Gran Torino

Detroit es el reflejo del esplendor y del ocaso de una parte de la sociedad
norteamericana. Es también la principal ciudad de Míchigan, estado de larga
tradición demócrata y ejemplo de las mudanzas que han aupado a Donald Trump.

Desde 1998, Zaragoza es la sede española de School Year Abroad (SYA Spain), un colegio de jóvenes estadounidenses que viven entre nosotros un curso previo a la universidad. Suman ya más de mil, en su mayoría hoy grandes profesionales, que tienen en común llevar para siempre Zaragoza en su corazón y su currículum, y transmitirnos su orgullo de norteamericanos. Quienes los conocemos, sabemos que este 20 de enero es un día importante: dicen adiós a un gran presidente, Barack Obama, y reciben al que será el número 45, Donald Trump.


Una nueva etapa que, dada la personalidad del debutante, está llena de incertidumbres. Los analistas intentan describir las razones de su victoria. Yo he tenido la suerte de albergar a varios alumnos de SYA. Con el primero de ellos, Anthony, hoy brillante ingeniero en Google, tras graduarse en Stanford, hemos podido conocer dos de las diferentes Américas que conviven en EE. UU.: la exitosa San Francisco, en California, donde reside hoy, pero también las dificultades de su ciudad de origen, Detroit, en el estado de Míchigan.


Detroit es familiar para los aragoneses por ser cuna de General Motors. Pero recorrerla ‘in situ’ impacta, porque exhibe el ascenso, el esplendor y el ocaso de una parte de la sociedad norteamericana. Tierra de acogida para inmigrantes, tanto de Europa como del Sur, fue El Dorado de la mano del motor. Pero en los años sesenta y setenta, en el marco de las luchas raciales y la crisis del petróleo, sufrió una crisis sin parangón. La población que tenía recursos abandonó el casco urbano y sus extraordinarios edificios; y de los casi dos millones de habitantes que llegó a tener en los cincuenta, hoy apenas supera los 700.000. Presenta una morfología parecida a Zaragoza, con una gran avenida, la Woodward, que desemboca en el río Detroit, salpicada de edificios abandonados y vacíos urbanos, igual que una gran área urbana antaño rutilante, que ya en el siglo XIX se conocía como París del Oeste. Y en la tierra que inventó el asfalto, no hay recursos para reparar los cientos de kilómetros de firme que la atraviesan.


Un plan de apoyo federal trata de recuperarla según el lema de la ciudad: "Esperamos cosas mejores. Renacerá de sus cenizas". Así, la sede de GM se trasladó y ocupa un espacio equivalente a nuestra plaza del Pilar; y el estadio de los Tigres de Detroit se levanta hoy en lo que sería nuestra plaza del Carbón. En paralelo, y muy lentamente, majestuosos edificios a lo neoyorquino años treinta han sido recuperados.


Pero el abandono por los vecinos ha sido continuo y, en 2013, el ayuntamiento se declaraba en bancarrota. Aunque salió en 2014, queda mucho pendiente. La tasa de pobreza es del 25%, en una sociedad con un 82% de población negra, a la que llegan nuevos inmigrantes. ‘Gran Torino’, de Clint Eastwood, lo plasma muy bien.


Cuando Anthony vivió en Zaragoza, nos explicaba que su madre era especialista en ‘diversity’ y dirigía un colegio en el que se hablaban veinte idiomas. Aquí, en aquel 1998, ni sabíamos qué significaba. Y de la mano de su padre, un prestigioso abogado, que había sido juez demócrata y luchado contra la corrupción policial y los abusos sobre la población negra, conocimos a líderes sindicales que escuchaban con pesar que en la planta de Zaragoza se cobrase, entonces, la mitad que en la de Detroit. Previo descenso, claro, de la capacidad productiva en Estados Unidos.


Míchigan, junto a Wisconsin y Pensilvania, ha sido un estado clave para la victoria de Trump, al cambiar su perfil demócrata a la espera de que las promesas de proteccionismo y ‘America great again’ sean realidad. Ha emergido así una larvada corriente subterránea de desajustes y descontento, a la que el sueño de Obama, pese a sus avances en otros sentidos, no ha dado respuesta.


Lejos de rasgarnos las vestiduras, como dice con su habitual finura el filósofo Daniel Innerarity, esas élites desconcertadas que no vieron lo que sucedía deben ser conscientes de que la persistencia de la desigualdad y la diferencia de oportunidades están siendo corrosivas para la democracia y un caldo de cultivo para la extensión del fenómeno Trump. Hay tarea, porque la solución no son los extremismos: ni en Estados Unidos ni en Europa ni en España.