La huella aragonesa del genio Kucharski

La primera gran leyenda del baloncesto español, fallecida el pasado jueves en Barcelona, estuvo íntimamente relacionado con Aragón a lo largo de su exitosa trayectoria, tanto en las pistas como en los banquillos

Kucharski jugó su último partido como internacional el 13 de abril de 1958 en Huesca, en un España-Suiza.
La huella aragonesa del genio Kucharski

Las hazañas de los Epi y Fernando Martín en los ochenta y de los Gasol y Navarro en el nuevo milenio no se hubieran producido sin la contribución de pioneros como Eduardo Kucharski (Hospitalet de Llobregat, 1925). Este hijo de emigrantes polacos, fallecido el pasado jueves a los 89 años, se erigió en la primera leyenda del baloncesto español merced a sus genialidades tanto en la pista como posteriormente desde el banquillo. Un mito cuya trayectoria estuvo asidua e íntimamente ligada con Aragón y con algunos aragoneses. 


"Fue un adelantado a su tiempo. Como jugador poseía un tiro espectacular y un espíritu de lucha inigualable. Como técnico introdujo conceptos y métodos de trabajo desconocidos. En resumen, un genio", sintetiza el zaragozano Jorge Guillén, pívot del Iberia y gran amigo de Kucharski.


A Guillén no le nubla el juicio su cercanía afectiva con el protagonista. Kucharski fulminó etapas desde niño, asido a su inquebrantable pundonor. Intentó sus primeros tiros a canasta en el seminal Layetano, club histórico de la Ciudad Condal. Del infantil dio el salto, con 15 años, al primer equipo. La siguiente temporada (1941-1942), despidiendo su adolescencia, se proclamó campeón de España al derrotar al Fútbol Club Barcelona en una trepidante final (30-28) que se disputó en la pista del Frontón Aragonés, junto al Matadero, en la calle Miguel Servet. Fue el primer capítulo de una existencia en la que nuestra Comunidad estuvo siempre presente. 


Su carrera en activo transcurrió en los cuatro grandes catalanes: Layetano, Juventud, Barcelona y Aismalíbar. Levantó copas y dejó su impronta. "Me enfrenté varias veces con él y era una pesadilla. Nunca se rendía y era muy inteligente. Era capaz de dirigir el juego y anotar. Su único lunar era el físico. Era gordito, aunque fibroso", revela Guillén. 


El propio Kucharski reconocía esa lacra. "Físicamente era un desastre. En mi época la gente no se cuidaba. Yo bebía y comía de todo", dijo en una entrevista.


Una rémora que no evitó que defendiera durante 50 partidos la camiseta nacional. Curiosamente, su despedida de la selección acaeció el 13 de abril de 1958 en el Parque del Deporte de Huesca en un España-Suiza (69-41) en cuyos prolegómenos recibió la Medalla al Mérito Deportivo. En las gradas oscenses se hallaba como espectador Jorge Guillén. "En aquel encuentro jugó el aragonés Juanjo Moreno, del Iberia, al que llamábamos el ‘Padre’ porque era jesuita, además de premio extraordinario en Ciencias", aporta como curiosidad.


Tras colgar las zapatillas, Kucharski fue nombrado entrenador del potente Aismalíbar y seleccionador nacional. Sus caminos volvieron a cruzarse con los de Guillén. Por un lado, en 1960 fichó al pívot aragonés para reforzar al conjunto barcelonés. Por el otro, lo convocó ese mismo año para los Juegos Olímpicos de Roma. "Era un entrenador muy duro y severo. Valoraba la lucha por el rebote y trabajaba intensamente la defensa, era su obsesión. Para él los partidos se ganaban desde la defensa. Nos enseñó a tirar en suspensión y acuñó ideas aparentemente tan sencillas como que si te marcan dos rivales, un compañero está solo. Tampoco nos dejaba jugar con las piernas rígidas, siempre debían estar ligeramente flexionadas", prosigue Guillén. 


Durante la preparación para aquellas olimpiadas italianas, la Federación Española no contaba con fondos económicos y la selección realizó una gira de amistosos en los torneos de Marsella y Antibes compitiendo bajo el nombre del Helios, cuya ayuda resultó providencial. Un Helios que alineó a Emiliano, Buscató, Guillén o Alfonso Martínez. Todo un lujo efímero. 


El círculo se cerró a finales de los setenta, cuando asumió la dirección técnica del Barcelona. En 1978 firmó la proeza de derrocar al imbatible Real Madrid en la final de Copa, celebrada en el Palacio de los Deportes de Zaragoza. Kucharski propició el debut azulgrana del zaragozano Juan Antonio San Epifanio, además de Chicho Sibilio e Ignacio Solozábal. Aquella fue su última contribución al deporte que modernizó y dignificó.