8 meses, misma imagen, sentido bien distinto

En Palamós y Huesca los jugadores del Zaragoza salieron del vestuario para dirigirse a la afición tras el partido. El gesto ha mutado de la culpa al guiño cómplice.

Los jugadores del Real Zaragoza, tras salir de los vestuarios cinco minutos después de acabar el partido. A la izda., el sábado en El Alcoraz de Huesca. A la dcha. en Palamós frente al Llagostera en pasado mes de junio.
8 meses, misma imagen, sentido bien distinto
HA/José Vidal/Jordi Ribot

Huesca. 4 de febrero de 2017. Cinco minutos después de quedarse vacío el encharcado césped de El Alcoraz tras la victoria del Real Zaragoza por 2-3 ante la SD Huesca, los futbolistas del cuadro zaragocista, encabezados por el capitán, Alberto Zapater, comienzan a regresar al campo por la bocana de vestuarios. Los 800 aficionados blanquillos, que ocupaban buena parte del fondo sur, habían sido invitados por la organización a aguantar un tiempo en su ubicación hasta ser desalojados poco después por motivos de seguridad. Y ahí se vivió uno de los momentos más emocionantes de la noche oscense, el aplauso mutuo entre hinchada y plantilla, esa conexión sentimental grada-terreno de juego tan devaluada en los últimos tiempos.

La iniciativa de los muchachos de Agné, el hecho de retardar la necesaria ducha para acudir a agradecer vis a vis a los suyos el apoyo prestado durante el duelo de rivalidad saldado con el necesario triunfo ante el Huesca, generó un vínculo afectivo que andaba extraviado hace tiempo. En Huesca, el grupo rompió la negativa racha sufrida en un negro enero. Evitó el agravamiento de la crisis deportiva que, irremediablemente, salpicó en los días previos a otras instancias del club. Y, con esos 3 importantes puntos en las alforjas, su gesto de retornar a la embarrada hierba de El Alcoraz para guiñar el ojo a sus fervorosos seguidores viajeros hizo de eslabón positivo con la anterior vez que algo así sucedió en un estadio con el Real Zaragoza de por medio.

Porque el calendario quiso ser exacto. Ese precedente idéntico en la puesta en escena de ver al equipo ante la afición en un campo de fútbol cinco minutos después del final de un partido también ocurrió un día 4. El de junio pasado, el de 2016. En Palamós. En el estadio Costa Brava, feudo del Llagostera. En aquella catástrofe del Real Zaragoza ante un rival ya descendido en la última jornada de la pasada liga. Sí, en aquel 6-2 hiriente que dejó al cuadro blanquillo sin promoción de ascenso en una tarde increíble y, por siempre, inexplicable bajo la batuta de Lluís Carreras. Bastaba un punto para jugarla. Y no solo no lo consiguieron, sino que fueron estrepitosamente goleados y apeados de toda posibilidad de la peor de las maneras.

Hacía, pues, 8 meses exactos que la plantilla del Real Zaragoza no escenificaba un retorno al campo cinco minutos después de un partido para ponerse cara a cara con la afición desplazada a un partido fuera de casa. Son 8 meses que, desde este sábado en Huesca, pueden y debieran tener una lectura positiva, una moraleja edificante de cara el futuro inmediato.

En Palamós, aquel Zaragoza volvió para, en silencio, con rostros torcidos y pálidos, asumir su enorme culpa y ejercer de imán de todas las iras de los lastimados corazones del zaragocismo. Fue una imagen terrible para la historia. Habían cometido la mayor pifia de la historia.

En Huesca, este sábado, el actual Zaragoza regresó ante los suyos desde la caseta de un modo bien diferente. Alegres, enrabietados, solicitando fe, suplicando confianza tras atravesar una nueva crisis de resultados que ha resultado tremendamente nociva durante casi 30 días en el envoltorio diario del equipo.

Ocho meses separan la imagen gemela de Palamós y Huesca. Ocho meses que hacen de purgatorio, de tiempo de evolución, de rehabilitación para un equipo que ha cambiado en numerosas piezas. Solo Cabrera, Ángel, Dongou, Ros y Lanzarote (no llegó a salir en El Alcoraz), están en ambas fotos.

Quien sabe si, después de esta imagen de Huesca tras ganar un partido crucial para evitar un cataclismo interno de insondables consecuencias, los efectos tóxicos del desastre de Palamós han podido quedar eliminados definitivamente. Quizá sus secuelas tuvieran 8 meses de vigencia posterior y, a partir de ahora, comience a regir el aspecto positivo que destiló la inciativa del equipo en El Alcoraz.

Ahí queda el detalle. Esta es la secuencia de una curiosa conducta idéntica con motivaciones inversas, simétricas. De cuestiones así, a largo plazo, se consiguen lecturas y amarres positivos para abandonar situaciones indeseadas.

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