Un montañero reconoce que "me fastidió no quedarme a ayudar, pero mi vida está aquí"

Antes de regresar a España, intentó donar todas las medicinas que había llevado al viaje.

Una calle de Katmandú, devastada tras el terremoto
Miles de personas huyen de Katmandú mientras el resto de Nepal busca ayuda
Will Oliver/Efe

El montañero vasco residente en Monzón, Borja Maortua, ha reconocido, tras su vuelta de Nepal, que le "fastidió" no quedarse a ayudar, "pero mi vida está aquí" y ha explicado que "me apetecía quedarme, pero llegaba tarde un día al trabajo".


Asimismo, ha considerado que "es un pensamiento egoísta, pero también es realista", al argumentar que "si fuese médico podría ayudar más", pero es ingeniero de minas y trabaja en la empresa Hidro-Nitro, radicada en la localidad oscense de Monzón.


En declaraciones, ha relatado que antes de regresar a España junto a su compañero de trabajo y aficiones, Carlos Dueso, intentaron donar todas las medicinas que habían llevado al viaje, pero no las aceptaron.


"Teníamos un botiquín supercompleto" con tres tipos de antibióticos, Nolotil inyectable, Fortasec y suero fisiológico, entre otros fármacos. "Intentamos donarlo a unos militares y se reían de nosotros. Nos los hemos traído de vuelta porque no lo aceptaban ya que para ellos debe ser incomprensible", ha lamentado.


Tras reconocer que siente "cierta frustración", ha ensalzado la solidaridad de los nepalíes al narrar que durante su breve estancia en Katmandú ha podido comprobar "como se ayudaban unos a otros".

Este ha sido el primer viaje a Nepal de Borja Maortua, pero ha asegurado que "no será el último; tengo que hacer un ocho mil antes de morir. Con uno me vale, porque hay que ahorrar mucho", ha calculado.

Ascensión

Este par de amigos, de 28 y 30 años, se habían desplazado nueve días a Nepal con motivo del puente festivo de San Jorge para realizar una ascensión hasta la cota de 5.500 metros del Anapurna, uno de los 'ochomiles' del Himalaya, expedición que "se ha podido cumplir".

Ha sido en el trayecto de regreso a Katmandú, para coger el avión de regreso, cuando les sorprendió el terremoto. El pasado domingo "estábamos en un bar a 20 kilómetros del epicentro cuando notamos la primera sacudida y salimos a una explanada; al principio nos lo tomamos a guasa porque pensábamos que era normal que se produjesen seísmos, pero luego veíamos a la gente gritar y las casas se movían mucho".


En ese momento sonó el teléfono móvil de su amigo Carlos, era su padre y "le preguntamos si llamaba por el terremoto. Todavía no había transcendido y creo que el hablar con su hijo le tranquilizó para cuando viera las noticias".


Desde ese bar de carretera, emprendieron nuevamente el viaje en autobús hacia Katmandú, "pero nos dejaron a 22 kilómetros porque no se podría acercar más dado el destrozo que dejó el terremoto".

Después de coger sus mochilas, decidieron ir andando hasta la capital y tras recorrer unos seis kilómetros comenzaron a contemplar un paisaje "alucinante porque veías casas caídas, gente heridas, otra inconsciente, soldados con gente muerta en mantas". Finalmente, tras parar a un taxi, "que nos cobró oro", lograron llegar a la capital de Nepal.

En la ciudad

Los dos jóvenes se alojaron en la cuarta planta del Maum's Hotel, que estaba casi lleno "y fuimos los únicos que dormimos en la habitación, el resto de los clientes, seguramente por miedo a réplicas, durmió en el hall y por los pasillos".


De forma gráfica, ha contado que descansaron "con la oreja puesta porque oíamos aullidos de perros y a los 15 segundos se sentía una réplica". A las 01.00 horas del lunes, "el piso se movía bastante" por lo que "me levanté, cogí todo y bajé las escaleras, luego subí a por Carlos; no había luz y decidimos ir andando al aeropuerto con los frontales, pero a la media hora de caminar, paramos un taxi".


Ya en el aeropuerto, "el caos era total y se volvieron a producir un par de réplicas. Entonces vi a todo el mundo corriendo". Estos jóvenes alpinistas se aproximaron a la zona de embarque y comprobaron que su vuelo de regreso, vía Estambul, que tenía previsto despegar a las 8.00 horas, llevaba un retraso de cuatro horas.


"Era un follón tremendo, todos empujaban y la entrada en la zona de embarque fue caótica. La gente con nervios, llorando y esperamos hasta las 13:30. Entonces, cinco minutos antes de embarcar se sintió una répicla de la leche y de unos dos minutos, y se produjo una invasión en la pista de todos los pasajeros pendientes de embarcar", ha relatado.


En ese momento coincidieron con tres amigos de Madrid que habían ascendido hasta el campo base del Everest por la cara de China. "Compartíamos vuelos y subimos todos al avión, donde nos hicieron el cheking sin control y sin pedir pasaportes".


También tiene constancia de que una pareja de recién casados, que visitaban el país en su viaje de luna de miel, están en "perfecto estado" porque están lejos de la zona del seísmo.