CLÁSICA

Luis Galve, el virtuoso que se buscaba a sí mismo ante el piano, cumple un siglo

El pianista aragonés (1908-1995), que fue "el niño prodigio" que deslumbró a Arthur Rubinstein, ofreció más de 3.000 conciertos en una carrera marcada por la elegancia, la hondura y la sencillez. Su viuda, Georgina Jelicié, recuerda que fue un músico ilustrado y un gran divulgador de la música española en todo el mundo.

Uno de los intérpretes aragoneses del siglo XX que alcanzó mayor proyección internacional fue Luis Galve Raso (Zaragoza, 10.3.1908-4.2.1995). El pianista ofreció más de 3.000 conciertos en más de sesenta países de todos los continentes, durante más de sesenta años. El profesor y pianista Rafael Salinas, que le dedicó una extensa monografía en Ibercaja (2003), escribió: "Su entera voluntad y hasta su vida estaban al completo y abnegado servicio de la belleza que encierra el hecho musical".


El propio virtuoso explicó en 1976 cómo entendía su oficio: "El verdadero artista es el que, respetando la época, el ambiente y la intención del autor, realiza una versión de todo ello. Hay que tratar de adivinar la idea del compositor y, sobre todo, el momento espiritual en que la escribió o la razón espiritual que le llevó a crearla. Todo esto choca con la razón momentánea del intérprete. En el encuentro de ambas razones se produce la belleza". Afinaría aún más: "El artista debe, ante todo, buscarse a sí mismo, y es importante que se rodee de todo aquello que facilite esa búsqueda. El Arte es generosidad. Siempre pienso en el que me escucha, aunque lógicamente interpreto en primer lugar para mí mismo desde el punto de vista estético".


Su viuda Georgina Jelicié, con la que contrajo nupcias en Buenos Aires en 1948, lo recuerda así, en su casa y ante el piano Yamaha donde tocó por última vez: "Luis siempre fue un artista consciente de lo que quería. Sabía estar en el mundo. Me sedujeron de él su amabilidad, su elegancia y su hondura. Cuando lo vi por primera vez en el Teatro Colón de Buenos Aires, en un concierto benéfico para las víctimas de un incendio en Cádiz, me pareció encantador. Poseía un aire de conquistador. Comprobé que no sólo era un pianista: era un músico ilustrado que poseía libros en muchas lenguas que formaban parte de su formación humanista. Y aquí siguen estando su biblioteca, su epistolario, sus fotos. Fue un divulgador de la música española por todo el mundo".


Niño prodigio y joven maestro


Hijo del directivo del Banco Vitalicio Joaquín Galve y de Matilde Raso, que regentaba un salón de moda y sombrerería, pronto se vio que tenía "un oído absoluto". Acudió a un montaje de "Aída" en el Teatro Principal, con dos o tres años, y al salir a la calle tarareó las melodías de forma impecable. En una fiesta de su hermano César, su padre alquiló un piano y el niño subió al taburete y rasgó las teclas con gozo.


"El niño prodigio" empezaría a ocupar páginas en la prensa. Luis Torres lo retrataría "como un ángel vestido de marinero, pálido, discreto, silencioso y pensativo". A los cinco años, en 1913, el niño acudió al Principal para conocer al violinista Julio Manén; le rogó que lo oyese al piano, y Manén se quedó patidifuso. Poco después, ocurrió algo semejante con uno de los más grandes intérpretes del momento: Arthur Rubinstein.


El pianista, asombrado, les dijo a sus padres que debían mandarlo "no a Madrid, sino a París". Antes, Luisito asistió a clases con Guadalupe y Rafael Martínez, y también con Pilar Bayona, que había nacido en 1897. Lo enviaron a estudiar a Madrid. El propio Galve recordaba que a los doce años "ya había terminado mi carrera: era profesor de piano".


Mejoró su técnica con José Balsa y Julia Parody, y llegó la hora de trasladarse a París. Y en 1924 inició sus clases con uno de los grandes maestros del piano: Isidor Philipp. "Con 16 años vivía solo en París. Muchas veces he pensado que con aquellas vivencias, espantosas para un adolescente y, en cierto modo, libertinas, podría haberme convertido en un golfo. Al contrario. Fui un estudiante aplicado, muy aplicado".


Philipp le arrojó un jarro de agua fría de entrada: "Galve, tiene usted una condiciones magníficas, pero toca muy mal. Debemos cambiarlo todo, incluso la manera de sentarse". Pese a ello, se convirtió en su "petit espagnol", y daría conciertos en el Kursaal. El propio Philipp lo presentó en la sala Erard, en 1929, con piezas de Bach, Liszt y Chopin.


Galve iría ensanchando el círculo de amistades: conoció a Erik Satie, Manuel de Falla, José Iturbi, Ravel, Querol o Joaquín Nin, que fue determinante para él. Le sugirió el nombre de la bailarina Carmen Amaya, "La Argentina", y la acompañaría durante cinco años. Galve tenía muchos fragmentos de solista donde exhibía su magnetismo y su pulcritud.


De la tragedia al éxito


En vísperas de la Guerra Civil, sus padres, que se habían trasladado a Madrid, le escribieron una carta advirtiéndole de la atmósfera convulsa de España. No recibió la nota y llegó a Madrid, tras visitar al padre Donosti en San Sebastián. Entraron los milicianos en su domicilio y arrojaron el piano por la ventana al grito de "esto es cosa de burgueses". Fue llamado a filas del ejército republicano. Como sabía inglés y francés, lo destinaron a telégrafos. "Realizó una labor básicamente humanitaria -recuerda su viuda-. Oía historias terribles y consolaba a sus compañeros, e incluso salvó alguna vida". Estuvo en Onda, Belchite, Alicante, Elche y, "en los días de nieve", en la batalla de Teruel.


En la posguerra, Luis Galve recuperó "la digitación de pianista" y empezó a tocar con la Orquesta Sinfónica Nacional y con la Orquesta de Cámara de Berlín, dirigida por Hans von Benda. En 1945, recibió el Premio Nacional de Piano. Dos años más tarde, emprendía la gran aventura de su vida: se trasladó a Argentina, en primer lugar, pero luego recalaría en Uruguay, ya casado, en Estados Unidos, en Paraguay, en Ecuador… "Nos casamos en 1948. Desde entonces nunca falté a ningún concierto suyo -señala Georgina-. Pero no estaba en la butaca, sino tras las cortinas, por si tenía algún problema. Vivimos durante siete años en América, y en 1954 nos trasladamos a Montmerency, en las afueras de París. Veinte años después nos fuimos a Madrid, y finalmente, en 1989, nos instalamos en Zaragoza. Luis siempre deseaba volver a caminar por Independencia. Fuimos felices los dos. Muy felices".


Luis Galve grabó alrededor de una decena de discos. Mozart, Scarlatti, Falla, Haydn, Albéniz, Granados, Beethoven y Ravel fueron sus músicos favoritos. Asistía asiduamente a los Festivales de Granada y a los de Pau Casals en Puerto Rico. Estrenó el "Concierto de piano" de Héitor Villa-Lobos, en 1960, y actuó como solista a las órdenes de los directores más importantes con programas muy elaborados y complejos.


Cuando murió en febrero de 1995, ya había recibido multitud de reconocimientos: era miembro de la Academia de Bellas Artes de San Luis y del Ateneo, fue designado Hijo Predilecto (1978) y Medalla de Oro de Zaragoza (1983), recibió el premio Aragón en 1990 y el Premio Nacional de Música en 1993. Mañana, el maestro "de un talento excepcional y una sencillez perfecta" cumple un siglo.