MÚSICA

Melendi: "Pasé de pegar mis carteles a vender 500.000 discos"

El cantante asturiano es el plato fuerte de las fiestas de Utebo. Paradigma del artista hecho a sí mismo, aún se pone nervioso al subir a un escenario

PREGUNTA: Han pasado cinco años desde que editó su primer disco.


RESPUTESTA- Echo la vista atrás y, en cierto modo, siento que se me han marchado cinco años de mi vida a toda pastilla: en la carretera, en los escenarios. No recuerdo mucho más que eso.


P.- ¿Fue un cambio radical?

R.- Totalmente radical. No tenía ningún antecedente artístico en mi vida. Apenas tocaba un poquito la guitarra, más bien la aporreaba. Javier Valiño me vio y me fichó, más por intuición que por mi valía: sólo había compuesto cuatro canciones. A partir de ahí eché a correr y me embalé.


P.- ¿Su primer contacto musical?

R.- Con seis o siete años escuchaba en casa a Los Chichos, a Triana, mucho flamenquito. Ese fue el caldo de cultivo que se quedó en mi inconsciente y años más tarde brotó.


P.- Sus padres son asturianos, ¿no?

R.- Sí, pero la familia de mi madre es de Jaén. De ahí esa conexión y la vena más rumberilla.


P.- ¿Era buen o mal estudiante?

R,. Psé. Era normalito hasta que llegué al instituto. La verdad es que el instituto no se me dio demasiado bien. Se me dio fatal. En segundo de BUP lo dejé por imposible.


¿Qué se le daba bien?

El fútbol. El único problema es que sufrí bastantes lesiones que me arruinaron las ilusiones. Me rompía continuamente las fibras del muslo y eso te mina la moral. Poco a poco me fui abandonando.


¿De qué jugaba?

Central, libre o mediocentro. Era muy polivalente, el comodín del equipo. Iba bien de cabeza pero no tenía mucho toque. Vaya, no era un Zidane.


Abandonado el fútbol, ¿cómo terminó en la música?

Yo tenía mi guitarrita desde los doce años. La tocaba pero nunca me lo tomé en serio. Me servía para desconectar. Trabajaba como camarero en un bar e hicieron allí una prueba a un amigo mío, Pablo Moro. Ya que estaba allí, me ofrecí a tocar algo. Si les gustaba, perfecto. Si no, tan amigos. Comencé a cantar y fliparon. Yo también flipé con su reacción. Nunca había mostrado mí música a nadie y no sabía si era algo bueno o malo. En seguida me mandaron un contrato para firmar. Tardé en firmarlo porque lo veía extraño.


Lo suyo parece autodidacta.

Sí. Comencé con los típicos libros de acordes en los que intentas poner los deditos como puedes.


¿De qué artistas compró esos libros?

De Joaquín Sabina, de Joan Manuel Serrat, un grandes éxitos con un batiburrillo de todo…


¿Fueron duros los comienzos?

Al principio no te hace caso nadie. Has de ir con el pico y la pala para que te abran pequeñas ventanas. Fueron tiempos de muchos kilómetros, de poco dinero y de conciertos muy pequeños. Pegaba en la calle mis propios carteles. Al poco tiempo, con el apoyo de la Vuelta, vendí 500.000 discos.


¿Qué supuso su canción en la Vuelta a España de 2003?

Esa canción fue fundamental. Llevábamos dos años trabajando, habíamos vendido 80.000 discos pero no nos conocía ni Dios. Era algo rarísimo. No teníamos un duro para pagar promociones y nadie me ponía la cara. Lo de la Vuelta fue un pantallazo tremendo. El poder de la tele es así, para bien y para mal.


¿Recuerda el primer concierto?

Eso no se olvida. Fue en una pequeña sala en Salamanca y fueron diez personas.


¿En qué estado ingresó en el escenario?

Muy inseguro. Te tiembla todo, como un flan. Yo era un músico bastante discretito, me costaba llevar el ritmo con los músicos de verdad. Por suerte no fue mucha gente.


Ahora se enfrenta ante miles de espectadores. ¿Sigue temblando como un flan?

Siempre te pones un poco nervioso, aunque nunca como al principio. En los conciertos grandes no se notan tanto los detalles, los errores quedan más enmascarados.