Un portero que engaña

Cristian regresó al fútbol tras un año parado con todas las dudas que eso produce: tres meses después el Zaragoza puede decir que tiene un portero que da puntos y para penaltis.

Cristian Álvarez, ayer en El Molinón.
Un portero que engaña
Arnaldo García

Pudo apreciarse brevemente en las imágenes del partido algunos de los detalles de la intrahistoria que tiene todo penalti parado. En los segundos previos al golpeo de Michael Santos, antes de que iniciara la carrera hacia la pelota, se observó el rostro cruzado de Cristian Álvarez, quien apartó la mirada del frente. Sus ojos apuntaban a su lado derecho, es decir, a la izquierda de la trayectoria hacia el disparo del delantero uruguayo del Sporting de Gijón. Incluso pareció distinguirse en los gestos faciales del portero zaragocista algo parecido al dolor, como una muesca de un llanto agónico en esa mirada atrapada en alguna parte, ladeada al destino contrario que eligió Michael Santos.

Cristian Álvarez tenía los ojos en un sitio, pero ya había decidido dónde iba a arrojar sus costillas y sus brazos, ganando así ese pulso efímero que portero y lanzador mantienen en todo penalti, unos segundos en los que el engaño se hace arte. Al contrario de lo que suele suceder, esta vez, el engañado no fue el portero sino el delantero: Santos sacó un tiro liviano, poco intencionado y con escasa carga de dinamita, apuntando a la izquierda de Cristian. Ahí se produjo la parada y el despeje del rechace, el momento clave de la victoria más deseada del Real Zaragoza. Un triunfo trabajado, sufrido y ganado a pulso en el que intervino de forma divina el portero argentino. Quizá Cristian condujo a Santos a su trampa con esa mirada fingida o quizá no, quizá fue espontánea, simplemente un ritual más en la vida y obra de todo guardameta.

Cristian ha desvelado en varias ocasiones su naturaleza supersticiosa. Un componente de carácter que no suele faltar en su oficio. Los porteros son una especie maniática, extravagante, singular. Su puesto así les define: es el único futbolista que puede tocar la pelota con la mano, el jugador que viste diferente, el único que ve siempre el juego por delante… En el caso del portero del Real Zaragoza, esos rasgos se acentúan: su personalidad bohemia, silenciosa y solitaria es bien conocida en alguien que decidió dejar el fútbol provisionalmente hace año y medio por una cuestión personal.

De ahí, del vacío profesional, lo rescató este verano el Real Zaragoza. No importó esa inactividad. Cabría pensar que ese parón iba a afectar a un portero con pedigrí de Primera División y una buena trayectoria en el fútbol. Pero no ha sido así: Cristian ha derribado la incertidumbre. Es un portero que da puntos y no los quita. De eso se trata. Como hizo ayer en Gijón. Salvó un penalti y varios remates envenenados. Pareció incluso, en momentos aislados, que jugaba nervioso, saliendo con los pies y no con las manos en una acción, respondiendo tarde en alguna jugada, resbalando algún balón en sus guantes… Pero, cuando hubo que parar, allí emergió Cristian, un portero en el que nada es lo que parece. Michael Santos es testigo de ello.

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