La Romareda, ese templo

De todas las cuestiones positivas que destiló el partido del Real Zaragoza, el dato más relevante es el reencuentro con la victoria en casa, un factor clave de aquí a junio.

Una imagen del partido de anoche en La Romareda.
Una imagen del partido de anoche en La Romareda.
Oliver Duch/Toni Galán

Abrazos, gestos de alegría inmensa bajo la incesante lluvia de todos los futbolistas del Real Zaragoza en el centro del campo, suplentes, técnicos y auxiliares incluidos. El árbitro acababa de pitar el final del partido tras un disparo fallido y lejano de Vinícius y el equipo blanquillo acababa de ganar al Tenerife en el hito kilométrico de la liga que marca el inicio de la segunda vuelta.

Esta es la imagen más relevante de la fría noche invernal de este sábado de enero, de entre el abanico de detalles positivos que destiló el duelo contra los canarios. Por encima del golazo de Pombo, de los muchos y largos ratos de dominio, de combinación, de control del juego, de las buenas acciones del reaparecido Borja Iglesias, de Eguaras, de Febas, de Benito, de Guti, de Ros. Esa celebración conjunta, con los 12.000 fieles que desafiaron una noche más la gélida temperatura y el aguacero aplaudiendo el triunfo en los graderíos, aglutina en sí misma lo que debe suponer el éxito del Real Zaragoza anoche en su delicada cita con los canarios en la jornada 22ª: se rompió una dinámica deficiente como se debía, ganando, haciéndolo con convencimiento y plasticidad y, sobre todo, en casa.

Porque La Romareda, ese templo otrora casi inexpugnable –en Primera o en Segunda, da igual–, es el talón de Aquiles que el Real Zaragoza actual debe sanar. No se han cansado de repetir durante la semana los portavoces del vestuario y el propio técnico esa frase tópica que define como ‘fortín’ el campo propio. Una cualidad, la de convertir el estadio municipal en un lugar sagrado en el que la mayor parte de los puntos se queden en el haber zaragocista cada 15 días, que anda extraviada. No de ahora, desde hace mucho tiempo. Y los propios jugadores, ahora con mucha más sangre canterana que en episodios recientes, lo saben y lo asumen como reto supremo de aquí a junio.

Por eso, haber sido capaces anoche de iniciar el segundo trecho del torneo con la tercera victoria del Real Zaragoza en La Romareda en lo que va de curso es sinónimo de ruptura de hechizo malévolo. Ya está. Para enlazar una racha, una serie larga de triunfos ante los ojos de la inquebrantable afición zaragocista, hay que empezar por la primera. Y tiene que ser esta ante los canarios. Han sido tan pocas las alegrías de la parroquia aragonesa en 2017 que poder rubricar un logro positivo como el de ayer merece celebrarlo, degustarlo con calma y saber aprovecharlo en el futuro inmediato a modo de viento de cola. La Romareda ha de volver a ser un lugar temido por los forasteros. Una garantía firme de sumas de a tres de aquí al verano. Si el Real Zaragoza no está hoy en el paquete de cabeza es, en buena medida, porque esto no ha sucedido hasta ahora. Tal vez lo de ayer sea la primera piedra.

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