ANÁLISIS

¿El país perfecto?

La Reina felicita a los jugadores de la Selección
¿El país perfecto?
EFE

España está a un paso de enviar la peor versión de su historia deportiva al baúl de la abuela, al rincón más polvoriento, oscuro y alejado que exista en la península.


Por eso el grito que inundó sus calles hasta bien entrada la madrugada; por eso el cántico de cientos de jóvenes borrachos de alcohol y de éxito en los húmedos bares de Durban: "¡Yo soy español, español, español...!".


Para que ese grito sea un rugido de éxtasis, España "solo" tiene que imponerse el domingo a Holanda en la final del Mundial de fútbol. Entonces será la envidia de medio mundo, algo muy parecido a "la nación deportiva perfecta".


Ya no hay complejos, dijo a la agencia dpa Vicente del Bosque, el seleccionador que está llevando a España a la cumbre. "Si buscara una razón lógica, no la encontraría. Si salimos de lo puramente deportivo, España siempre fue un país que parecía que no estaba en Europa, y afortunadamente hemos ido entrando con toda normalidad. En fútbol, en tenis, en atletismo, en ciclismo, en todos los deportes... Es una cosa natural de un país que ha ido creciendo socialmente".

España puede ofrecer hoy un panorama de éxitos difícilmente igualable.


¿Baloncesto? España es campeona del mundo. ¿Tenis? El mejor del planeta se llama Rafael Nadal. ¿Fórmula 1? Fernando Alonso es bicampeón mundial y, desde esta temporada, piloto de Ferrari.


La lista abruma, porque continúa con éxitos en ciclismo, motociclismo, atletismo, balonmano, triatlón, gimnasia y así hasta casi el infinito.


"Somos ciudadanos privilegiados de tener tantos deportistas buenos. Y el fútbol atrrastra a los demás deportes; hemos estado tantos años despegados del éxito, que ya es hora. A la familia del fútbol le toca triunfar y estar en primera plana".


Del Bosque puso el dedo en la llaga: España, una de las naciones más apasionadas por el fútbol y escenario de una de las Ligas más importantes del mundo, arrastraba hasta hace dos años una historia negra de fracasos que se nutría de codazos, penaltis fallados e incluso de "no goles", de tremendas ocasiones favorables falladas.


Temblaba más la cabeza que el fútbol, aunque la selección actual esté a años luz de distancia de la tosquedad basada en la "furia" de los años 70 y 80. Temblaban más las convicciones que las piernas. Hasta que España y su deporte comenzaron a cambiar en el verano (boreal) de 1992, cuando los Juegos Olímpicos de Barcelona le demostraron a todo el país que no estaban obligados a seguir siendo sumisamente perdedores en este deporte.


País complejo si los hay, con separatismos de importante presencia en regiones como el País Vasco y Cataluña, España tenía históricamente una relación de amor-odio con su selección y con los colores rojigualdos de sus símbolos nacionales. En los años más aciagos la selección de fútbol sufrió incluso algo peor que la burla: la indiferencia.


Entonces llegó la Eurocopa de Austria y Suiza, con un Luis Aragonés, eje de todo tipo de críticas y desconfianzas. Le dio igual, porque España batió a Alemania 1-0 en la final, clausuró 44 años sin títulos internacionales y, como dijo recientemente Del Bosque, dejó de ver a jugadores como los germanos como "hombres de otra raza".


Adiós al recuerdo de la eliminación en la primera fase de la Eurocopa 2004, adiós a la amargura por irse de Alemania 2006 en octavos, nada menos que ante la "enemiga" Francia, hoy hundida mientras España está en la cima.


En esos dos años entre el éxito de Viena y el sueño de superarlo en Johannesburgo, el Barcelona se convirtió en la referencia del "fútbol-caviar" y se consolidó como base de una selección española joven y experimentada. Solo le resta un paso, el más importante.


"A disfrutar de la final y a ganarla", dijo Xavi en la feliz noche de Durban. España, por momentos, no se reconoce a sí misma.