Las sorpresas de Trump

El triunfo de Donald Trump fue una sorpresa y el magnate sigue sorprendiendo en sus primeros pasos como presidente electo. Entre las grandes incógnitas, preocupa en Europa de manera especial la cuestión de las relaciones con la Rusia de Putin.

Nadie esperaba que el millonario ganase. Solo una encuesta de las cincuenta del último mes y medio le daba triunfador. Si los encuestadores han pinchado clamorosamente, el batacazo de la prensa sesuda ha sido también mayúsculo. La elección ha sido un mazazo, por ejemplo, para el prestigioso ‘New York Times’. La tirria de estos medios hacia Trump ha sido tal que han confundido deseos con realidad y hasta el último minuto se negaban a considera que Trump pudiera ganar. Algún director ha escrito después una carta a los lectores excusándose, y casi disculpándose, por su ceguera.


Trump es un personaje odioso para los progresistas estadounidenses y para la casi totalidad de los comentaristas europeos, pero hay que percatarse, haciendo abstracción de su zafiedad, de que ha hecho una campaña astutamente estentórea y rentable. No ha vacilado en insultar a los periodistas, de tacharlos de mentirosos y, haciendo a menudo demagogia, hablando del hombre de la calle olvidado por el gobierno, ha sabido encontrar los temas que engatusaban a una parte importante del electorado. Ha tenido menos votos totales que Clinton, pero él y su equipo maniobraron inteligentemente para vencer en los estados en los que se jugaba la elección. Que Hillary Clinton sacara muchos más votos en California o Nueva York era irrelevante dado el sistema electoral.


Es muy significativo que, después de sus comentarios machistas, el 53% de las mujeres blancas lo prefiriesen a la feminista Hillary. Y también que ella, después de los insultos de Trump a los mexicanos, tuviera muchos menos votos hispanos que Obama hace cuatro años.


Después de la elección, Trump sigue sorprendiendo. El ruso Putin es una de las primeras personas que habla con él por teléfono. La primera ministra británica lo hace en cuarto o quinto lugar. Insólito. El primer ministro japonés es el primer líder extranjero que lo ve; y lo logra gracias a la intervención de un golfista. Nombra asesor de Seguridad a un militar, Michael Flynn, halcón en política exterior pero que a los republicanos no gusta porque ha tenido comprensión hacia el aborto y manifestado que los matrimonios del mismo sexo no tienen por qué chocar con la legislación del país.


Y llegamos a la política exterior. Como en muchas otras cosas, sus manifestaciones han sido contradictorias. En Irán, México, China y los países bálticos se le mira con desconfianza. Con todo, los problemas moderan. A las puertas del poder ya empieza a recular. La construcción de la valla con México no será completa ni pagada por los aztecas. No expulsará a once millones de inmigrantes ilegales sino a dos o tres, los que tengan antecedentes penales. Poner tarifas a los productos chinos puede desencadenar unas represalias que harían sufrir a la economía estadounidenses. Detesta a los iraníes pero no será fácil que denuncie el acuerdo por el que Teherán congela la construcción del arma nuclear.


Sobre Europa planea alguna nube y no sabemos si escampará. Los países bálticos son los más preocupados. Trump ha dejado entender que el compromiso de Estados Unidos para defenderlos era cuestionable. Los bálticos temen otra vez el abrazo del ominoso oso ruso. Lo que está claro es que nos va a pedir que nos rasquemos el bolsillo. Los europeos se vienen gastando en defensa, incluyamos a España, la mitad de la cantidad a la que se comprometieron en la OTAN. Esto irrita a Trump y, no nos confundamos, no solo a él por ser un ‘cowboy’ chulesco de derechas, sino a muchos americanos.


La clave para nosotros es hasta dónde está dispuesto a transigir con Rusia. Es posible que acepte la anexión de Crimea, que comience a levantar las sanciones a Moscú, pero entre eso y transigir con un nuevo Yalta, es decir, con un acuerdo que encuentre normal una sólida esfera de influencia de Rusia en los países que la rodean, como ocurría en la Guerra Fría, hay un gran trecho que no sabemos hasta dónde está dispuesto a recorrer. Trump parece decidido a conseguir un deshielo en las relaciones con Rusia, eso le daría un aire de estadista del que carece. Pero transigir en abundantes campos con Moscú, en los derechos humanos, en su actuación en Siria, concederle un veto sobre iniciativas en política exterior de Polonia, Ucrania, etcétera, parece algo excesivo, aunque no sea descartable.