Anquela y el burro volando

El andaluz, uno de los últimos supervivientes de la vieja escuela de técnicos españoles, entiende el fútbol como un ejercicio de competitividad. El trabajo, la pasión y la humildad son sus tres máximas.

Juan Antonio Anquela, entrenador del Huesca.
Juan Antonio Anquela, entrenador del Huesca.
Rafael Gobantes

"Si en la vida real me dicen que va a venir un burro volando, no me lo creo. Si me lo dicen en el fútbol, te pido una silla y me siento a verlo pasar”. Esta reflexión, que podría parecer un pensamiento a la ligera, una frase más dicha con gracejo andaluz para salir del paso en una rueda de prensa, representa el ideario y la percepción que Juan Antonio Anquela tiene sobre el fútbol profesional. "Con trabajo, pasión y humildad, todo es posible. Todo". Si no, que se lo pregunten al Real Madrid de Manuel Pellegrini.

Nacido en Jaén hace 60 años, Juan Antonio Anquela es uno de los últimos supervivientes de la vieja escuela de técnicos del fútbol español. Técnicos pasionales, de palabra clara y cristalina. Sin florituras ni adornos innecesarios. Una escuela que, temporada a temporada, se está apagando para dejar paso a una nueva hornada de entrenadores más jóvenes y más metódicos. Más altos, más arreglados y con menos arrugas. Quizá también menos genuinos.

El entrenador que ha liderado al mejor Huesca de la historia empezó a entrenar a finales de los 90 al Jaén, el equipo de su ciudad y el club de su vida, en el que colgó las botas como futbolista tras más de 20 años regateando defensas pegado a la línea de cal. Quizá por eso, por su condición de extremo, las bandas son tan importantes en el ABC de su pizarra. Después de dirigir al Jaén, pasó tres meses por el Huesca, entrenó al Melilla (donde es recordado como un héroe) y al Águilas de Murcia.

En febrero de 2008, una llamada cambió su trayectoria deportiva. Tocó su puerta el Alcorcón, que entonces se ahogaba camino de la Tercera División. El andaluz les salvó con un sobresaliente tramo final de campeonato y comenzó a escribir la primera página de la época más dorada del club madrileño. Su nombre y sus colores, hasta entonces desconocidos para el aficionado medio, irrumpieron con fuerza en los televisores españoles gracias a una de las mayores campanadas que recuerda el fútbol español moderno, el conocido como 'Alcorconazo', que terminó con el Real Madrid noqueado sobre el césped de Santo Domingo.

Anquela convenció a aquel grupo de futbolistas de que era posible vencer al equipo más poderoso del planeta. Y ellos le creyeron. Le siguieron hasta el final. Su faceta de motivador, quizá su gran cualidad como entrenador, llevó al Alcorcón a golear 4-0 al Real Madrid. Con los ahora oscenses Íñigo López y Nagore en el once inicial, Anquela presentó también su nombre al fútbol más elitista, un terreno que no había pisado todavía. Aquella Copa del Rey cambió su vida. Nació Anquelotti.

Remató aquella temporada de ensueño con el primer ascenso a Segunda División en la historia del Alcorcón e instaló al modesto club madrileño en el fútbol profesional. En su segunda temporada en la división de plata jugó el 'play off' de ascenso y se quedó a un solo gol de llevarle por la puerta grande a Primera. Anquela era uno de los entrenadores del momento.

En apenas cuatro años, pasó de rozar el barro de la Tercera a pisar el cielo de la Primera, una puerta que le abrió el Granada en 2012. Sin embargo, aquella puerta se le quedó atascada al poco de atravesarla. La Primera le devoró en un entorno complicado como es el del club nazarí y fue despedido después de solo cinco victorias en 21 jornadas. Los andaluces revolucionaron la plantilla en enero y a él le quedó la sensación de que podría haber salvado el proyecto con los nuevos mimbres del vestuario.

Tras sufrir el primer gran revés de su carrera, el jienense necesitaba un lugar tranquilo donde volver a empezar. Dejar de ser Anquelotti para volver a ser Anquela. Un club alejado del ruido y donde estabilizar de nuevo su trayectoria. Lo encontró en Soria, en el Numancia. Un proyecto a su medida en el que volvió a cumplir los objetivos marcados, consiguiendo dos permanencias holgadas y soñando en determinados momentos con algo más grande.

Exprimió a un veterano con gran talento como Julio Álvarez hasta sus mejores límites y convirtió al goleador Sergi Enrich en un atacante de primera fila. Dejó amigos (hace menos de un mes visitó Soria para acudir a una comunión) y una huella positiva en el club, pero al concluir su segundo contrato terminó su etapa numantina. Tocaba buscar nuevos retos.

En este escenario de impás, en diciembre de 2015 le llamó el Huesca, que atravesaba problemas clasificatorios y decidió prescindir de Luis García Tevenet, el técnico del último ascenso. Anquela volvía al ruedo obligado a salvar la categoría, algo que consiguió con un amplio margen de ocho puntos (la misma distancia que les separó del ‘play off’) en un notable tramo final de temporada. Colocada la primera piedra, tocaba construir una muralla. Y Anquela ha edificado un castillo entero.

Como ya hiciera con el Alcorcón, este año ha vuelto a liderar a un club hasta la mejor temporada de su historia. Su clasificación para la promoción ha sido la guinda de un sobresaliente campeonato, en el que ha sacado el máximo rédito de un gran grupo de futbolistas. Ha convencido a Samu Saiz de que puede ser el futbolista más diferencial de la categoría, ha recuperado el talento de Vadillo para el fútbol, ha destapado a un portero sobrio y solvente como Sergio Herrera… uno a uno, le ha puesto su sello a cada uno de los futbolistas de esta plantilla para la historia del Huesca.

Intensidad sobre el 4-2-3-1

Ritmo elevado, máximo rédito del balón parado y empleo inteligente de los espacios en ataque. Presión alta, basculaciones y solidaridad grupal en defensa. Con el 4-2-3-1 como esquema principal, los equipos de Anquela son intensos y trabajados. Todo está medido. Todo está pulido al detalle. No puede ser de otro modo con un entrenador que prepara sesiones específicas para trabajar los saques de banda.

La capacidad de adaptación al perfil de cada partido es otra de las principales cualidades de sus conjuntos, una facultad que ha explotado con el Huesca. A veces se gana arrollando en ataque y otras por puntería y solidez defensiva. Pero siempre, por encima de todo, por competitividad. "Si somos competitivos durante los 90 minutos, podemos ganar a cualquiera", repite a sus jugadores, consciente de que todo es posible con trabajo, pasión y humildad, sus tres máximas en el fútbol. Incluso es posible pelear por ascender al Huesca a Primera División. Incluso es posible ver a un burro volando.        

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