PLAN EUROPEO DE ARRANQUE DE CEPAS

"Me hace mucho duelo arrancar las viñas, pero no me queda más remedio"

Los escasos rendimientos de las cepas del Campo de Belchite y la falta de relevo generacional en Cariñena son los motivos por los que los viticultores han decidido acogerse a las ayudas por abandonar el cultivo

Muchos productores arrancan sus viñedos
"Me hace mucho duelo arrancar las viñas, pero no me queda más remedio"
VÍCTOR LAX

Javier Langa pasea por sus viñedos, en las áridas tierras del Campo de Belchite, con la nostalgia de que en la próxima campaña no recogerá uva. Antes de que se cumpla el 1 de abril tendrá que haber arrancado las viñas que ocupan 2,8 hectáreas de su explotación agraria. "Es una reconversión forzada", explica Langa, uno de los más de un millar de viticultores aragoneses que han conseguido el visto bueno para acogerse al plan de arranque de viñedos, primado por la Unión Europa para reducir la producción de la zona comunitaria subvencionando la desaparición de 170.000 hectáreas en toda Europa en tres años.

 

"No lo hago por el dinero", insiste Langa. Este agricultor del pequeño municipio zaragozano de Puebla de Albortón hubiera abandonado sus cepas aunque no hubieran llegado las ayudas comunitarias. "No se puede vivir de las uvas", dice Langa, que explica que los precios han caído estrepitosamente, el trabajo es manual y muy costoso y el rendimiento de la explotación es cero, cuando no hay que poner dinero. Y lo justifica con cifras. "Hace seis años nos pagaban en la cooperativa 0,72 euros el kilo, ahora apenas llega a los 0,27 euros por kilo", detalla.

Garnacha de 40 años

Las viñas que desaparecerán de los campos de Javier y su hermano Jesús han cumplido más 40 años agarradas a la tierra. Son garnacha y cada año sus uvas viajaban hasta la cooperativa para utilizarlas en la elaboración de Vino de la Tierra Bajo Aragón. Pero se trata de cepas marginales. Situadas en las duras tierras de secano, apenas alcanzan rendimientos de 1.500 kilos por hectárea, muy lejos de los 8.000 kilos que consiguen las explotaciones en las que se han realizado nuevas infraestructuras de riego por goteo.

 

A pesar de que recibirá una ayuda media de 4.000 euros por hectárea, Javier Langa no se siente aliviado. "Toda la vida cuidando las viñas familiares para esto", dice recordando no solo las 22 hectáreas que llegó a cultivar su padre, sino las más de 300 que rodeaban su pueblo "y cuyo verdor daba gusto ver en el verano".

 

No es que a Javier Langa le guste dejar de ser viticultor. Es que ahora no le ha quedado otro remedio. "Que más quisiéramos que producir mucho, vender más y estar protegidos por una denominación de origen", lamenta, pero reconoce que la realidad de las viñas de esta zona es muy distinta a la de otras y apenas aportan ningún valor añadido al productor.

 

Langa no está en edad de jubilación. Aún no ha cumplido siquiera los 50 años, por lo que no dejará de ser agricultor. La aprobación de su solicitud -de la que ha recibido una notificación previa- cuenta con el visto bueno porque cumple con el requisito de arrancar la totalidad de sus viñedos, pero sobre esa tierra la próxima campaña se levantará cereal.

 

Como él, otros vecinos de La Puebla de Albortón tramitaron sus solicitudes para acogerse al plan de arranque de plantaciones alentado por la Organización Común de Mercado (OCM) del vino. Pero todavía no han metido en sus terrenos el tractor con el que pondrán fin a años de cultivo de vid. Ni siquiera quieren hablar. No hasta que hayan recibido la carta que el Departamento de Agricultura y Alimentación del Gobierno de Aragón tiene que enviarles para confirmar definitivamente que su decisión de dejar la viticultura está aprobada.

 

Sin embargo, Langa asegura que si todas las solicitudes se aprueban, los campos de viñedo dejarán de existir en esta pequeña localidad, en la que de aquellas 300 hectáreas cuajadas de cepas que existían hace unos años ahora solo quedan 25 hectáreas.

"Nadie puede cuidar mis viñas"

El rabioso secano del Campo de Belchite poco tiene que ver con las fértiles tierras de la comarca de Cariñena, donde el viñedo no deja de ser el protagonista durante más de 15.000 hectáreas.

 

Pero en la Denominación de Origen más antigua de Aragón y una de las primeras de España tampoco se libran del arranque. Allí vive desde hace 79 años Francisco Gil Gimeno, viticultor "desde que nací", explica recordando que el oficio le viene de familia, de su padre, de su abuelo...

"¿Qué porque lo dejo? Porque soy muy mayor y ya nadie puede cuidar mis viñas". Francisco Gil mantenía hasta ahora sus siete hectáreas de viñedo porque "las llevaba un sobrino", dice. Este no quiere ahora seguir con el oficio, así que a Francisco Gil, que explica orgulloso que sus uvas estaban integradas en la Denominación de Origen Cariñena, no le ha quedado otra que abandonar. "Ha sido mi vida y me hace mucho duelo arrancar las viñas, pero la cosa se ha puesto muy fea y difícil y no me queda más remedio", se lamenta.

 

Francisco tiene dos hijos, pero no cuenta con relevo generacional. Uno vive en Sevilla. El otro, en Barcelona. "Y ninguno se dedica a la agricultura", explica este viticultor, que siente tener que desprenderse de "unas viñas muy buenas, de tempranillo y jóvenes".

 

Para su consuelo, Francisco Gil dirá adiós a sus viñedos con la compensación económica que llegará de las arcas de Bruselas. "Al menos ha sido una oportunidad poder acogerme a las ayudas por arranque de plantaciones", dice este viticultor, que aunque ya ha recibido una notificación previa en la que se aprobaba su solicitud espera ahora la carta definitiva del Gobierno de Aragón para comenzar a abandonar su cultivo.

 

Como él, lo harán otros 1.095 viticultores aragoneses más, repartidos por las cuatro denominaciones de origen y las cinco zonas de Vinos de la Tierra, que antes de que llegue el 1 de abril habrán dejado sin viñedo un total de 2.293 hectáreas.