Honda preocupación en todas las estructuras del club

El lamentable partido de Cádiz, la devaluación en la clasificación y la segunda sensación de crisis de la temporada abolla a todo el Real Zaragoza.

Dirigentes, ejecutivos, técnicos, auxiliares, jugadores... todo el mundo está, dentro de las estructuras del Real Zaragoza, aturdido y preocupado por lo ocurrido en Cádiz este sábado. Una lamentable derrota, con una imagen pésima en términos futbolísticos y anímicos, que se une a los dos malos resultados recientes, ante el Reus y el Getafe, y que ha llevado por segunda vez en la temporada al equipo a una situación de crisis de identidad que amenaza con reeditar los peores momentos de este irregular curso 2016-17 en breves días. 


La plantilla, los entrenadores, los miembros de la dirección deportiva (Juliá y Valentín) y la dirección general (Cuartero), los consejeros, el presidente... nadie escapa al estado de estupefacción, de negativa sorpresa por cómo se ha ido de sintonía, una vez más, la solvencia del equipo en apenas tres partidos, dejando en agua de borrajas la reacción y optimismo que generó la llegada de Agné cuando en los despachos decidieron depedir a su antecesor, Milla, al frente del vestuario. 


Todo el mundo está quedándose desnudo de argumentos, desarmado de excusas o paliativos para explicar qué sucede. Básicamente los arquitectos del plantel, la dirección deportiva y, por relación directa, la dirección general. La figura del entrenador, con el paso de los partidos, empieza a tomar cada vez el rol de víctima. Tanto en el caso del actual como, retroactivamente, del anterior. Ante el nivel de calidad que parece poder dar en términos globales y continuados el grupo formado por Juliá, Valentín (y Cuartero) en verano, parece dar igual que quien lleve su timón sea Milla, Agné, Guardiola, Mourinho, Klopp o Ancelotti. El mal principal no está en el banquillo, aunque en su momento también pudo (uno) o pueda (el otro) tener su influencia puntual en determinados momentos de los partidos mal resueltos, bien por acción, bien por omisión en sus decisiones. 


El Real Zaragoza, inevitablemente, se despeña en la clasificación de la liga más igualada de los últimos años (que ya es decir, pues ha sido la tónica habitual desde que el cuadro aragonés bajó de Primera por última vez hace cuatro campañas). Está a solo 2 puntos del descenso a Segunda División B. Palabras mayores. Esa es su referencia más cercana. Porque el ascenso y la promoción, la cabeza de la tabla en definitiva, cada vez se ven más lejos, más imposibles tanto por distancia real como por el mal juego que el equipo es capaz de desarrollar para ser aspirante a lo bueno.


De repente, comienzan los vértigos y los temblores involuntarios al comenzar a considerar que el Real Zaragoza puede entrar en esa nociva espiral de la cola, donde el año pasado estuvo todo el tiempo el Almería (recién descendido de Primera) o hace dos años el Osasuna (también con vitola de equipo caído de la élite), salvándose ambos de puro milagro en la última jornada de cada torneo. Se empiezan a dibujar estrategias sobre decenas de papeles para intentar remodelar la plantilla en el mercado de invierno que comenzará dentro de 27 días. No es el mejor ambiente para jugar los dos últimos partidos del año natural, 2016, antes del parón de Navidad y Año Nuevo, que traerán al Oviedo a La Romareda y llevarán al Zaragoza a Vallecas para rematar ante el Rayo en la víspera de las vacaciones. Genera mareos barajar sendos pinchazos y tener que considerar cómo pueden ser esos 15 días de tregua liguera con el equipo metido de lleno en el vagón de cola, posibilidad que, tras lo de Cádiz, ya no parece un imposible ni para los más confiados del lugar. 


Este es el medio ambiente en el que se ha metido el Real Zaragoza en su día a día, su hora a hora, tras lo sucedido en los últimos 15 días ante Getafe, Reus y Cádiz. El regreso de la capital andaluza ha sido un funeral, un devaneo constante en las cabezas de los protagonistas, en cada uno de sus papeles dentro del guión de la temporada. La cosa no es para menos. El gas carbónico que insufló Agné con su llegada ya no tiene burbujas en el equipo. Vuelven a predominar las carencias sobre las virtudes. Y, de puertas afuera, llueve sobre mojado, no se pueden repetir subterfugios como las lesiones, los perjuicios arbitrales o el mal fario. El problema es otro y, los más cabales, lo asumen abiertamente, aunque sea sotto voce. 


Así nace la penultima semana competitiva previa al receso navideño y a ese enero en el que el Real Zaragoza pretende cambiar su fachada y su interior de modo intensivo, si la economía se lo permite y los ejecutivos encargados de esa ventanilla tienen agilidad y recursos para ello. Nada que pudiera imaginarse en las horas que precedieron el viaje a Getafe, donde se buscaba ganar para ocupar el 2º o el 3º escalón de la tabla clasificatoria. Ahora, el nivel concreto es el 14º. Con el 19º, el Mirandés, ahí mismo, con solo dos puntos menos. Vienen curvas dentro del organigrama zaragocista porque el fútbol así lo decide. Nada ni nadie más.

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