Un baile entre pivotes

Natxo González no termina de asentar un centro del campo de protagonistas reconocibles.

Javi Ros, en un entrenamiento del Real Zaragoza.
Javi Ros, en un entrenamiento del Real Zaragoza.
Daniel Marzo

Al Zaragoza de este comienzo de temporada, con cinco partidos de liga y otro de Copa del Rey, es sencillo encontrarle ya algunas líneas de su dibujo bien definidas, reconocibles y sólidas en cuanto a nombres y apellidos. En la defensa, Benito, Ángel, Grippo y Verdasca –a la espera de la puesta a punto de Mikel González– se han asentado sobre el lecho de confianza de Natxo González. Lo mismo sucede en la delantera: Borja Iglesias es intocable, con Toquero como escudero principal desde su irrupción en la alineación en Córdoba tras culminar su proceso de acoplamiento.

Sin embargo, no ocurre lo mismo en el tramo intermedio del equipo. En el centro del campo, Natxo no termina de redondear su fórmula. En el lugar donde se cocina el juego y se cimentan las estructuras tácticas, el Real Zaragoza no es aún una entidad de posiciones estables y predefinidas. Es el punto en el que Natxo González introduce matices, registros y variantes en función de las necesidades del partido y la fisonomía del rival. Una zona sin dueños, abierta, de momento, a la rotación y al cambio, siguiendo así la premisa ya lanzada alguna vez al vuelo por el entrenador: le gustan las variaciones, hacer y deshacer, que su equipo no descanse sobre un cuerpo básico de titulares. Ahí, en los seis partidos disputados, Natxo ha mezclado diferentes combinaciones, alternando y barajando diferentes pivotes, interiores o mediapuntas. Zapater, Ros, Febas, Eguaras, Buff, Pombo, Alain…

Cabe, en todo caso, poner en contexto la propuesta del entrenador zaragocista. Su sistema no es un sistema al uso. Contiene una elasticidad táctica que transforma el esquema del equipo en función de si ataca o defiende: con balón, Natxo ha impuesto un 4-4-2 con rombo en el centro del campo, con habitualmente cuatro jugadores interiores en esa zona, con la bandas libres para Benito y Ángel, y un segundo punta que completa a Borja. Sin la posesión, en cambio, el Real Zaragoza se matiza a un 4-4-1-1, con dos líneas de cuatro –en la que el segundo punta pasa al extremo– y dos hombres avanzados, el delantero centro y el mediapunta del rombo (rol habitual de Buff).

Es una apuesta compleja, que exige tiempo de engrase, una progresiva asimilación de conceptos y mecanismos y que contiene una singularidad: el doble pivote solo es tal cuando el equipo defiende. En esas funciones, el Zaragoza está presentando cierta inestabilidad. Natxo abrió la temporada con Zapater y Eguaras, pero la aparición de Toquero y la evolución táctica hacia el rombo ha acentuado el protagonismo de la pareja Zapater-Ros, triunfales en Córdoba, pero superados en Lugo. Por el medio, una sanción impidió al ejeano jugar contra el Alcorcón, después de que Ros fuera baja en Copa. Ambas ausencias fueron cubiertas por Eguaras, a quien Natxo no dio ni un minuto el pasado viernes en tierras gallegas.

La apuesta por Zapater y Ros representa una línea continuísta respecto a la campaña pasada, en la que el Zaragoza sufrió como nunca y su fútbol de centro del campo apenas emitió solvencia y claridad. Natxo busca en este dúo cantidad más que calidad, priorizando aspectos como el equilibrio, el despliegue territorial y el trabajo.

El centro del campo fue este verano la zona con la que Lalo Arantegui quiso darle la vuelta real al Zaragoza y abanderar un giro en su fútbol. Refuerzos de buenos usos del balón como Eguaras, Febas o Buff se ejecutaron en este sentido. Pero Natxo, de momento, ni observa a Eguaras como una pieza fundamental, ni considera a Febas un centrocampista con fiabilidad defensiva y posicional como para anudarlo a un doble pivote. Su sitio es otro: interior, mediapunta... con mayor dinamismo. Mientras tanto, el técnico sigue a la búsqueda de su mezcla ideal.

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