Orgullo zaragocista en el punto de la tierra más cercano al sol

A sus 53 años, José Manresa conquistó hace un mes la cima del Chimborazo, el volcán ecuatoriano que se considera el punto más alejado del centro de la tierra y el más cercano al espacio exterior. Nadie lo había hollado en las últimas cuatro semanas.

José Manresa en la cima del Chimborazo con la bufanda del Real Zaragoza.
José Manresa en la cima del Chimborazo con la bufanda del Real Zaragoza.
J. M.

Hace un mes, José Manresa levantaba orgulloso la bufanda del Real Zaragoza en la cima del Chimborazo. El aragonés, natural de Alagón, se convertía en el primer montañero en hollar el volcán ecuatoriano, de 6.263 metros, en las últimas cuatro semanas. Así terminó la aventura que diez días antes iniciaba junto a Carlos Bernal, José Luis Medrano y Rosana Muniesa, los cuatro miembros del Grupo de Montaña El Castellar de Alagón.

Por el camino, los cuatro ascendieron otros tres volcanes ecuatorianos en su proceso de aclimatación a la zona y a la altura: el Rucu Pichincha, de 4.698 metros, el Rumiñahui, de 4.634 metros, y el Illiniza, de 5.126. En el Cayembe, el cuarto de los previstos en la hoja de ruta, las circunstancias meteorológicas les obligaron a darse la vuelta y en la ascensión final al Chimborazo, también. Sin embargo, José Manresa, a sus 53 años, logró lo que parecía imposible.

Su aventura, que sucede a otras ascensiones al Elbrús o al Kilimanjaro, consistía en hacer cima en el Chimborazo, calificado como el punto más alejado del centro de la tierra y el más cercano al espacio exterior y al sol. "Ecuador es un país con muchísima altura, lo que implica que la aclimatación es relativamente más sencilla que en otros casos. Aun así, la idea era subir otros cuatro volcanes antes de atacar el Chimborazo", explica Manresa.

La primera parada de los cuatro amigos fue Quito, donde se alojaron una primera noche y comenzaron el proceso de aclimatación a la altura. "La zona donde nos alojamos estaba a 2.800 metros. Veníamos de los 200 de Zaragoza y el cuerpo necesita tiempo", subraya.

"El segundo día, después de aclimatarnos en Quito, subimos el Rucu Pichincha y el tercero, el Rumiñahui. Este último está en el parque del Cotopaxi, uno de los volcanes activos más altos del mundo. Lo llaman la pirámide perfecta y es espectacular", relata el de Alagón.

La siguiente jornada fue de descanso y aprovecharon para visitar la Laguna de Quilotoa, un cráter con 3 kilómetros de diámetro con más de 150 metros de profundidad. "La próxima parada en el proceso de aclimatación fue la ascensión al Illiniza, de 5.126 metros de altura y 1.200 de desnivel”, comenta. "Es un volcán con un tramo final de ascensión helada al que llaman ‘el paso de la muerte’. Tiene muchísima fama, pero a nosotros no nos resultó muy complicado. La bajada se hizo más larga, pero superamos esta etapa sin excesivas complicaciones", agrega.

La primera gran dificultad llegó cuando se preparaban para atacar su siguiente reto, el Volcán Cayembe y sus 5.790 metros de altitud. "Nuestra intención era comenzar la ascensión de noche, pero cuando íbamos a salir empezó una tormenta de viento húmedo, un fenómeno típico de la zona que procede de la selva ecuatoriana. Las consecuencias son un frío tremendo y un viento horrible", señala José.

"La zona se convirtió en una pista de hielo y nuestra ropa se congeló. Decidimos quedarnos y esperar. El problema es que la gente de la zona nos dijo que este tipo de tormentas duran unos seis días y acababa de empezar. Por lo tanto, al día siguiente nos marchamos directos a la zona del Chimborazo", apunta.

Primer intento, fallido

Descansaron en la localidad de Baños y pusieron rumbo al refugio de Carrel, a 4.800 metros de altura. Desde allí, comenzarían la ascensión al Chimborazo ya que unos fuertes desprendimientos les impidieron acercarse a otro refugio posterior, situado a 5.000 metros, desde el que tenían previsto en su hoja de ruta comenzar la ascensión.

"Este tramo es más largo y más complicado. Por fin, salimos a las once de la noche y comenzamos la durísima ascensión entre piedras y arenales", explica. A su lado, de apoyo, el guía con el que Juanito Oyarzabal consiguió hacer cima hace unos años. "Fue una ascensión muy compleja y, a 5.300 metros, Carlos sufrió mal de altura y Rosana tenía mucho sueño, otro síntoma propio de la altura. Por eso, los dos decidieron regresar", comenta.

"Quedamos José Luis y yo acompañados del guía. Cometimos un error en la ruta y andamos cien metros verticales por el camino equivocado. Volvimos a bajar y nos encontramos un paso transversal lleno de hielo negro. José Luis no se encontraba bien y decidió regresar. Yo seguí durante 200 metros más pero vi que las condiciones eran imposibles, que todo el mundo se daba la vuelta, y decidí volver también", explica.

Segundo intento en solitario

La decepción, después de más de un año preparando la ascensión y con más de 3.000 euros (por persona) invertidos, fue mayúscula. Especialmente para José, que se veía con fuerzas de terminar. Sus amigos y Rosana, que es su mujer, le animaron a volver a intentarlo. Cual zaragocista que nunca se rinde, José salió junto a otro guía, esta vez una hora antes, decidido a terminar lo que había empezado. "Esta vez cogimos bien el camino e hicimos el paso transversal, que al final consiste en andar, de lado, por una montaña helada. Hay que pasarlo muy rápido porque son piedras amontonadas en vertical y sujetas por el hielo. Hay muchos desprendimientos", reconoce.

Una vez superada la primera zona crítica, a la que llaman ‘El Castillo’, José y su guía se aproximaron a una cresta de hielo negro y, después, ascendieron una pared, también de hielo negro, de cerca de diez metros. Todo ello, claro, de noche. "Más tarde llegas a un glaciar y te quedan 700 metros, los últimos 100 de una inclinación del 70 por ciento. Además, hay muchos penitentes (formaciones de hielo que brotan del suelo en forma de estalagmitas) que alcanzan el medio metro de altura. Es una zona también bastante dura", afirma.

Otro gran hándicap fue el viento. "A partir de los 5.700 metros hacía un viento horrible. No sé qué temperatura había, pero allí se alcanzan los 20 grados bajo cero habitualmente. Miramos hacia abajo y vimos que todo el mundo se daba la vuelta, como había sucedido el día anterior. Pero nosotros decidimos seguir luchando hasta el final". José, entonces, no sabía que hacía más de un mes que nadie hollaba en el Chimborazo. Se enteró al bajar.

A los 6.100 metros el viento les dio un respiro y a los 6.270 alcanzaron la cima. "Esperaba encontrarme un cráter y lo que alcanzamos fue una meseta. Al ser un domo volcánico, casi todo es plano. Es muy curioso porque me recordó mucho al Moncayo en invierno", asegura. A pesar de llevar ocho horas de ascensión y a pesar de la satisfacción de alcanzar la cima, José quería más y le propuso al guía acercarse a la cumbre Whymper, el segundo pico del Chimborazo. “Es una cumbre idéntica. Para acceder a ella hay que descender 50 metros y volver a ascender. Curiosamente, también es amplia y llana”, subraya.

Y allí estaba José, luciendo orgulloso la bufanda zaragocista en el punto de la tierra más cercano al sol. "Es impresionante. Es lo más duro que he hecho en mi vida. Pero a la vez fue una sensación agridulce porque me faltaban mis amigos. Ellos fueron los que me impulsaron a volver a intentarlo y gracias a ellos lo conseguí", manifiesta.

Horas más tarde, el abrazo en la estación de Baños le ayudó a compartir el sentimiento de éxito con su mujer y sus dos amigos. Y allí mismo, en la altura de Ecuador, comenzaron a preparar su siguiente aventura: el Aconcagua.

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