Bofetada de realidad

El equipo aragonés se dejó marcar contra ocho y apenas aprovechó su enorme ventaja numérica durante 20 minutos

Roque disputó el balón con Diego Rico, ante la mirada de Cabrera.
Bofetada de realidad
Arcadio Suárez

Aunque Las Palmas jugaba con ocho hombres, aún le sobraron siete. Roque marcó el gol del bueno en el patio del colegio: sacó de centro, se lanzó arriba con la misma fe con la que un desarmado se enfrenta a todo un ejército y aprovechó que Diego Rico ni se decidía a pasar a su portero ni a despejarla. Le marcó así a un Zaragoza al que le meten goles incluso de esa manera, con un rival con tres futbolistas menos.


Esta jugada del 5-2 concentra y desnuda la realidad del equipo aragonés: con defensas abonados al error individual es imposible ganar a los pesos pesados de la categoría, competirle a los demás y sobre todo ascender a Primera División.


La bofetada recibida en Las Palmas pone en su sitio al Zaragoza. Nunca saldrá de Segunda con una defensa en su actual estado carencial. Que el Zaragoza pueda ascender así es puro realismo mágico. En el Estadio de Gran Canaria, confirmó que no está a la altura de los mejores. Si algo han concretado las derrotas frente a Valladolid y Las Palmas es la verdadera dimensión de este grupo. Hay buen equipo, pero poca plantilla. No es ya la limitación de 18 jugadores, sino cómo se han gestionado esas plazas: dos centrales con casi media temporada fuera, jugadores que apenas aportan o les dejan como Tato y, hasta ayer, dos porteros que no jugaban. O el Zaragoza acude al mercado de centrales, o su vida en Segunda se alargará.


A expensas de que se obre unos de esos episodios milagrosos que suele contener el fútbol, el Zaragoza actual alcanza para poco más de la quinta o sexta plaza. El problema o la ventaja es que lo ha descubierto con medio calendario aún por delante. Mucho deberá revolcarse la clasificación para que el objetivo del equipo aragonés hasta junio no sea algo más que la promoción.


La última semana también ha revelado que el plan de Popovic no está aún lo suficientemente cuajado para discutirle un partido a los jefes de Segunda. Y aún cuando lo esté, si algún día lo está, no será con esta defensa. Falló Popovic al repetir con Lolo de titular en lugar de Vallejo.


El técnico aprecia en el andaluz las condiciones técnicas ideales para la salida de la pelota y apuntalar su estilo desde atrás. El pase que Lolo sacó hacia Borja y generó el empate de Pedro le da la mínima razón que le quita su disparatada mañana: midió mal en la defensa de Araujo en el primero de Las Palmas (un gol de bandera, por otro lado), se acostó en la almohada en el segundo -la clave de la mañana-, y aún naufragó de nuevo en el tercero indigestándose en un pase cruzado que se le filtró entre las piernas. La tragedia de Lolo fue el resumen de que este Zaragoza, por mucho que compacte su juego, estabilice su rendimiento táctico y alcance una compostura como la de la primera mitad, siempre estará expuesto al accidente, al pánico individual tan bien representado por Lolo y Rico en Las Palmas. Eso ni se entrena ni se mejora con una pizarra, simplemente, se tiene. Ni siquiera un cambio de portero puede evitarlo. Bono merecía jugar ante el declive de Whalley. Debutó con un chaparrón como en su día Konrad en el Vicente Calderón, pero el marroquí paró bien, salvó goles y comprobó que la herida del Zaragoza es mucho más profunda que el nombre de su portero.


El partido, en su globalidad, puede dividirse en tres episodios. Una primera mitad en la que el Zaragoza demostró una figura competente, sobreponiéndose al gol inicial de Las Palmas con aplomo, orden, seriedad y la amenaza tan esporádica y peligrosa como escasa que significaron las escaramuzas de Jaime. El gol del empate de Pedro no estuvo solo e incluso dos pelotas de Jaime pudieron darle ventaja.


Luego, emergió un segundo pasaje en el que Las Palmas fue un rayo amarillo: marcó tres goles en tres llegadas y dejó el asunto zanjado, basándose en la estrategia bien observada por Paco Herrera de atacar hasta el fallo las debilidades defensivas del Zaragoza, lanzando con valentía y exactitud a Nauzet sobre Rico y al incesante Araujo sobre Lolo. Y, por último, un epílogo en el que todo pudo pasar: Las Palmas se quedó con ocho de un soplido, al Zaragoza se le abrió una oportunidad con veinte minutos por delante y ocurrió lo inesperado. El Zaragoza aún le jugó peor a ocho que a once. Con 4-1 y el desenlace más o menos claro, el fútbol batió su indescifrable coctelera tras un episodio en el que Nauzet se confundió de venganza, como uno de esos matones decadentes y rústicos de los capítulos del Equipo A. Pateó a Lolo cuando quien le había dejado sin sentido antes había sido Rico. Estalló una trifulca general, con insultos, bilis y un vergonzoso manotazo de Ángel al preparador de porteros del Zaragoza. El árbitro expulsó a Ángel, Nauzet y Culio.


Con mucho por hacer aún, Popovic ordenó amplitud y superioridades en las bandas. Nadie le hizo caso. El equipo se atrancó. La cabeza no funcionó. Marcó Willian José dos veces y tocó palo en otra. Y entre medio, Roque se expandió como un virus mortal y firmó el espanto de mañana del Zaragoza. No se equivocará quien piense que, sin esa manifestación de orgullo que fue ese gol de Las Palmas y sin la candidez de Rico y sus compañeros, el Zaragoza podría haber tocado ayer algún punto levantado desde un 4-1.


La dureza del golpe y la goleada ni siquiera tiene el consuelo de la buena primera mitad. Hasta que Las Palmas fue un cíclope, el Zaragoza lució bien. Cuando a su defensa le exigieron de verdad, todo se acabó. Con media temporada aún por delante, puede incluso que se hayan acabado muchas más cosas. Esta derrota no fue una cualquiera: es de las que rompen almas y mueven consecuencias.