Ni el termómetro ni el horario impidieron el lleno de El Alcoraz

El derbi aragonés se convirtió en una fiesta para la afición local.

Aficionados del Huesca en las gradas de El Alcoraz.
Aficionados del Huesca en las gradas de El Alcoraz.
Rafael Gobantes

Un lunes a la hora de la cena no parece el mejor momento para salir de casa en dirección a El Alcoraz, pero en este caso la ocasión lo merecía. Y aunque el mercurio no llegara a los diez grados –y el viento pareciera restar incluso alguno más-, casi 5.500 valientes tiraron de gorro, guantes y anorak de plumas por primera vez esta temporada para animar a su equipo. Apenas unas decena de entradas restaban por vender antes del arranque del encuentro y pocos asientos quedaban libres en el estadio azulgrana una vez comenzaba el partido. Setecientas de ellos ocupados por aficionados del Real Zaragoza, que se instalaron en la zona de Gol Sur.

Porque marcado en rojo en la agenda de los seguidores de ambos equipos, desde que la Liga da a conocer el calendario de la competición, la hora elegida para el derbi sentó como un jarro de agua fría para los aficionados de ambos equipos, y así lo hizo notar la grada de animación del conjunto oscense, situada tras el Gol Norte, que desplegó una pantalla en la que  se leía “¿Fútbol los lunes?, No, gracias”, aunque la seguridad del campo se apresuraron a retirarla. Tocaba empezar la semana cenando bocadillo en El Alcoraz, y todos esperaban antes del pitido inicial, que al menos el resultado hiciera que mereciera la pena ese atípico y gélido lunes.

Al final, esa recompensa, que va más allá de los tres puntos y de ese ascensor a la zona de ascenso directo que suponen para el Huesca, se quedó en casa. Porque en el estadio oscense había la sensación ya desde los primeros minutos de juego que esta vez “era la buena”, aunque la frase se escuchaba ya desde los días previos por las calles de la capital oscense. De hecho, la afición azulgrana se divirtió como pocas veces se recuerdan, y hasta acabó coreando ‘olés’ cuando Akapo sacó algún toque de futbolista de videoconsola con el 2-0 ya en el marcador. Para instalarse en la total euforia al llegar el tercero. De hecho, los cánticos casi impidieron escuchar el momento en el que el colegiado señalaba el pitido final.

Fue treinta minutos antes, al empujar Cucho Hernández el balón al fondo de la red en el primero de su cuenta particular, cuando enmudeció la hinchada zaragocista, situada detrás de la portería donde el colombiano parecía dejar prácticamente sentenciado. Lo que sumado a la sustitución de Borja Iglesias, sumió a la grada visitante casi en la incredulidad. Y aunque hubo un rayo para la esperanza cuando el capitán comandó de falta directa un amago de remontada, el mazazo fue incluso mayor al subir el 3-1 definitivo en la siguiente acción.

Al final, bufandas al frente, de uno y otro equipo, y las dos plantillas agradeciendo con aplausos el apoyo de sus aficionados, aunque los semblantes en unos y otros casos fueran muy diferentes, pero dentro del buen ambiente que reinó en los 90 minutos, más allá de lo que ocurrió sobre el césped.

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