Bosnia, 25 años después

Hoy, 6 de abril de 2017 se cumple un cuarto de siglo del inicio de la guerra de Bosnia-Herzegovina y del cerco de Sarajevo.

Hoy, 6 de abril de 2017 se cumplen 25 años del inicio de la guerra de Bosnia-Herzegovina y del cerco de Sarajevo. 250.000 bosnios fueron asesinados o desaparecidos, de los que 16.000 eran menores de edad. Solo en Sarajevo murieron 643 niños. Hay más de 25.000 menores huérfanos de padre o madre en todo el país. Dos millones y medio de habitantes (60% de la población total) tuvieron que abandonar sus casas víctimas de la limpieza étnica. La mitad sigue viviendo fuera de las fronteras de Bosnia-Herzegovina o mantiene el estatus de desplazado interno.

La guerra duró tres años y medio hasta la firma de los acuerdos de paz en diciembre de 1995. Pero sus consecuencias siguen presentes en la sociedad bosnia. Se siguen buscando a los miles de desaparecidos y se sigue desminando un cuarto de siglo después. Los puentes entre las diferentes comunidades siguen destruidos y las divisiones políticas hacen inviable cualquier cercanía a corto plazo. Una vez más, se demuestra que la guerra no acaba hasta que las consecuencias se superan.

(Esta galería fotográfica está dedicada a la memoria de Jordi Pujol, un joven fotoperiodista muerto en Sarajevo en mayo de 1992, y de Miguel Gil y Julio Fuentes, periodistas que se curtieron en la guerra de Bosnia y que murieron años después en Sierra Leona y Afganistán).

Sarajevo, diciembre de 1993. Una familia se alumbra con velas durante el cerco.

Carmelo Gómez, actor de cine y teatro

Cada foto de Bosnia es un verso de un universo: riman, miden, acentúan, aliteran, sin hipérbaton, a la llana y "pausan", pausan y no detienen. Una familia espera sin agua-sin luz-sin víveres, sin comprender qué empuja al hombre a la barbarie: frío, miseria, desolación, vacío, infierno ¡mierda! Una familia cualquiera. El verso no se detiene en su quietud. Un núcleo de pasión, a la tenue luz de la desesperanza, arropados contra el estruendo del miedo.

Sarajevo, junio de 1992. Dos soldados lloran la muerte de un compañero en combate.

Martín Caparrós, escritor argentino

No parece como si se despidieran; parece, más bien, como si se estuvieran despidiendo juntos de alguien más, uno que ya no va a volver. De la guerra, de los guerreros, conocemos la violencia y los horrores; es más extraño -es más perturbador- ver su ternura: lo que ellos, quizá, pensarían como debilidades y nosotros -¿nosotros?-, fortaleza. Es extraño, en general, ver hombres dedicados a esa actividad tan común, tan antigua, tan extraordinaria de matarse; es más extraño -más perturbador- comprobar una vez más que los que se matan en las guerras son iguales que todos nosotros, los que no -por ahora.

Sarajevo, junio de 1992. Un hombre fuma al lado de un joven asesinado por un francotirador.

Gregorio Morán, escritor y periodista

Todos están muertos. Un chaval encogido, porque la metralla te tira y te encoge, como si volvieras a nacer, pero no te levantarás más. Un fondo de tranvía desvencijado y un quiosco que serviría para vender billetes o periódicos, que no resucitará nunca. Un alminar, al fondo, que conserva su esbeltez, junto a una mezquita desolada. Pero el que domina la escena es un hombre que fuma, con uniforme de funcionario de tranvías, sin mirada, como si fuera su último cigarrillo. Cristales rotos. La desolación de un ángulo de la guerra en Sarajevo. Nadie observa nada, como si todos, muertos, fumador, tranvía, estuvieran esperando la funeraria de la Historia. Todos, hasta el que aspira con ansiedad el cigarrillo, están muertos.

Sarajevo, octubre de 1993. Una niña moribunda es trasladada al hospital.

Maruja Torres, periodista y escritora

Bondad y desesperación aparecen en esta imagen, este instante. Sin embargo, estoy harta, harta de tener que ver cómo la buena gente recoge los pedazos ensangrentados de una vida tras otra, de muchas vidas. Y solo quiero pensar en quienes ordenan las guerras y en quienes ciegamente les obedecen, en los señores y en los asesinos. Cierro los ojos. Me concentro, y les maldigo, sí les maldigo. Y no me quedo mejor.


Sarajevo, enero de 1994 Un hombre reza ante la tumba de un familiar.

Javier Espinosa, periodista

El cementerio de Sarajevo fue una de las imágenes que confirmaron el fracaso absoluto de la comunidad internacional a la hora de detener crímenes de guerra. No solo eso, fue también un ejemplo de cómo el sistema internacional instituido tras la Segunda Guerra Mundial comenzaba a demostrar sus enormes limitaciones y quizás su incapacidad para evitar que el escenario internacional no se rija por la ley del más fuerte -enterrando todos esos alegatos ficticios que se hacen al valor de los derechos humanos o la justicia-, algo que después ratificarían guerras ilegales pero sin ninguna repercusión para sus responsables como la de Iraq.


Sarajevo, octubre de 1993. Varias mujeres atraviesan un puente destruido por los bombardeos.

Pilar del Río, presidenta de la Fundación José Saramago

No son malabaristas con niño, no es un circo, no hay público expectante, solo el fotógrafo retiene el instante de una cotidianidad dramática y vilmente provocada. Son cuatro mujeres tratando de fijar el pie sobre una viga y una criatura que mira con curiosidad el abismo. El abismo somos nosotros que por voluntad propia o inhibición alimentamos guerras para que la máquina no se pare. Cruzad, amigas, hermanas, caminad sobre la devastación con vuestros miedos y nuestras indiferencias, pero nunca, nunca olvidéis que no existen guerras justas. El monstruo es voraz, no se detendrá ante mil imágenes como esta, ni siquiera sonreirá cínico, el monstruo aparta las hormigas con un soplo. El mundo está poblado de hormigas descartables que cruzan vigas y caminos como si fueran seres humanos.

Sarajevo, octubre de 1993. Un hombre pasea por delante de una barricada de coches.

Rafael Doctor, director del Centro Andaluz de Fotografía

Ha habido un cataclismo pero la calzada está despejada y por ella un señor de pelo blanco y cabizbajo pasea con una bolsa blanca. No sé si es de plástico o de tela, no sé si porta en ella enseres o es basura. Todo está tan perfectamente destruido que parece un escenario más que una imagen de la vida cotidiana de una ciudad sitiada por una guerra. Como los brotes de hierba tras el invierno, las ropas se tienden al sol en los balcones y ventanas y llenan de esperanza ese mundo violado y asesinado.

Sarajevo, enero de 1994. Un hombre come en un comedor popular.

Ramón Lobo, periodista

Sarajevo, 1993. Pero podría ser Madrid, 1937. El hombre come de un plato hondo que parece reunir todo el menú del día. Aunque no vemos los ojos, se intuyen tristes. Viste boina calada como la gente de campo, y tiene abrigo, un resto de su vida anterior. Es invierno. En la lentitud de la cuchara se concentra el peso de la vida. Pese a la derrota aparente, si levantara la cabeza veríamos dignidad.


Sarajevo, enero de 1994. Varios ciudadanos caminan por la nieve entre autobuses destruidos.

Iván de la Nuez, ensayista

Esta es la foto del fin de un mundo. El fin de un país y un sistema que se vienen abajo para siempre. Es la foto de la guerra que nace y del comunismo que muere. Y esa gente que se desplaza por la nieve dibuja el tránsito hacia una vida en el prefijo: a punto de ser, para siempre, ex y post comunistas, ex y post yugoslavos. Aquí se dibuja un camino entre el hogar controlado y la intemperie sin control. Entre la comunidad vigilada y la desbandada asediada. En 1992, esta foto testimoniaba un mundo que se venía abajo junto con sus muros. Veinticinco años después, recupera su actualidad ante el nuevo mundo que los levanta.


Sarajevo, octubre de 1993. Varios niños juegan entre coches y camionetas destrozadas.

Teo Allain Chambi, peruano, nieto de Martin Chambi

Las cruentas guerras y toda la destrucción que traen consigo han producido intenso e irreparable dolor humano. Estamos conmocionados con estos hechos que solo demuestran el resultado del mal que es capaz de producir el hombre a través de invasiones militares abusivas y erróneas. Pero la vida ha de continuar, y los niños, aun cuando quedarán marcados también por los signos de los tiempos que les tocó vivir, seguirán jugando en su condición de inocentes en un paisaje desolador, y crecerán con una expectativa de esperanza si es que no sucumben antes a los embates de la deformación intelectual y del fanatismo.


Sarajevo, octubre de 1993. Unos niños juegan al baloncesto en una plaza salpicada de metralla.

Antonio de la Torre, actor de cine y periodista

Como actor y periodista, he pasado la vida preguntándome cómo se pueden (y se deben) contar las historias en primera y tercera persona. Y por tanto, cómo se trastoca la realidad y la percepción del mundo, según la posición del sujeto. Al contemplar la foto, me vuelve esa misma reflexión: se me antoja inevitable que la atención del espectador se desvíe inicialmente a las paredes horadadas ya para siempre de todo vestigio de inocencia, manchadas por la huella de la guerra. Ausentes de toda marca de horror o desesperanza, los jugadores simplemente contemplan expectantes el vuelo de un balón buscando la canasta. Con la indudable certeza de que tanto si entra, como si sale, van a tener que seguir.


Sarajevo, marzo de 1994. Cuatro niñas miran desde el interior de una furgoneta destrozada.

Héctor Abad Faciolince, escritor colombiano

En el cristal las balas forman telarañas. Ellas parecen tranquilas, tibias en sus vestidos de lana. ¿Alguien se habrá ofendido con sus rostros serenos de mirada fija, sincera, y les apuntó al ojo, a la frente, al corazón? La guerra no perdona a los vivos, pero tampoco a una simple imagen de mujeres vivas. En la foto a la foto (si eso es) se leen rostros insoportablemente hermosos para quienes adoran la muerte. Es difícil saber qué es más fuerte, si la presencia intacta de las muchachas, o el odio que las quiso destruir. ¿O ellas están ahí y se plantan frente a la muerte como ante un espejo roto?


Sarajevo, julio de 1993. Biblioteca destrozada por una bomba incendiaria.

Alfonso Armada, periodista

Cuando Rainer Maria Rilke escribió “contener la muerte, toda la muerte, desde/ antes de la vida, tan dulcemente contenerla, / y no ser malvado”, no conocía el porvenir, solo nuestro pasado. No ser malvados, no hacer daño, está en nuestra mano. En la quema de la biblioteca de Sarajevo vi la destrucción de la mía, de lo que atesoramos en los libros para ser menos dañinos, para que la muerte, que contenemos, no nos atemorice. En medio de estos escombros de Europa un haz de luz nos invita a resistir. Contra toda esperanza.


Sarajevo, marzo de 1996. Adis Smajic, de 13 años, junto a su madre un día después de ser víctima de la explosión de una mina antipersona.

Eduardo Madina, político

No me ha resultado nunca nada sencillo volcar en palabras las sensaciones que me producen la deshumanización y el dolor cuando estos alcanzan las fronteras de lo inabarcable. Contemplo esta imagen y su impacto es tal que solo consigo esquivarlo pensando que el trabajo del testigo permite al menos que no desaparezca la memoria de los naufragios humanos de todas las guerras. Hay en estas fotografías algo que nos devuelve la certeza insoportable de que somos seres humanos incapaces de demostrarlo en muchos momentos.


Sarajevo, marzo de 1994. Una pareja camina por la avenida de los francotiradores.

Estrella de Diego, crítica de arte y ensayista

Cuando se acalla el ruido de las bombas; cuando el edificio de correos y la iglesia de nuestra infancia dejan de ser meros objetivos para los bombardeos; cuando la calma se ensaya entre las calles cubiertas por nieve y por cascotes, echan a andar del brazo en busca de comida o del destino –que en el fondo es lo mismo. Entonces el mundo adquiere un aspecto irreal, de película en blanco y negro, y dejamos de pensar en la guerra. La vida, renqueante, se obstina en seguir. O eso dicen.

Tuzla, junio de 2010. Almacén donde se guardan los restos humanos exhumados de 3.000 desaparecidos.

Luis Fondebrider, antropólogo forense argentino

Seguramente yo exhumé algunos de esos cuerpos a mediados de los años noventa y los trasladé al depósito de Tuzla en Bosnia central. Pienso que nadie merece terminar así, en una bolsa de plástico en un lugar tan horrible y desolado. Creo que no hay que llamar víctimas a las víctimas, menos a los que están en esas bolsas que ya no pueden hablar por sí mismos. Hay que sacarlos de esa categoría y volver a llamarlos personas, con todo el peso que tiene esa palabra. Es la mejor forma de homenajearlos.

Potocari, julio de 2005. Monumento conmemorativo a las víctimas de desaparición forzosa de Srebrenica.

Sandra Balsells, fotógrafa y comisaria de exposiciones

Cuánto dolor puede encerrar una tipografía. Salihovi?, Salki?, Rizvi?… Ibrahim, Hasan, Fadil… una letanía incesante de vidas aniquiladas por la barbarie. Sueños arrebatados por la sinrazón. La blancura pétrea rescata la memoria de las víctimas, evocando la tenebrosidad del pasado.

Potocari, julio de 2005. Familiares de víctimas de desaparición forzosa participan en un funeral masivo.

Baltasar Garzón, juez

El alfabeto que da pie a esa lista interminable que muestra la imagen lo escriben hueso a hueso, buscando en las fosas, arqueólogos, forenses y antropólogos. Ellos dan voz a muertos y desaparecidos. La fotografía grita: “¡No hay justicia; sí hay dolor, hay vergüenza y hay pena!” La pérdida es terrible porque cuelga del vacío de la desesperanza. Cuando no existe lugar para el duelo resulta difícil perdonar las aberraciones del ser humano. Lo saben las familias y lo saben los jueces que siguen peleando contra la impunidad. Esos nombres son nombres nuestros. No es posible la indiferencia ante tanto sufrimiento pues nos llevaría a ser partícipes del delito perpetrado. Bosnia es una puñalada en el corazón de Europa.

Potocari, julio de 2010. Centenares de ataúdes preparados para un funeral masivo.

Miguel Bosé, cantante

Decía mi abuela Francesca que del dolor no se aprende nada, que hay que desterrarlo lo antes posible para poder seguir adelante o de lo contrario uno queda muerto en vida. Por eso quizá los sepelios nunca acaben, nunca sean suficientes, porque aunque nos esforcemos por alejarlo, el dolor hace de todo para no dejarnos nunca, para que nunca le olvidemos ni podamos jamás deshacernos de él. Y eso quizá sea lo que de algún modo nos haga conservar la memoria de todas las heridas que no se pueden cerrar.

Potocari, julio de 2010. Mujeres lloran ante los ataúdes de sus seres queridos.

Paco Etxeberria, profesor de Medicina forense

Los huesos permanecen inertes en el fondo de la fosa. Parecen objetos. Pero en las fosas, además de huesos hay carne. La carne la ponen los familiares que se acercan y comprueban lo que siempre han sabido. Es una injusticia sostenida en el tiempo. En efecto, la memoria histórica no es una cuestión del pasado sino del presente ya que habla de lo que sentimos, pensamos y queremos ahora. De lo que se debe exigir porque está pendiente. Recuerdos, ideas, preocupaciones y sentimientos que tienen vigencia para recordar aquellas injusticias y el incumplimiento de los derechos que asisten a las víctimas, las de hueso y las de carne y hueso.

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