Quino Salvo, referente para una generación y primer maestro de José Luis Abós

Fernando Arcega y Paco Zapata recuerdan la etapa del gallego como jugador en Zaragoza, donde también entrenaba a los más jóvenes.

Quino Salvo
Quino Salvo
Arturo Burgos

Las muestras de cariño a Quino Salvo, fallecido este miércoles, han surgido de forma espontánea desde todos y cada uno de los lugares que quedaron marcados por su personalidad durante su extensa carrera deportiva como jugador y como entrenador. También desde Zaragoza, donde pasó media década entre el Helios y el club que tomó su relevo, el Club Baloncesto Zaragoza (CBZ), que más tarde pasaría a denominarse CAI Zaragoza. 


Durante su etapa en la capital aragonesa logró el ascenso a la máxima categoría del baloncesto nacional y su historia se cruzó con la de otros de los protagonistas de la historia del baloncesto zaragozano, como los hermanos Arcega, Paco Zapata o el propio José Luis Abós. Con unos coincidió como compañero de equipo, con otros como su entrenador en las categorías inferiores del Helios y con el técnico, también fallecido por un cáncer, como su primer maestro.


“En el vestuario era un líder. En Zaragoza creció como jugador, llegó con 20 años, y ya se vislumbraba que además de un gran jugador tenía madera de entrenador. Mientras jugaba en la élite ya entrenaba a las categorías inferiores, entre otros, a mi hermano Pepe o a Paco Zapata”, asegura Fernando Arcega, compañero de Quino Salvo durante varias temporadas.


“Mientras jugaba en el Helios, con 20 o 21 años, comenzó a entrenar a las categorías inferiores del Helios. Su ayudante era José Luis Abós, que comenzó con él como entrenador, hasta que Salvo tuvo que marcharse de Zaragoza porque le tocaba hacer la mili en Marines”, recuerda Paco Zapata. Tras su marcha a esta localidad valenciana comenzó a jugar en Liria, cuyo equipo acababa de ascender a Primera B, y en el que pronto se convirtió en el héroe.


Pero en la capital aragonesa también dejó una gran huella. “Fue uno de los jugadores con más carisma que he conocido, y tenía una gran fortaleza física y mental, que es precisamente lo que le ha ayudado a luchar durante todo este tiempo contra su enfermedad”, asegura Arcega.


Pero Quino Salvo marcó tanto a quienes jugaban con él como a sus primeros pupilos. “Era un tío con personalidad. Para nosotros era un referente como jugador y un sueño como entrenador, éramos críos y para nosotros era alucinante que nos entrenara un jugador del primer equipo. Un día defendía a Epi y al día siguiente nos entrenaba a nosotros...”, rememora Zapata, que en la última etapa de Quino Salvo en Zaragoza ya entrenaba de vez en cuando con el primer equipo: “Fue una persona que marcó a nuestra generación”.

Un jugador atípico y carismático


Quino Salvo llamaba la atención por su carácter y su personalidad, pero también por su atípico físico. “Con ese volumen tan poco apropiado para un jugador de baloncesto sorprendía a sus rivales porque tenía una velocidad impresionante. Pensaban que un jugador tan grande casi ni se movería”, explica Arcega. Zapata lo corrobora: “Tenía sus limitaciones, porque no era muy alto ni atlético, pero era muy explosivo”.


Su energía, además, era tanto física como mental. “Tenía una fortaleza por encima de la media, era algo descomunal. Cuando llegábamos de un viaje largo y al día siguiente entrenábamos otra vez era el único que estaba como si nada”, indica Arcega, quien cree que conseguía impregnar de esa personalidad a quienes le rodeaban: “Como entrenador sus equipos eran como él, fuertes y aguerridos”.


Además, contaba con armas psicológicas que acabaría confesando a estos protagonistas muchos años después. “Me acuerdo que hace poco le vi y nos contaba que cuando le tocaba defender a los mejores jugadores, las estrellas de la época, comenzaba a intimidarles incluso antes de que comenzara el partido. Cuando estaban calentando les miraba fijamente, de forma amenazadora, y la verdad es que luego conseguía pararles. Epi, por ejemplo, decía que no había conseguido hacer un buen partido contra él”, confiesa Zapata.


Pero Quino Salvo no solo destacaba como jugador. “No pasaba desapercibido en ningún sitio”, le describe Zapata. “Era un cachondo, una persona muy entretenenida, y con la misma personalidad fuera que dentro de la cancha”, completa su perfil Zapata, quien recuerda que, pese a que apenas era un veinteañero, se adaptó a la perfección a Zaragoza: “Era muy generoso y desprendido. Se hacía querer y no tardó en tomarle el pulso a la ciudad. Se conocía toda Zaragoza y a él también le conocía todo el mundo, y eso que en aquella época el baloncesto todavía no tenía la relevancia actual. Por su forma de ser parecía un zaragozano de toda la vida”.

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