La segunda juventud

A sus 31 años, Alberto Zapater está mostrando una frescura física y mental extraordinaria, como si el fútbol no le hubiera pasado nunca factura alguna.

Alberto Zapater, radiante, el día de su presentación
Alberto Zapater, radiante, el día de su presentación
Oliver Duch

Como Alberto Zapater es hombre de palabra recta y contrastada, no hubo por qué dudar de él hace dos meses atrás, cuando afirmaba después de sus entrenamientos en privado en la Ciudad Deportiva que se encontraba bien y en condición de poder ayudar al Real Zaragoza en sus propósitos. Pero en el fútbol –ya se sabe– la palabra que realmente vale es la predicada en cada partido, sobre el césped, bajo la auditoría del estadio y la afición.


Tres encuentros de competición oficial en la Liga 1,2,3 no sólo han venido a demostrar que su verbo responde a los hechos, sino que estos últimos han puesto sobre el tapete una versión exuberante del centrocampista de Ejea de los Caballeros, criado en los campos de la Ciudad Deportiva y luego viajado por Portugal, Italia y Rusia, destinos a los que le llevó el fútbol profesional tras abandonar La Romareda, por aquellas discutibles decisiones que se tomaron durante el periodo del ‘agapitismo’.


Podría decirse que Zapater está viviendo en su Real Zaragoza, equipo del que nunca ha renegado y del que siempre se ha sentido parte, una segunda juventud, como si el desarrollo de una dilatada trayectoria profesional no le hubiera pasado ningún tipo de factura, ni física ni tampoco moral.


Es fenomenal la cantidad de campo que cubre y abarca, de atrás adelante y de derecha a izquierda. Para cualquier otro futbolistas resultaría, seguramente, una empresa inabarcable alcanzar tanto frente. Pero Zapater va y viene. Llega a a casi todos los lugares, a los espacios abiertos y a los puntos cerrados.


Ni siquiera las condiciones infernales en las que se jugó el derbi del pasado domingo entre Real Zaragoza y Sociedad Deportiva Huesca hicieron mella en su constante esfuerzo. Ésta es, sin duda, un de las grandes noticias del comienzo de la temporada: Zapater se encuentra a un nivel extraordinario. Diríase que está por encima de las circunstancias, de la categoría de plata del balompié español.


No es que en su fútbol del presente se adivinen las esencias de quien fue y ya no es, a causa, simplemente, del paso del tiempo y de la inevitable erosión que provocan las tantas batallas deportivas libradas o las mismas lesiones padecidas. Su juego presente es un verdadero tratado de rabiosa actualidad, plenamente vigente y válido para un partido completo, de principio a fin, a noventa minutos.


Si alguien pensó en un momento u otro de la pretemporada que el capitán iba a ser una pieza de apoyo, de minutos tasados o de esfuerzos medidos, cayó directamente en el campo del error, del equívoco. A través del músculo de Alberto Zapater se sujeta una arquitectura de conjunto, un modo de estar sobre el terreno de juego y un determinado ritmo de competición.


Luis Milla y el cuerpo técnico han encontrado en el veterano futbolista un capitán con ascendencia, un líder de compromiso inquebrantable y un pilar firme sobre el que asentar un buen número de cuestiones de carácter colectivo: orden general, disposición táctica adecuada al momento, lectura de ritmos, capacidad para robar en la zona ancha, un modo de respirar todos y un pivote en torno al que gira la composición.


Es probable que también sea una de las causas de este liderato tempranero del Real Zaragoza, a pesar de que este tipo de cuestiones casa con dificultad con los nombres propios, porque por su naturaleza responden a rendimientos de grupo, a esfuerzos librados de manera conjunta, en la que todos intervienen en un grado u otro y son necesarios.

En todo caso, no hay razón objetiva por la que dejar a un lado un apreciable atributo de esta versión renovada de Alberto Zapater: el poso y la templanza que otorga al juego del bloque entero.


En cuanto el balón cae en sus pies, la pelota comienza a hacerse propia, en un sentido amplio, un objeto perseguido por el rival sin demasiada suerte. Arranca así la posesión y la urdimbre de las ofensivas aragonesas, que unas veces se desarrollan de modo rápido y otras veces de forma más pausada, según convenga al partido, en una consideración global, o a las circunstancias del momento, en una apreciación realizada acerca del instante concreto.


Esta valiosa capacidad, que guarda relación estrecha con la autoridad de quien sabe, el conocimiento y la madurez adquirida, ha emergido en la figura del ejeano casi como una nueva virtud, haciendo de Alberto Zapater un futbolista de dimensiones más extensas de las que recordaba la memoria colectiva, acaso porque su carrera profesional progresó como debía lejos de nuestras fronteras. Zapater roba y Zapater crea. Corta y lanza. Pone un freno al rival e inicia el desarrollo propio. Esto es, al menos, lo que se ha podido ver hasta aquí, en este inicio esperanzador de liga.


Por supuesto que han quedado superadas las interrogantes retóricas que se planteaban cuando el Real Zaragoza anunció su fichaje. A día de hoy, ni siquiera poseen sentido. Es conocido que aquella molesta lesión que padeció en la zona inguinal no se está comportando como un impedimento. También se ha descubierto que el nivel competitivo que guarda le permite estar sobre el terreno por pleno derecho. Las preguntas en torno a su papel han devenido enseguida en otro tipo de interrogaciones. El zaragocismo suspira por que Zapater aguante y soporte los rigores de una competición de fondo como es esta Segunda, que a duras penas abre alguna pausa en su largo recorrido.

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