González y González

Dos pifias inauditas de Mikel González en sus dos primeras acciones hipotecan el partido del  Zaragoza en Valladolid y acentúan el problema de credibilidad de Natxo.

Natxo González da indicaciones en Zorrilla.
González y González
Fernando Blanco

La pesadilla de antes de Navidad en el Real Zaragoza la inauguró Mikel González en Valladolid con dos acciones inauditas en un futbolista de su oficio, cicatrices y serenidad. Un par de pifias incomprensibles por su concepto mismo en un central que, quién sabe si por problemas físicos o cuestiones de otra naturaleza, saltó al césped del José Zorrilla con la cabeza en otro sitio. Primero, no salió a la cobertura de la espalda de Alberto Benito. Ni le vigiló ese cuarto trasero ni acudió después a taponar a Jaime Mata con una maniobra defensiva que se conoce desde la etapa alevín de la formación futbolística. Allí marcó el Valladolid el gol que inauguró el marcador. Después, demasiado poco después, con el Zaragoza partido en dos, Mikel se acabó de disparar al pie: achicó tarde cuando, con el rival corriendo de frente, tan sencillo parecía. Ya superada la línea de la retaguardia, el central vasco olvidó la pelota y dedicó una mirada al línea, expectante de un fuera de juego que no lo era. El balón le pegó y se fue adentro. Este descuido fue un disparate tal que el propio Mikel, según dictaba la perdida mirada de su rostro, no era capaz de asimilar.

No es de extrañar que a la siguiente carrera le saltaran las fibras, entre el frío de Pucela y el estrés natural de alguien consciente de sus errores. Y marcó el Valladolid y ahí se le hipotecó el partido al Zaragoza. Habían pasado solo siete minutos, y eso era lo mejor: había tiempo. Lo que no había era fútbol ni respuestas.

Otro González, Natxo, el entrenador, le había vuelto a pegar un volantazo al equipo, sacando del once a quienes habían entrado en Albacete, al margen de que allí jugaran bien, mal o regular. De su planteamiento inicial de partido pocas lecturas caben extraerse porque Mikel González lo condicionó en un pestañeo. Esos errores levantaron un muro que el Zaragoza no terminó de superar. Desde el banquillo no llegaron soluciones, por mucho que el equipo manejara la pelota y se asentara en territorio del rival. Seguía faltando claridad ofensiva, recursos en ataque y correctas tomas de decisiones. Aun así el partido llegó a sus diez minutos finales con el Zaragoza en condición de arreglar la avería, escenario que también dice muchas cosas del Valladolid, pocas buenas. Pero ese empate no llegó.

La derrota deja a Natxo ante una delicada crisis de credibilidad, especialmente, en la esfera externa del club. Los números le permiten pocas salidas a falta de un partido para cumplir con la primera vuelta: el Zaragoza ahora mismo es un equipo de pelear por abajo y no por arriba. Es la primera conclusión gruesa de la temporada en su punto intermedio en este proyecto en construcción.

De que en el futuro lleguen otras lecturas menos grises dependerá del camino que decida tomar Natxo González en su actual encrucijada.

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