CAI ZARAGOZA, 84 - VIGO, 76

Tras el ridículo imperó la lógica

Quédense con el resultado, con un triunfo más que acerca al CAI Zaragoza al primer puesto final. Con eso y con siete minutos deliciosos en los que los aragoneses bordaron el baloncesto con una espeluznante agresividad defensiva, un enorme criterio ofensivo y una entrega y un acierto propios de los 'grandes'. Porque quitando esos instantes finales, el equipo de José Luis Abós rozó un ridículo espantoso y mostró una imagen inadmisible de quien aspira a regresar a la ACB. Con una dejadez inesperada, lagunas de concentración, una defensa blandita y encomendándose únicamente a la calidad ofensiva, los zaragozanos llegaron a perder hasta por catorce puntos con el colista de la LEB, un Kics Ciudad de Vigo que aguantó lo que pudo, llegó a creer en la victoria y no la amarró por su candidez final y el espectacular arreón local. Después de 33 minutos en los que la grada llegó a pitar a los suyos (también al final), imperó la lógica y el CAI sumó su séptimo triunfo consecutivo. Menos mal, aunque esto es para recapacitar, ya que jugando así o, mejor dicho, con esa actitud, no se va a ninguna parte.


Todo arrancó ya de manera extraña. Para empezar el CAI vistió de blanco en el Príncipe Felipe, cosa rara. En realidad fue un gesto hacia los gallegos, quienes quisieron vestir de rojo, ya que atraviesan un momento complicado con su patrocinador y el uniforme de respeto no está serigrafiado. También llamó la atención la entrada del brasileño Hettsheimeir en el quinteto inicial, aunque visto su buen partido de ayer parece que será su puesto habitual.


Los dos primeros ataques locales, dos pérdidas, y para más inri Phillip recibía un golpe en una mano que le obligaba a retirarse de la cancha. En las filas rojillas se detectaba menos garra de la esperada, poco acierto y se echaba en falta la intensidad de quien se juega el ascenso directo. Eso fue aprovechado por un inspirado Suka-Umu, que con ocho puntos casi consecutivos ponía al Vigo con ventaja en el marcador. Además, un Quinteros muy 'mosqueado' con lo que estaba viviendo cedía su puesto al capitán Lescano.


En ataque le empezaban a salir las cosas a los de Abós, con protagonismo de Nacho Martín, buenos pases del 'Bicho' y el trabajo en el rebote de Hettsheimeir, pero seguía faltando tensión atrás. Y más cuando los hombres de Manuel Povea corrieron transiciones rápidas.


En medio de un ambiente tremendamente frío, dada la menor presencia de espectadores que otros días, el CAI seguía basando todo su esfuerzo en ataque. En esa faceta se movía bien el balón buscando la mejor opción o se trataba de correr para un recuperado Phillip. Sin embargo, eso en esta liga no es suficiente. Hay que trabajar en la retaguardia y cuando Galarreta, con un par de triples, tomó el relevo de Suka-Umu el electrónico volvía a reflejar la paridad entre ambos conjuntos. Una igualdad nada lógica entre el líder y el colista y que despertó los primeros pitos entre el público. Para sus jugadores, para su técnico, que tampoco sabía reaccionar desde el banquillo y para unos árbitros tan malos como todos los que circulan por las canchas de la LEB.


A la endeblez defensiva de los aragoneses hubo que sumar varios errores más tras el descanso. La ausencia de concentración en algunos momentos les llevó a agotar alguna posesión sin ni siquiera tirar y la falta de puntería en los tiros libres les acercaba a un desastre de dimensiones desproporcionadas.


Tan blandos estaban atrás y tan cómodos se veía a los vigueses que la grada comenzó a gritar aquello de "defensa". Pero ni por esas. Que si una bandejita por aquí que si un triple del ex rojillo José Antonio Rojas cuando el CAI se puso en zona... Todo tan fácil que no es que el Kics se pusiera por delante sino que al final del tercer cuarto dominaba por diez puntos de diferencia.


El acierto brillaba por su ausencia y qué decir de la agresividad en defensa. Cualquiera parecía un gigante al lado de los zaragozanos. Incluso desconocidos como Pettinella hacían un daño terrible debajo de los dos aros. Así, a siete minutos y medio del final y con la máxima renta gallega (14 puntos) llegó la hora de la verdad. El ahora o nunca.


Un final para enmarcar


Nadie había ganado hasta ahora en el Príncipe Felipe y el colista estaba a punto de hacerlo. Pero ahí, al borde del abismo, el CAI sacó toda su casta, todo su juego para amarrar la victoria. Lo peor de todo es que aquellos que ven asiduamente al equipo sabían que era posible la remontada y lo que más les dolía, al igual que al entrenador, es que hubieran esperado a ese momento para reaccionar.


Entonces sí que se vio a un equipo ACB. Con Rivero en la dirección, los argentinos en las alas (en lugar de un apático Barlow), y un enrabietado Phillip y un trabajador Hettsheimeir el cuadro aragonés lo bordó. Todos se emplearon a fondo atrás. Presionaron, apretaron los dientes, por fin dificultaron los ataques visitantes y eso se tradujo en robos de balón y contragolpes. En dos minutos y medio la desventaja se recortó a cinco y un minuto después, con un 'triplazo' de Lescano, se llegaba a la igualada a 67 puntos, algo impensable poco antes.


La máquina rojilla ya no paró. Rafael era el dueño de la pintura hasta que lo eliminaron por faltas, Phillip demostraba su calidad y Quinteros fue el encargado de sentenciar el encuentro con un triple y su tremenda seguridad en los tiros libres.


La pesadilla había terminado y el líder sumaba su séptima alegría seguida. Pero tal fue el dantesco espectáculo ofrecido durante tantos minutos que hasta sus seguidores, a pesar del triunfo, ofrecieron música de viento tras el bocinazo final.


No era para menos, ya que lo mejor fue el resultado y la capacidad de reacción del CAI, pero un serio aspirante a la elite no se puede permitir estos errores y el jugar con fuego a siete jornadas de finalizar la competición. Así, no. Y esta lección ya debería estar aprendida.