CINE

Wayne Wang explora la sensibilidad de los nuevos chinos en 'La princesa de Nebraska'

Wayne Wang (Hong Kong, 1949) es un cineasta atípico. Se mueve con la misma soltura en la industria 'pesada' de Hollywood que el mundo de la creación independiente. Gracias a éxitos comerciales como 'El club de la buena estrella' (1992) o 'Smoke' (1995), Wang se pude permitir el rodaje de películas de corte independiente en las que demuestra su talento especial para unas historias tiernas e intimistas que alcanzan el corazón del espectador. Así ocurrió con 'Mil años de oración' (2007), cinta con la que obtuvo la Concha de oro en el último festival de San Sebastián, y ocurre de nuevo con 'La princesa de Nebraska' rodada poco después de aquélla y que Wayne estrena la próxima semana -viernes 20- en España.


Wayne, que ha vivido a caballo entre Hong Kong y Estados Unidos, explora de nuevo la sensibilidad cambiante de los nuevos chinos. Son jóvenes urbanitas que optan por el destierro y el consumismo, que se despegan tanto de la tradición milenaria como de la historia más reciente de su país. Unas generaciones que cambian a velocidad de vértigo, sin apego ni bagaje político, y que han enterrada tanto la revolución cultural de Mao como lo acontecido en la plaza de Tiananmen en 1989. Jóvenes que se buscan la vida lejos de sus ciudades de origen, como es el caso de Sasah, la protagonista de 'La princesa de Nebraska'. Es una adolescente estudiante en Omaha, apenas una cría embarazada de cuatro meses que se enfrenta a la primera gran disyuntiva de su vida: abortar o no.


Una cría que se mueve con soltura en un mundo de adultos pero que apenas es capaz de comprender sus propias emociones.


El embarazo de Sasha es fruto de una relación ocasional en Pekín con un joven bisexual y actor de ópera. Sasha viaja a San Francisco, ciudad fetiche de Wayne Wang, para enfrentarse al amigo americano de su amante ocasional. Acabará teniendo ante sí todas las posibilidades: alumbrar a su hijo, abortar con garantías, darlo en adopción e, incluso, valorará la posibilidad de venderlo a una red de tráfico de niños.

Veinticuatro difíciles horas

 

Con sutileza y elegancia, Wang nos cuenta veinticuatro difíciles horas de la vida de esta adolescente confusa para dejar el final abierto. "Trato de dejar muy claro que será la joven Shasa quien tendrá que tomar su decisión; que es la mujer la que tiene que decidir traer o no un hijo al mundo. La coloco frente a todas las opciones que puede considerar ante una decisión que cambiará su vida para siempre" explica Wang, que se platean también en esta película rodada en inglés y mandarín, con pocos medios, mucho talento y planos muy cortos, "la conveniencia o no de traer un hijo al mundo".


Se ha basado en un cuento de Yiyun Li, la narradora china que inspiró con otro de sus relatos 'Mil años de oración'.


"Al terminar aquel rodaje nos había sobrado algo de dinero, así que le planteé el productor utilizarlo para esta película, y aquí está el esultado" explica un risueño Wang en su primera visita a Madrid.

Reconciliados


'Mil años de oración' le dio el premio grande del último festival de San Sebastián. El director del jurado era Paul Auster, amigo muy cercano a Wang en los tiempos de 'Smoke', pero del que se había distanciado. Se reconciliaron durante un emotivo desayuno en un hotel donostiarra y ahora no descartan volver a trabajar juntos. "Después de nuestro encuentro en San Sebastián Paul y yo hemos vuelto a vernos en San Francisco. Hemos hablado de muchas cosas y aún necesitamos hablar más. Es muy probable que desarrollemos nuevo proyectos" aventura Wang. Tanto el escritor como el cineasta tienen un vivo interés por las narraciones de Lucy Guo, una joven china radicada en Londres y autora de un 'Diccionario conciso de inglés-chino para amantes'.


"Ha escrito sobre el proceso de madurez de una joven nacida en China a través de su relación con un británico de 45 años", explica Wang. De nuevo aparece esa confrontación entre dos culturas, entre dos maneras de ver el mundo que tanto juego da en el cine de Wang. Algo para lo que parecía predestinado, ya que su padre le dio el nombre de Wayne "por admiración hacia John Wayne".


"Todas mis películas se concentran en los contrastes entre ambas realidades través de los chinos que viven en entornos urbanos en Estados Unidos" admite el cineasta. "Trato de ver cómo piensan, actúan y viven esos jóvenes para los que el pasado y la memoria no tienen demasiado sentido. Un pasado que arrasó tanto la revolución cultura como la historia más reciente, que se ha tratado de sepultar. Pronto hará ya 20 años de Tiananmen. Las autoridades chinas han hecho todo lo posible para que no se recuerde y no significará nada para los jóvenes que llegaban al mundo en aquellos días; unos jóvenes que hoy sólo quieren ser ricos, occidentales y modernos" acota Wang, haciendo al salvedad de que "la China rural es aún otra cosa".


Las mismas autoridades chinas que silencian y sepultan Tiananmen han impedido que el cine de Wang se vea en el país en el que nació. "Me gustaría mucho que mis películas se vieran en China y también me agradaría mucho rodar allí, pero, hoy por hoy, la censura me dejaría sin opciones, a no ser que me diera por rodar una comedia romántica" ironiza.