Jean-Marie Le Pen, el rey destronado de la ultraderecha

El histórico líder ade la ultraderecha francesa ya no milita en el Frente Nacional.

Jean-Marie Le Pen en una foto de archivo
?Jean-Marie Le Pen: "Me da vergüenza que la presidenta del FN lleve mi apellido"
Afp

Más de cuatro décadas después de fundar su partido y a sus 86 años, el histórico líder de la ultraderecha francesa, Jean-Marie Le Pen, ya no milita en el Frente Nacional (FN), la formación que ahora, presidida por su hija Marine, intuye un nuevo horizonte tras la exclusión del patriarca.


En el principio y siempre, fue Le Pen. La extrema derecha gala buscó respuestas a todas sus preguntas en el rostro de este veterano exparacaidista hasta abril de 2011, cuando su hija menor tomó las riendas del FN para depurar extremismos y convertirlo en el partido más votado de Francia en los últimos comicios europeos.


"¿La jubilación? Es la muerte", había clamado desde entonces Jean-Marie, cuestionado sobre un hipotético retiro al que ahora parece abocado a la fuerza.


Figura excesiva y dotado de un versátil sentido de la oportunidad, Jean-Marie Le Pen encarna a sabiendas todos los combates históricos de la ultraderecha francesa, una biografía sembrada de escándalos, duelos con el fisco y un expediente judicial que flirtea abiertamente con el antisemitismo o el negacionismo.


Nacido en 1928, a Le Pen le gusta recordar el vínculo que le liga a Francia desde que su padre, un humilde pescador bretón, perdiese la vida después de que su chalupa fondease junto a una mina alemana en 1942.


El Estado se hizo cargo de la familia, inscribió a Jean Le Pen como caído por la patria y nombró al joven Jean-Marie -entonces adolescente- "Pupilo de la nación", una atribución creada expresamente para huérfanos de guerra y que le impidió integrar la Resistencia.


Al término del conflicto, Le Pen se licenció en derecho en París mientras vendía puerta a puerta pasquines de Acción Francesa, el órgano seminal de la ultraderecha gala. Para entonces, en los círculos del nacionalismo galo ya se le conocía como un orador notable con un indiscutible talento para la provocación.


Su posterior paso por el Ejército, que le llevó a los frentes de Indochina y Argelia, consolidó su carisma, alimentó su patriotismo y, de vuelta en Francia, le abrió las puertas de la Asamblea Nacional en las filas del poujadismo, un movimiento sindical de corte reaccionario.


"Torturé porque hubo que hacerlo", llegó a asegurar entonces un Le Pen que, en un sonado golpe de efecto, había abandonado su escaño para alistarse como voluntario con el fin de "preservar" la Argelia francesa. Allí, cuenta, recibió la lesión que le endosó un parche y su actual ojo de cristal.

Aquel jovencísimo diputado no tardó en lanzarse a una guerra particular en las orillas del poder con la meta de unificar la atomizada ultraderecha gala, lastrada por la memoria del Colaboracionismo, el revanchismo y su opaco rol en la independencia argelina de 1962.


Fue el caldo de cultivo que propició la creación en 1972 del Frente Nacional, una formación con vocación de poder que inició una lenta pero firme andadura cuyo clímax llegaría en 2002, cuando Le Pen derrotó al candidato del Partido Socialista, Lionel Jospin, en la primera vuelta de las presidenciales con el 17,41 % de los votos.


Pese a la victoria en la segunda vuelta del entonces presidente, Jacques Chirac, Francia nunca se recuperó del todo.


Aquello era el culmen de lo que los analistas bautizaron como la "lepenización" de la sociedad francesa, un triunfo táctico de la agenda ultraderechista que instaló el antieuropeísmo, el recelo migratorio y la seguridad entre las inquietudes recurrentes del ciudadano medio.


En el margen de una década, Le Pen había pasado de ser aquel eurodiputado que en 1987 calificó el Holocausto de "detalle" de la Historia a una figura política pujante en el adocenado mapa político galo.


Su éxito, sin embargo, se convirtió en fracaso en los comicios de 2007, que entregaron la llave del Elíseo a Nicolas Sarkozy, cuya campaña sedujo a parte de los caladeros ultraderechistas.


El golpe anunció el comienzo de un declive que puede ligarse al auge paralelo de la menos radical Marine, la menor de sus hijas en común con la exvedette Pierette Lalanne, quien consumó su divorcio del patriarca posando para la revista "Playboy" a finales de los ochenta.


Más tarde, la primogénita Marie-Caroline secundó junto a su marido, también militante del FN, la escisión que en 1998 encabezó un exlugarteniente del patriarca, Bruno Mégret. Dolido, Le Pen cargó entonces contra "esas mujeres que siguen a su esposo antes que a su padre".


Ahora es Marine, a quien Jean-Marie cedió las riendas del partido en 2011, quien se distancia del padre. Su suspensión de militancia sólo es el último capítulo de un serial familiar que es además político.


A su manera y como el "shakesperiano" Lear, Le Pen también es ya un rey sin trono.