La Torre

La Torre: con las ideas claras a pie de carretera

La Torre asienta su propuesta gastronómica sobre un cuidado menú que refleja muchas inquietudes al frente de los fogones.

El equipo del restaurante La Torre, junto a la brasa que está a punto de inaugurarse
El equipo del restaurante La Torre, junto a la brasa que está a punto de inaugurarse
A. TORQUERO

Hace poco más de un año abría sus puertas este restaurante a mitad de camino de Santa Isabel y Alfajarín, en la concurrida N-II y muy cerca del polígono de Malpica. La Torre nacía como un proyecto hostelero donde antes se ubicaba otro negocio similar que cerró por falta de clientela. Con estos antecedentes, a los propietarios les ha tocado levantar esta torre de la nada, con la necesidad de atraer a potenciales clientes del cercano polígono como base del negocio.


No debió ser fácil, pero un año y un par de meses después, da la impresión de que ha ido creciendo sobre unos sólidos cimientos. El día que visité el local comprobé cómo había mesas que no solo se doblaron, sino que en algún caso se llegaron a triplicar. Y eso que competencia no le falta a este restaurante, tanto en el polígono de Malpica como en Alfajarín.


Una de las claves, sin duda, es que hay cocinero con inquietudes detrás del proyecto: Javier Redondo. Casi toda su trayectoria profesional la ha desarrollado fuera de Aragón, en restaurantes como Akelarre y en varios proyectos en Navarra, pero es ahora, en Zaragoza, donde parece que le ha llegado el momento de plasmar su ideario.


No debe resultar sencillo desarrollar grandes planteamientos culinarios alrededor de un menú de 10 euros sobre el que se asienta la base del negocio, pero Javier parece haber dado con la fórmula.


De momento, entra por la vista. La presentación de los platos está muy cuidada y en cuanto al contenido no faltan los detalles que buscan la diferencia. Por ejemplo, en las ensaladas. La que se ofrecía el día que acudí a La Torre incluía pimientos asados con taquitos de bacalao frito y aliño de tomate fresco para culminar el plato con unos germinados de col lombarda, un detalle nada habitual en un menú de estas características; como plato de cuchara, los diferentes puntos de cocción de una sopa de cebolla con huevo poché y costroncitos de pan; como receta más sorprendente, la brocheta de sepia sobre una cama de fideos al horno al gratén de ajos y salsa de pimentón dulce, y, como opción más normal, unas judías verdes con patatas cocidas.


La búsqueda de un buen nivel de cocina detrás de materias primas no excesivamente nobles parece ser otra de las máximas, que se refleja en recetas como la papada de cerdo asada rellena de bacón y queso con salsa de sus jugos al oporto. No suelen faltar un guiso, un plato de plancha y un pescado que en esta ocasión era una dorada al horno con guarnición de patatas panaderas y verduritas horneadas. Una gran variedad de postres caseros y la posibilidad de elegir entre dos vinos diferentes o una copa de cerveza completan una propuesta muy conseguida que cambia cada día.


También se puede acudir a dos menús más: el especial (18 euros) con entrantes muy clásicos como ensalada de pulpo, surtido de ibéricos, huevos rotos con foie o almejas a la marinera, y platos principales que van a lo seguro: entrecot, chuletón, solomillo… Luego está el menú sidrería (22 euros) que se sirve, como mínimo, para dos personas. Pero el proyecto sigue creciendo, con una brasa a punto de inaugurarse pensando, sobre todo, en menús diferentes para el viernes y el sábado.  



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