan para transformar un sistema capitalista obsceno que expolia los recursos de los países más pobres al precio más barato, crea guerras que enriquecen a los mercaderes de armas, patenta la pobreza e inunda el mundo de pobres para que una minoría se lucre y viva mejor”.

Austin Wainwright, patrón de unas lanchas rápidas, apuesta por “una Europa interesada en luchar contra la precariedad con la que se vive en muchos países africanos y en evitar que las personas que huyen de situaciones inaceptables no se sientan obligadas a sufrir torturas y todo tipo de abusos para conseguir sus sueños”.

La otra patrona de lancha rápida, Anabel Montes, conocida como Ani, imagina un sueño “con los responsables de estas tragedias juzgados por sus crímenes, por someter a seres humanos inocentes a tanta injusticia, por perseguir el dinero y el poder”. El socorrista Javier Cabra desea que “los rescatados en medio del mar recuerden la cara de quien les salvó y años después yo pueda seguir pensando que valió la pena ayudarles a sobrevivir”.

El trabajador social Rubén Lago tiene un sueño muy pragmático pero él mismo lo define como utópico: “crear un corredor humanitario para facilitar la huida que permitiese salvar todas las vidas que se pierden y evitase tanto sufrimiento innecesario”. La doctora Marta Talayero tiene más un objetivo que un sueño: “que se conozca lo que está pasando para que pueda cambiar la situación de los miles de refugiados, que se sepa qué significa lanzarse al mar, de qué huyen las víctimas, cómo son tratados por los traficantes y esclavistas”.

El ex jugador de baloncesto, Jordi Villacampa también habla de “sensibilizar porque lo que aquí pasa aquí es una vergüenza que afecta a la dignidad de las personas cuyos derechos fundamentales están siendo pisoteados”. Y admite sin tapujos que “he llorado, me he apartado a un lado y he escondido mi cara para que nadie lo viera, he llorado imaginándome lo que significa pasar toda una noche en una patera de goma pensando en una muerte segura”.

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