La llama olímpica de Aragón

Barcelona celebra el 25 aniversario de unos históricos Juegos. Nueve personajes de la tierra escriben con sus recuerdos y anécdotas el retrato de cómo se vivió y qué significó para ellos formar parte del Olimpo deportivo.

Álvaro Corrales, Esther Lahoz, José María Esteban Celorrio, Gema Usieto, Jana Rodrigo, Fernando Lozano, Pilar Tejel, Juan Vizcaíno y Fernando Vila, en la plaza del Pilar.
Álvaro Corrales, Esther Lahoz, José María Esteban Celorrio, Gema Usieto, Jana Rodrigo, Fernando Lozano, Pilar Tejel, Juan Vizcaíno y Fernando Vila, en la plaza del Pilar.
Toni Galán

Solo unos elegidos pueden decir "yo he participado en unos Juegos Olímpicos". Y los protagonistas de este relato fueron escogidos para vivir una experiencia "increíble", "impresionante", "única", "espectacular", "emocionante", "entrañable", "inolvidable", "mayúscula", "suprema"… Cierran los ojos y sienten una punzada en el corazón. Recuerdos de hace 25 años, cuando Barcelona se preparaba para un momento "indescriptible". Unos Juegos que abrazaron todo el país, que vivió con intensidad tal coyuntura histórica. El eco llegó a Zaragoza, elegida subsede olímpica junto a otras 14 ciudades, y a Aragón, entusiasmada porque su nombre quedó grabado en el legado inolvidable de un acontecimiento que significó un antes y un después en la forma de concebir y vivir unos Juegos.

Zaragoza encendió su llama olímpica un 21 de junio de 1992. Fue en la plaza del Pilar, el mismo escenario donde nueve personajes de la tierra escriben con sus recuerdos y anécdotas el retrato de cómo se vivió y qué significó para ellos formar parte del Olimpo deportivo. Entonces, más de 200.000 personas arroparon en la calle el paso de la antorcha, que fue portada por 675 personas de la Comunidad. Un pebetero instalado en el gran salón de la ciudad esperó ya de noche al último relevista, José María Esteban Celorrio, un hombre que vivió la gloria eterna en Montreal 96, convirtiéndose en el primer medallista olímpico aragonés (plata en piragüismo K4 1.000 metros). "Vivir los Juegos con más de 10.000 deportistas de cinco continentes es tremendo. Y si este acontecimiento ocurre en tu casa aún te marca más. Recuerdo que tomé el relevo y llevé la antorcha hasta el Ayuntamiento. La calle estaba a rebosar y la plaza...". Celorrio, que entonces tenía 38 años, interrumpe la narración y mira a la basílica. "¡Qué momento! Son sensaciones y recuerdos inenarrables. La llama prendiendo, el cielo iluminado de colores, 80.000 personas aplaudiendo... No podía imaginarme que tuviera tanta repercusión", evoca el presidente de la Federación Aragonesa de Piragüismo.

A su lado, Fernando Lozano exhibe una sonrisa de satisfacción. Fue elegido como máximo responsable de la subsede olímpica de Zaragoza, que acogió la fase del grupo D de fútbol (Dinamarca, Ghana, México y Australia), además de partidos de las selecciones de Polonia, Kuwait y Estados Unidos, encuadradas en el A. "Tenía que salir bien y se confirmó el reto. Trabajamos para estar a la altura de otras sedes", cuenta Lozano, que entonces compaginaba el cargo con el del Comité Ejecutivo de la Cámara de Comercio. No puedo evitar sentir el peso de la responsabilidad: "Al principio tienes nervios. Te encuentras con una hoja en blanco y piensas: ¿por dónde empiezo? Y nunca mejor dicho porque nos dieron un cheque en blanco a todos los directores de las subsedes. Y así se pude trabajar muy bien. Con sensatez y controlando lo que gastas. Con el tiempo, se fue forjando un grupo excepcional. De los Juegos, que fueron un éxito, me quedo con toda la gente que trabajó conmigo: voluntarios, técnicos, policía nacional y local… Fue una experiencia maravillosa", detalla Lozano, que cuatro días antes de que arrancara el primer partido en La Romareda, Polonia-Kuwait un 24 de julio, celebró su 50 cumpleaños: "Me regalaron una tarta de yema que era una medalla olímpica. No lo olvidaré jamás".

La amenaza terrorista

Hace 25 años, la amenaza de ETA era una de las grandes preocupaciones de las autoridades y organizadores de los Juegos. Pero también la Ciudad Condal afrontaba la amenaza del terrorismo global. Una alerta asumida por todos los jefes de seguridad de las subsedes olímpicas. "Nosotros empezamos a trabajar cinco años antes del arranque de las Olimpiadas. Fue un reto muy importante y más por lo que teníamos, tanto interno como externo en España, porque había unos conflictos internacionales de países que sus equipos jugaban en Zaragoza. Un año antes tuvimos un ensayo general en los Mundiales de natación que se celebraron en las piscinas Picornell. Era un reto porque todo era nuevo, pero salió fenomenal", expone Vizcaíno, que a sus 44 años estaba al frente de un operativo de más de 200 miembros de distintos cuerpos de seguridad nacional y local. "No solo era el servicio en el campo, sino el transporte, los entrenamientos en la Ciudad Deportiva, los hoteles... Teníamos hasta un helicóptero. Ahora ya lo hay de dotación, pero entonces nos lo tuvieron que mandar. Hubo momentos difíciles puntuales y crudos, pero se resolvieron", indica con gesto serio.

Recuerdos que se trufan también con chascarrillos divertidos. "Hubo un partido que nos sacaron una pancarta con un texto en árabe. No sabíamos lo que ponía y no había forma de conseguir una traducción. Optamos por retirarla. Y menos mal que acertamos", suspira entre risas. Fernando Lozano interviene: "En un partido de Ghana, enfrente de la tribuna teníamos a un grupo de aficionados de ese país que estaban montando un poco de follón... Tenía detrás a Juan Vizcaíno que por la emisora le indicaba al agente que le decía: Invíteles a portarse bien. ¡Pero qué fino eras, Juan!", le dice.

Cerca de 600 personas formaron el operativo humano en Zaragoza. Administración, protocolo, recursos humanos, informática, recogepelotas, chóferes, prensa o asistencia sanitaria fueron algunos de los colectivos que pusieron su granito de arena a la cita en la capital. Al frente, la todoterreno Pilar Tejel, que a sus 30 años se había construido un palmarés en la natación nacional, con once títulos, e internacional. "Todo se puso en marcha en 1986, en el Mundial de baloncesto que tuvo una de las sedes en Zaragoza. Se montó una oficina itinerante para captar voluntarios y fue cuando empecé. La primera prueba fuerte fue la Final Four de básquet de 1990, que inauguró el pabellón Príncipe Felipe; y el último test el Preolímpico, unos meses antes de arrancar los Juegos", rememora Tejel, que trabaja en Zaragoza Deporte Municipal. "Mi experiencia fue única porque tuve un grupo de chavales increíbles. Era una implicación total; trabajar muchas horas sabiendo que no recibes nada a cambio, más que la satisfacción de poder gritar he trabajado en unos Juegos. Pero es que esto solo ocurre una vez en la vida", completa, sin dejar de sujetar la antorcha olímpica. Tejel también guarda su particular momento "crítico": "Un día antes de la inauguración no teníamos los uniformes de todo el personal. Tuve que ir a Barcelona, dar algún puñetazo encima de la mesa y, al final, llegaron el mismo día que arrancaba la competición", alude esbozando una sonrisa.

La ilusión de los voluntarios

Uno de los grupos más multitudinarios fue el de voluntarios, que contó con un total de 331 integrantes. La zaragozana Jana Rodrigo fue, con apenas 18 años, uno de esos tantos rostros anónimos que veló por el correcto desarrollo del torneo de fútbol. "Para mí fue muy emocionante decir que era voluntaria en los Juegos de Barcelona. Me permitió hacer un montón de amistades, que algunas todavía conservo, y ver el lado más humano del deporte desde otra perspectiva", explica. La Romareda fue su principal punto de actuación. "A pesar de que algunas selecciones no eran muy conocidas, nosotros nos sentíamos una parte muy importante de la organización. Cada grupo de voluntarios tenía asignado un sector en el que debía cumplir con una función concreta", relata Rodrigo, responsable de los accesos al coliseo aragonés. "Revisaba mochilas, bolsos, me encargaba de que nadie entrara al campo algún elemento prohibido", matiza.

Los voluntarios eran "la sombra" de los principales protagonistas. Deportistas como la turolense Esther Lahoz que ya había debutado en unas Olimpiadas cuatro años antes, en Seúl 1988, en el relevo 4x400. "Estuve seleccionada pero, por razones que no vienen al caso, no llegamos a saltar a la pista. Tenía una sensación de estar en deuda con mi deporte, pero sobre todo conmigo misma y con todas las personas que me habían apoyado en mi carrera", indica la atleta. Con 29 años, en Barcelona, "por fin pude decir que había cumplido el sueño olímpico". "Participar en unos Juegos es importante, sobre todo, por el peso fundamental que tienen en la historia. Entonces, todas las federaciones hicieron un plan de apoyo para los deportistas, y eso favoreció que llegásemos muy bien preparados, tanto física como psicológicamente", asegura Lahoz, que elogia el multitudinario apoyo recibido por el público. "Personalmente, me sirvió para darme tranquilidad. Corrí la primera posta y empezar a oír: ¡Vamos, Esther, tú puedes! Era alucinante. ¡Nos conocían por nuestro nombre! Fue un subidón tremendo", recapitula con emoción.

Una sensación que, con ciertos matices, comparte Gema Usieto. La oscense fue la encargada de poner el acento aragonés en la modalidad de tiro al plato, celebrada en las instalaciones de Mollet del Vallés. "Es verdad que el apoyo es fundamental, sobre todo si compites en casa. Pero creo que depende de si lo haces de forma individual –ya que esa presión te puede hundir o servirte como un apoyo extra– o con más compañeros, en los que siempre encuentras apoyo. Pienso que cuando compites en solitario depende mucho de tu preparación y fortaleza mental", advierte Usieto, olímpica también en Seúl (1988) y Atlanta (1996). Dos títulos mundiales y un Europeo son algunos de los logros más destacados que adornan sus vitrinas. Sin embargo, Gema, que contaba 27 años, no tuvo suerte en el torneo olímpico. "Al margen del resultado, que no salí demasiado contenta, supe extraer una lectura positiva. Me permitió ganar en seguridad y competitividad para otras citas internacionales", destaca Usieto. Aragón contó con una representación histórica: además de Lahoz y Usieto, participaron Conchita Martínez (tenis), Juan Antonio San Epifanio y Pepe Arcega (baloncesto), Álvaro Burrell (atletismo), José Martínez (piragüismo), Martín López Zubero (natación) y Fernando Bolea (balonmano).

Barcelona 92 exigió la presencia de jueces y árbitros de diferentes disciplinas. El veinteañero Álvaro Corrales, además de aplicarse con la raqueta, lucía el título de árbitro nacional de tenis. Fue reclutado para la competición que se desarrolló en las pistas del Centro Municipal Vall d’Hebron. "Nos empezamos a formar dos años antes. Éramos un grupo de toda España y estuvimos en torneos como el Conde de Godó y el Grand Prix Madrid. A mí me tocó arbitrar la línea de saque, que era la más complicada. Debía de tener buena vista, por eso me pusieron ahí", señala entre risas. Corrales, director de AGM Sports, guarda un recuerdo singular. "Era el partido de cuartos de final entre Marc Rosset contra Emilio Sánchez Vicario, con bola de partido del suizo. Tenía un saque tremendo, a más de 200 kilómetros por hora. Hizo saque directo. Lo celebró en la red. Pero, de repente, hubo un pobre juez de línea, que era yo, que estaba marcando que la bola era fuera. La cámaras de televisión me señalaban y yo estaba con una cara de susto... El árbitro principal me dijo que fuera a comprobar la marca. Mientras iba a la zona del impacto pensaba: “Por favor, que esté fuera”. Y, efectivamente, acerté. Rosset se acercó y tuvo que asumirlo", describe Corrales, que también participó en la final masculina y en la de dobles femenina, donde la montisonense Conchita Martínez se colgó la plata con Arantxa Sánchez Vicario.

El júbilo de los paralímpicos

Barcelona 92 también llenó de júbilo a los deportistas con discapacidad, que regalaron unos Juegos Paralímpicos para enmarcar. En la nómina de aragoneses estaba Fernando Vila, integrante de la selección de baloncesto en silla de ruedas. No era su primera participación con el equipo nacional, puesto que ya representó a España en el Mundial de 1986 en Stoke Mandeville. En la Ciudad Condal, la selección anfitriona sumó un meritorio diploma paralímpico, fruto del quinto puesto alcanzado. "Había una gran competitividad para acudir a la cita de Barcelona y, personalmente fue una satisfacción muy grande ser elegido. Los rivales eran muy poderosos físicamente y recuerdo que fueron partidos muy difíciles. Tuvimos opciones de luchar por las medallas, pero nos quedamos a las puertas", relata Vila con entusiasmo.

Nueve hombres y mujeres que miran al pasado con nostalgia, orgullosos de haber colocado a Aragón en la cima. Y reflexionan sobre un futuro que anhelarían que se repitiese. "Sería bueno que hubiera otro empujón al deporte. Recuperar ese ánimo con el que vivimos Barcelona 92: renovar las instalaciones, los planes de tecnificación, las ayudas al deportista... Hay que volver a sacar músculo para traer otros Juegos a España", cierra Esteban Celorrio.

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