TOROS

Tres cachirulos, tres pinchaúvas

Ricardo Torres puso la voluntad; Gallego, la elegancia con el capote, y Cuevas, la desesperación.

Carlos Gallego, en un templado derechazo al tercero de la tarde
Tres cachirulos, tres pinchaúvas
MAITE SANTONJA

La Misericordia, cuarta de abono. Un quinto de entrada en tarde primaveral.

Seis toros de Peñajara, el sexto como sobrero, desiguales, mansones, faltos de fuerzas, desrazados y sin clase. Mejores los tres últimos.

Ricardo Torres, de grana y oro, silencio y ovación.

Daniel Cuevas, de rosa palo y oro, pitos y silencio.

Carlos Gallego, de turquesa y oro, ovación tras aviso en ambos.

Presidió Francisco Bentué, sin complicaciones.


No voy a decirle a la empresa -Dios me libre de ese pecado- cómo hacer las cosas, pero tres aragoneses sin torear suena a tostón y de uno en uno, en el Pilar, suena a oportunidad. La corrida de Peñajara, justa de todo, fue una escalera. Hasta de color. Mansitos, rajados, mirones e incluso violentos en las embestidas los tres primeros y con menos guasa y más toreables los últimos.


Ricardo Torres se fue a la puerta de chiqueros y casi le cuesta un disgusto. Su primero desparramó la vista, le tragó, pero las series fueron discontinuas. Al cuarto, muy suelto y sin entrega en los primeros tercios, le ligó un par de tandas con el defecto se tocarle en demasía la muleta. No les vio la muerte a ninguno de sus toros y se eternizó con la 'tizona'.


Daniel Cuevas debe empezar por ir al peluquero. O cambiarse. Su anovillado primero, muy incómodo, acabó cortando en banderillas. Topón que acabó a la espera. El torero tampoco se fajó con él, no se dio coba. Tampoco lo intentó, la verdad. Con el buen quinto, el más noble del encierro, se llenó de dudas. No se paró y acabó aprovechando las francas embestidas del animal. Con la espada, dos mítines. Su puntillero, otros dos.


Carlos Gallego fue el beneficiado porque, a su manera, pegó muletazos tan lentos como distantes. Al primero le pudo cuando le dejó la muleta en el hocico, pero le faltó razón y convencimiento. Con el sexto, un toro que quiso todo por abajo, le faltó el mando y colocación. Demasiados tiempos muertos entre pase y pase. En su haber tres lances y una media, dos naturales hondos, y uno de pecho colosal. Con la espada, mal.

Perfeto en la lidia Roberto Bermejo y a caballo Antonio Sopeña.