Pura casualidad. Cosas del destino de la competición. En la disputa de la penúltima jornada, el partido Girona-Real Zaragoza se presenta decisivo para los dos equipos en caso de lograr puntuar. El cuadro local necesita de un solo punto para obrar su mayor éxito en la historia, ascender a Primera División de manera directa como 2º clasificado de la liga. Mientras que los aragoneses están a un solo punto de conseguir matemáticamente la elusión de cualquier riesgo de descenso a Segunda B, su mayor reto en un mal año.

No necesitan ganar los 3 puntos. Les basta con uno. A unos y a otros. Es decir, se presenta, como sucede casi todos los años en todas las ligas, el clásico partido en el que el empate sirve a los dos rivales. Un hecho que, en los últimos tiempos, ha terminado por ser más un problema que una ventaja. Muchos años atrás, estas cuitas no se miraban con las lupas de gran aumento que, en muchos casos, rigen en el fútbol español o, más ampliamente, en el europeo o mundial. El asunto de los amaños, de las apuestas, del 'fair-play', que tanto preocupa a los organizadores de los torneos, hace de este tipo de choques un foco de máxima atención.

Así que, es cierto, si el domingo en el estadio de Montilivi el Girona y el Real Zaragoza empatan su partido, ambos levantarán los brazos de alegría y desahogo. Los catalanes alcanzarán la élite por primera vez en toda su trayectoria como club de fútbol, y los aragoneses podrán empezar a planificar el año que viene en Segunda División, una vez evitado el descalabro de caer a Segunda B, sinónimo de liquidación y desaparición muy probablemente. Pero, pese a que las conversaciones de aficionados, las clásicas disquisiciones y quinielas de los forofos, derivan enseguida a un posible acuerdo previo, al conocido internacionalmente con la palabra italiana 'biscotto' (galleta, amaño), en todos los ámbitos de los implicados se subraya la imposibilidad de que eso suceda hoy en día.

No están las circunstancias como para tontear con estos asuntos feos del fútbol. Así que, si al final se diera el empate, será porque el discurrir del partido ha ido a parar a ese marcador final. No caben imágenes como las que en décadas pasadas se vieron, no ya en la liga española o la de otro país puntero, sino incluso en eurocopas o mundiales en torneos mayores de selecciones nacionales. Esas escenas vergonzosas no tienen la más mínima tolerancia en estos momentos. La industria del fútbol (como es denominada desde la propia Liga de Fútbol Profesional) no puede admitir espectáculos que se salgan de los cauces de la normativa, la legalidad, el honor y la pureza de la competición.

Así que, el Girona-Real Zaragoza de este domingo, si se jugase en los años setenta, ochenta o noventa del pasado siglo XX, tendría un alto porcentaje de opciones de acabar en empate. Ahora, sin embargo, el statu quo del fútbol profesional español reduce ese tanto por ciento notablemente y lo deja justo en el punto exacto en el que la trama del propio partido pueda desembocar en la igualada final.

Es un partido que, por este flanco, será seguido con el máximo interés. Y no únicamente por los propios implicados, Girona y Real Zaragoza, sino también por el resto de equipos que pueden sufrir su repercusión, caso del Getafe (en el caso del ascenso gerundense), o del Elche, Mallorca, Alcorcón, Nástic de Tarragona, Almería, UCAM Murcia, Numancia o Córdoba (los de la pelea por la permanencia) en el caso zaragocista. El grado de iluminación de Montilivi, figuradamente, será superior esa noche dominical a la de cualquier otro partido antes jugado en ese campo.