Opinión

Mejor sobrecualificación que ignoracia

La sobrecualificación laboral es una más de las consecuencias del aumento rápido del desempleo que se está sufriendo en España desde finales del año 2007. Con más un de 50% de población joven desempleada, el número de profesionales altamente cualificados que busca empleo se ha multiplicado. La idea de que el exceso de formación perjudica la búsqueda de empleo se desmonta al consultar las estadísticas sociolaborales y observar que el porcentaje de población parada es menor entre las personas que han alcanzado estudios universitarios. Los empresarios se estarían beneficiando de la oferta de mano de obra cualificada. Pero la elevada tasa de sobrecualficación no se debe únicamente al aumento del desempleo. En el año 2008 cuando se alcanzaron cifras históricamente altas de actividad, España también era el país de la Unión Europea con mayor porcentaje de trabajadores sobrecualificados, según un estudio de la oficina estadística EUROSTAT. Estarían influyendo otras variables educativas, sociales y culturales.


El sistema educativo español facilita el acceso a la universidad a un número superior de personas de las que puede absorber el mercado laboral, con un sector productivo poco cualificado. La inversión en educación, que tanto las familias como el estado han destinado en las últimas décadas, no se estaría aprovechando, pero habría permitido que las nuevas generaciones hayan accedido con mayor igualdad a la formación media y superior, y el nivel formativo de la población se haya acercado en pocos años a la de los países desarrollados. Si el acceso a la universidad fuese más selectivo como ocurre en Alemania o en algunas carreras españolas, como medicina, el porcentaje de trabajadores sobrecualificados sería inferior, pero en el caso español los hijos de familias de clase media hubiesen tenido mayores dificultades para formarse.


Se puede cuestionar el elevado coste que supone formar a personas que no van a poder rentabilizar lo que ha costado su educación, pero más elevado sería el coste de tener a más del 50 % de jóvenes parados en edades tempranas que buscan empleo y no lo encuentran. Los estudios postobligatorios de bachillerato, formación profesional o universidad estarían retrasando la edad de incorporación de estos jóvenes al mercado laboral, en un contexto en el que las posibilidades de éxito son escasas. Si la mitad de los estudiantes de entre 18 y 25 años no estuviesen formándose, el problema del desempleo se agravaría.


Otra consecuencia de la sobrecualficación sería el de la frustración. Quizá la más preocupante. La actual generación de jóvenes necesita formarse más que nunca, al tiempo que se le recuerda continuamente que salvo que emigre, opción que tampoco ofrece importantes garantías de éxito, difícilmente va a encontrar trabajos acordes a sus estudios. En caso de conseguirlos sería con salarios bajos que no permiten compensar la inversión que han hecho sus familias, y en unas condiciones de precariedad e inestabilidad que dificultan desarrollar un proyecto de vida acorde a las perspectivas que se proyectó sobre la juventud. La decepción por cursar estudios superiores y no tener posibilidades de ejercer la profesión no son mayores que la que les hubiera supuesto si se les hubiese impedido acceder a la Universidad, para que el número de plazas se ajustase a la demanda del mercado. Bien por reducción del número de plazas o porque se elevase la cuantía económica de las tasas de matrícula. La formación universitaria aporta a las personas mucho más que la capacitación para poder desarrollar determinados trabajos. La frustración de los jóvenes con alta cualificación no es superior a la del alto porcentaje de jóvenes que abandona la educación antes de cumplir los 18 años, y sus expectativas de encontrar empleo todavía son menores.


La sobrecualificación también es consecuencia de un sistema educativo cerrado y poco flexible con una oferta de titulaciones excesivamente orientada a profesiones específicas. Con unos colegios profesionales encargados de proteger que determinados trabajos únicamente puedan ser realizados por personas que posean una titulación concreta. Una formación más abierta que incluyese más contenidos básicos comunes para todos los estudiantes, como se hace en el sistema anglosajón, facilitaría que las titulaciones permitiesen acceder a una mayor oferta de trabajos y la capacidad de reciclaje profesional fuese mayor. En España se intentó flexibilizar la universidad con la convergencia europea de educación superior, conocida como proceso de Bolonia, con resultados poco alentadores. Actualmente los planes de estudios son todavía más cerrados.


Preocupa que las estadísticas sobre la sobrecualificación profesional de la juventud española se utilizasen como un pretexto más para justificar nuevos recortes en educación, para apostar por una universidad más elitista a la que pudieran acceder menos ciudadanos. Eso sí sería frustrante.


Dr. Diego Gastón Faci

Profesor Permanente de Sociología en la Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo

Universidad de Zaragoza